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Mensaje por Emily Sheppherd Lun Feb 18, 2013 2:56 am

-Ugh… -se escuchó por entre el pasillo del segundo piso.

Emily avanzaba con dificultad y lentitud. Llevaba encima al chico que había encontrado herido en el piso de arriba. Sus piernas temblaban y amenazaban con ceder en cualquier momento. Le dolían los hombros y tenía que cerrar un ojo para que el sudor no le entrara en este ya que no podía tallarse la cara. Jadeaba un poco y por momentos tenía que detenerse unos segundos para apoyarse en la pared. La distancia no había sido demasiado larga realmente –de haberlo sido jamás hubiera podido- o que el muchacho pesara demasiado. Es qué el cuerpo el cuerpo de una muñeca no estaba hecho para el trabajo pesado, o al menos aún no.

Entre jadeos logró ver la puerta de la enfermería. Era de madera con una ventana de cristal y de esos que no permiten ver más que siluetas del otro lado. Las letras de la puerta se habían borrado hace tiempo pero encima, casi llegando al techo, había un pequeño letrerito con una cruz roja pintada y nada más. Sonrió un poco, aliviada al verlo.


-Un poco más… -susurró para sí misma.

Avanzó apoyando bien los pies hasta que llegó al lugar. Con mucho cuidado se inclinó de lado para poder soltar los brazos del chico y girar la perilla de la puerta. El corazón se le cayó a los pies ante la sola idea de que estuviese cerrado. Tendría entonces que dejarlo solo para ir a buscar ayuda. Solo con los monstruos… Su corazoncito retumbó un par de veces: abierta… exhaló con una enorme alegría y soltó la perilla, abriendo el resto de la puerta con el peso de sus cuerpos.


-¡A, ayuda!... por favor…
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Lindsey:
Ni siquiera los adultos visitaban el tercer piso. ¿Por qué habrían de hacerlo? Lo único que había allí era polvo y basura en la azotea. Además las puertas allá arriba solían estar siempre cerradas con llave. Recordaba una vez que una compañera suya había osado visitar el tercer piso. El Director la había golpeado y la había echado del orfanato. Le recordaba con claridad, con tanta claridad como si hubiese sido ayer. Era por eso que no se asomaba por el tercer piso y gracias a eso, era una de las enfermeras con mayor antigüedad en el orfanato.

Para llegar a la enfermería desde el tercer piso, había quedarse literalmente la vuelta en espiral, a menos que cruzase por la puerta que estaba al lado de la escalera. Venía subiendo la escalera desde el primer piso cuando escuchó el pomo de la puerta girarse, llamándole la atención. Era primera hora de la mañana y Lindsey según lo que recordaba solía ser de las más puntuales al llegar al lugar así que se extrañaba ¿Qué hacían los niños de pie tan temprano? Fue por eso que recordó el tercer piso, desde donde venían lo más lógico era asumir que habían estado rondando esos lares. Dudaba que se hubiesen herido en los dormitorios y en los baños y para el estado en el que venía el más pequeño, era poco probable que se hubiese hecho daño en una pelea.

Les siguió con paso corto, pero rápido. No iba a alterarse, parte de su trabajo era calmar a los niños pequeños y mantenerlos despiertos. Sus ojos ya habían visto mucho caos, especialmente los pobres pequeños que llegaban al orfanato en deplorables condiciones y siquiera pasaban la noche, así que ya estaba levemente acostumbrada.

Observó a la mujer mayor que había osado entrar en sus aposentos, y por otra parte, divisó una gran mancha carmín que manchando el marco de la puerta caía lentamente en dirección al suelo. - Señorita, mantenga la calma - Dijo alzando un poco la voz al ver que la muchacha gritaba casi con desesperación dentro de la sala. Después de todo, en la habitación aledaña se encontraban los enfermos descansando. - ¿Podría hacer el favor de bajar el tono de voz? Hay gente que aún trata de descansar- Avanzó por el resquicio de la puerta mientras observaba por fin la escena completa.

Las heridas del pequeñin estaban abiertas de tal manera que si uno enfocaba la vista podía ver nervios, músculos y montón de coágulos de sangre que se entremezclaban con los retazos de la seda entremezclándose. En seguida y sin preguntar nada, avanzó directamente al armario de los analgésicos. Con una destreza digna de un cirujano sacó las llaves, escogió una de las pequeñsa, y abrió con cautela el pequeño candado que resguardaba los químicos de manos ajenas. Tomó uno de estos frascos, de un color violáceo, un poco de algodón, unos forceps y girando sobre su propio eje, dio de cara con el pequeño. - Si estás despierto, no tengas miedo, que esto es solo un analgésico, te quitará el dolor - Dijo sin perder en ningún momento su tranquilidad en un tono dulce y amable - Déjame quitarte esta camisa para poder comenzar las curaciones - Se le acercó con intención de tomar al pequeño entre sus brazos y acomodarlo en la camilla, con la espalda hacia arriba, que por lo que podía ver era la zona más dañada.

- ¿Qué ha ocurrido señorita? - Le preguntó a la chica usando un tono menos dulzón con ella, como si la tratase de igual a igual.
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Veía una luz a la lejanía...

Era la jodida lámpara que lo alumbraba directamente al rostro ¿estaba despierto? Esa bendita incosciencia fue lo más piadoso que recibió desde que llegara a ese lugar... lugar, lugar... ¿dónde diablos estaba ahora? Lo último que recordaba era...

Ah, cierto... la "estúpida".

De haber sido un ser humano común y corriente, hubiera agradecido tal gesto de nobleza, sin embargo, Fausto - cabe recordar - es una suerte de imp o algo igual de aberrante. ¿En serio lo había cargado todo el camino a la enfermería? Pese a lo que él le había dicho y hecho... ¿qué clase de persona era esa? ¿Cómo había sobrevivido tanto tiempo en el mundo? Para ser honestos, esa chiquilla comenzaba a picarle la curiosidad.

Mannequin escribió:Si estás despierto, no tengas miedo, que esto es solo un analgésico, te quitará el dolor. Déjame quitarte esta camisa para poder comenzar las curaciones
¿Quién era esa mujer? Vestía como una golfa... Hizo una mueca en cuanto le acercó el analgésico e intentó alejar el rostro, pero al menor movimiento, recordó lo dolido que estaba y terminó por abrir la boca para tragárselo... la medicina era una tortura necesaria después de todo.

Apenas cayó en cuenta que era el costal de papas a cuestas de la pelirroja y se avergonzó de ello, más por orgullo propio que por otra cosa. La libró de su peso, observando como es que su propia sangre teñía su vestido y por ende frunció el entrecejo, intentando comprender por qué tanta amabilidad hacia un extraño, al punto de arruinar sus ropas. Se tambaleó hasta la camilla y fue preso de la gravedad a los pocos pasos, atinando a caer sobre el colchón amarillento y lleno de manchones carmines. Curiosamente, más que agobiado, asustado o agonizante, Fausto parecía... molesto. Bufaba continuamente y se negaba a hablar con ellas, como un niño emberrinchado. Refugió su mentón en una almohada y alzó los brazos para que le quitaran lo que quedaba de su camisa antes blanca... quería tranquilizarse primero antes de volver a abrir la boca, alguien tan servil como esa chiquilla parecía... útil.
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Mensaje por Emily Sheppherd Lun Feb 18, 2013 7:50 pm

La alegría de su rostro sudado y cansado no tenía precedente. Sus ojos brillaron un poco al escuchar la voz de algún adulto que parecía encargado en ese sitio, o al menos saber lo que hacía. Era una enfermera, lo decía su atuendo, pero lucía bastante reveladora. Se sonrojó ligeramente pero no comentó nada, estaba demasiado cansada para siquiera comentar eso.
En cuanto fue liberada del peso del niño, sintió que la debilidad la invadía. Sus piernas temblaron y no pudieron sostenerla más tiempo. Cayó de rodillas, con las piernas cerradas cual señorita que era, apoyando la espalda contra la cama mientras jadeaba. Estaba tan cansada, pero estaba hecho. Sonrió con dificultad.


-Uf…

Miró por encima como curaban al chico. Estaba mucho peor de lo que pesaba, pero no había realmente nada que ella pudiera haber hecho más que llevarlo ahí. Se miró a sí misma: sus rodillas y su falda manchadas de sangre y seguro en su cabello habría alguna poca. Se sintió asqueada. “El olor favorito de los monstruos”. Se levantó ayudándose por la cama hasta ponerse de pie. Entonces la enfermera le preguntó lo que ocurrió. Ella solo pudo negar despacio con la cabeza.

-Estaba solo, y lastimado, no sé qué pasó… -monstruos era el pensamiento que se repetía en su cabeza, pero se sentía apenada de decirlo frente a una adulta- ¿se pondrá bien, hay algo que yo…?

Apretó los labios al sentir la punzada de egoísmo en su corazón. ¿No había ya hecho suficiente? Exponerse de esa forma ante los monstruos era ya mucho. Lo había llevado a ese sitio a que lo curasen, ahí debía terminar su responsabilidad. Miró al chico bufar y negarse a ser atendido con lo único que podía hacer: quejarse de forma lastimera. Tragó saliva.

-¿Hay una llave, puedo lavarme? –Preguntó mirando a la enfermera- mi ropa está manchada de su sangre.

No volvió a mencionar nada respecto a ayudar. Sus hombros le dolían por el peso del chico… o quizás el de su propio egoísmo infantil.
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La enfermera sacó un vaso de vidrio limpio, pero un tanto empolvado de uno de los cajones. Las cortinas de la enfermería estaban cerradas, porque aún no había tenido tiempo de llegar a ventilarla ni nada por el estilo, y tan solo un rayo de luz se colaba por entremedio de la cortina. A ojos de Fausto, y solo a ojos de Fausto, el contenido del líquido por un instante, mientras la mano de la enfermera estaba sumido en la oscuridad se vio de un color y consistencia nauseabunda. El olor asqueroso le impregnaría la nariz a todo momento, pero sutilmente. Cuando el vaso cruzó la luz, se pudo ver como un cristalino vaso con agua pura, para poder tragar bien el analgésico, que por suerte era de los que se tomaban, y no de aquellos que se inyectaban... En el trasero.

Mientras le sacaba los trozos de tela a Fausto que se le habían quedado clavados en la carne luego con el forceps, luego de hacerle beber el agua, estaba atenta a Emily. Puedes sentarte si lo deseas . - Le indicó una de las sillas. Además de la camilla había un par de sillas, el lavamanos y los cajones. Tendría que ocuparse de la pequeñilla también, que parecía claramente alterada, pero primero lo primero.

- No te preocupes entonces. Déjamelo todo a mi .. - Dijo con tranquilidad. Uno a uno iba sacando los trozos de tela que parecían ser parte de la espalda de Fausto. Comenzó a limpiar primero los restos de sangre con un poco de algodón húmedo, que remojaba en una fuente metálica recién llenada en el lavamanos.

Ante la pregunta de la chica dudó un poco. No sería muy bueno que dejase el lavamanos todo contaminado, puesto luego tendría que desinfectarlo por completo, pero por otro lado, el baño de chicas estaba en el primer piso y se veía muy cansada, así que por esta vez accedió con un gesto en la cabeza.

- Si quieres puedes pasarme tu ropa. Puedo lavártela y entregártela lista - Dijo apiadándose un poco de la pobre alma. Ya veía el reto que le llegaría si se ponía a pasearse así por el orfanato. Además de que asustaría a los niños. Apuntó una de las camillas, que poseía cortina. - Puedes cambiarte allí - Dijo. - Te diría que te cambiases en la sala de los enfermos, pero por ahora está ocupada. No tardará mucho en secarse la ropa, al parecer hoy será un día radiante - Dijo sin siquiera sonreir.

- Si quieres puedo darte un relajante muscular para que descanses mientras todo esto pasa. - Hizo una pausa y le miró seria - Te servirá -


Disculpas:
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Se mordió el labio hasta que sangró, todo con tal de no llorar frente a ese par. ¿qué clase de hombre perdería así su orgullo? La enfermera tenía un molesto vaivén, de aquí a allá, trayendo objetos metálicos, extraños... las pupilas de Fausto se dilataron ante el espectro del agua, ¡no iba a tragarse esa cosa! Mucho menos si venía acompañada de medicina ¡qué asco!. En cuanto la mujer se lo acercó, se lo retiró de un manotazo y luego volteó el rostro, como niño encaprichado.

Su orgullo se la cobró, en cuando cada lasceración lo invitaba a desmayarse, pero resistió... estaba acostumbrado al dolor, se concentraba en su odio para omitir la tortura, ya que algo le decía que sería una de tantas, desde que llegó a ese lugar, se sintió de algún modo... amenazado. Ahora la amenaza tenía rostro, un estúpido rostro de cuatro-ojos...

Hablando del diablo...

(Anuncio)

El simple hecho de escuchar su voz molesta al altoparlante encendió la mecha dentro de él y muy, muy en el fondo... temor. No le importó la conversación de fondo de las presentes, ni el dolor, ni la oscuridad... se puso en pie, tirando todo a su paso y tomó el vaso para lanzarlo contra la bocina.

- ¡¡MALDICIÓN YA CÁLLATE!!-

Rasgó su garganta con tal grito y su pecho se alzaba violentamente al agitar tanto su respiración. Sorpresivamente, su siguiente reacción, fue aferrarse a Emily - quién estaba cerca - cogiéndola por los brazos y dejándose caer mientras la abrazaba con todas las fuerzas que tenía, para luego comenzar a llorar, humedeciendo aún más sus ropas...
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Los muchachos no lloran  (Libre, incluye a Fausto, que remedio...) Empty Re: Los muchachos no lloran (Libre, incluye a Fausto, que remedio...)

Mensaje por Emily Sheppherd Miér Feb 20, 2013 3:33 am

"- No te preocupes entonces. Déjamelo todo a mi .. "

Emily miró cuidadosamente a la enfermera cuando dijo aquello. Su estómago se revolvió un poco y algo pareció derretirse dentro de ella. Nadie le había dicho eso hacía mucho tiempo. Se sentía liberador y hermoso, como una caricia maternal. El recuerdo de tiempos mejores se deslizó en s mente igual que ella podía deslizarse entre los brazos de personas que cuidaban de ella y cerrar sus ojos tranquilamente, porque sabía que alguien más se encargaría de todo lo doloroso y todo lo difícil. Sonrió ligeramente, aunque lo hizo con cierta tristeza. Quizás convertirse en un adulto significaba que ya nadie veía por ti.

-Gracias…

Cuando la enfermera ofreció lavar su ropa por ella dudó un momento, pero al final no se negó. La sensación de que alguien pudiera hacer algunas cosas simples por ella se había anidado en su corazón y no quería desperdiciarlo. Aunque entonces no pensó en ello, únicamente se alegró de saber que su ropa estaría limpia sin tener que hacer nada. Sonrió y asintió con un “um jum” para ir a donde la cama con cortinas, cerrando estas para cambiarse.

Su silueta podía verse un poco mientras se quitaba los zapatos y las calcetas, dejando estas dentro de los primeros. Sus piernas eran delgadas pero elegantes y largas y prometían en un futuro volverse muy hermosas, blancas y torneadas. Se desabrochó la falda y la dejó caer. El resto de su ropa no estaba manchada de sangre, pero había sudado bastante. Se sacó el chaleco por sobre la cabeza, arrugando un poco su cabello, que se apresuró a acomodar. Luego fue el turno de la corbata. No se desprendió de la blusa sin embargo, pues era la última prenda que quedaba entre su corpiño y el exterior. Dobló el chaleco sobre la cama y colocó encima los zapatos. Buscaría otra blusa al volver al dormitorio. Al fin descorrió la cortina para salir.
Su blusa blanca caía casi tan larga como su falta sobre el medio fondo de seda blanca. Se había desabrochado el botón alto del cuello y eso era suficiente para sentirse apenada. Casi desnuda… ya era prácticamente una señorita.


“Hija de los años veinte”

Caminó de vuelta junto a la cama, donde se llevaban a cabo las curaciones del niño desconocido. Lo miró ahí tumbado y sintió lastima por él y algo de vergüenza por sí misma. ¿Qué derecho tenía de que hicieran cosas por ella cuando alguien sufría de esa manera? Llevó sus manos cerradas sobre su pecho. Cuan egoísta podía ser.

"- Si quieres puedo darte un relajante muscular para que descanses mientras todo esto pasa. - Hizo una pausa y le miró seria - Te servirá -"

-¡¿Eh?! –Volteó de inmediato- ¡no, no! No es necesario, es solo cansancio.

Sonrió con algo de dificultad. No quería medicinas ya que seguramente tendrían un mal sabor o serían inyectadas. Así eran todas las medicinas siempre. Entonces sonó un altavoz. Emily miró en su dirección al instante, con el corazón encogido. El sonido estridente de los primeros segundos le hizo recordar claramente cosas horribles: risas, temor, castigos, humillación. Sus ojos se abrían de par en par y sus pupilas bailaban mientras su boca formaba una diminuta “o” a causa del nerviosismo. La había escuchado antes, estaba segura. Instintivamente levantó una mano para tocarse la mejilla. Sentía comezón en ese sitio.

La voz pidió algo: un corazón. Lo exigió como una ofrenda, como parte de su derecho. Emily sabía que debía entregar lo que la voz del altoparlante pedía, así era la regla. Mientras miraba absorta aquel aparato, un ruido igual de fuerte se produjo cerca de ella. El niño se había levantado, adolorido, y tirado los objetos de curación. Tomó el vaso y lo lanzó contra el altoparlante que dictaba las reglas.

-¡Ah! –gritó ella de forma aguda, cubriéndose la cabeza con las manos cuando los pedazos de cristal volaron por todas partes. Algunos pocos cayeron sobre ella, aunque no los sintió de inmediato.

Los brazos del niño la rodearon entonces. Se echó a llorar como un pequeño, enojado, dolorido, frustrado… ella no podía saberlo. Lo miró con la boca entreabierta, asustada. ¿Qué le había pasado a ese chico? Volteó a ver a la enfermera y luego, muy lentamente, levantó una mano para darle una suave palmada en la cabeza y acariciársela. Cerró la boca y tragó saliva mientras su corazón latía rápidamente, ya fuera por el esfuerzo, por el miedo o por la compasión. Intentó buscar palabras que lo reconfortaran, pero para su desgracia ya casi no recordaba ninguna. Intentó pensar un momento y luego sintió una mano cálida sin rostro acariciarla en la cabeza y susurrar suavemente y con cariño una frase muy simple y corta que intentó imitar lo mejor que pudo.


-Shh… todo estará bien…
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Lindsey por primera vez frunció el ceño. - No hace bien tomar analgésico o cualquier pastilla seca sin beber abundantes cantidades de agua. La próxima vez lo tendré en cuenta, y optaré por los medios más convencionales - Dijo con el ceño levemente fruncido, el pequeño parecía no tener ningún respeto hacia nadie y fuera lo que fuese que le había pasado, ella solo estaba intentando ayudarlo.

Cuando el chico lanzó el vaso, reventándolo en el lugar, Lindsey se levantó de golpe. Ignorándolo por completo, se acercó hacia el lavamanos, sacando una de las jeringas que estaban allí selladas. Buscó una de las medicinas y con agilidad llenó la jeringuilla del líquido, botando un poco por la aguja para que no quedasen burbujas de aire. No podría trabajar si el jovencito no se calmaba, y fuera lo que le hubiese pasado, estaba demasiado alterado como para tranquilizarse por las suyas. Sin importar su reacción, le tomó del brazo y le inyectó el tranquilizante al joven, que lo sentiría tan solo como un leve pinchazo. Esto lo calmaría y lo haría quedarse dormido probablemente en unos cuantos minutos.
Pareció ignorar por completo el sonido del altavoz, estando más preocupada de la situación actual que los envolvía. La enfermería estaba hecha un desastre por culpa de aquél pequeño niño, pero ya pronto todo acabaría; pronto sería tan dócil como quizá nunca lo había sido.
Y ella tendría que encargarse de todo. Probablemente los pequeños que descansaban en la sala de enfermos estarían despiertos luego de tanto alboroto, lo que significaría más trabajo.

Iba a entrometerse entre Emily y el pequeño para separarlos, pero al ver que la chica reaccionó casi maternalmente para proteger al pequeño, desistió. Lo mejor era dejarlo que se calmase, y con su presencia allí se le iba a hacer difícil. La opción más sensata era dejarlo con la señorita hasta que la inyección comenzase a surtir efecto.

Se acercó a la camilla y tomó las ropas de la chica. - Iré a lavar esto mientras busco algo con que limpiar este desastre - Le dijo mientras se dirigía a la puerta. - ¿Podeís encargaros de él un momento? Te traeré algo para que te vistas y luego de eso podrás ir a clases tranquila -

Era cierto, era primera hora de la mañana y los chicos tenían programada una hora para aquél día. Fuese lo que hubiese pasado, Emily podría explicárselo luego; no iba a permitir que faltase a clases y arriesgarse a ser cómplice de su rebeldía. El único que estaría excusado de asistir sería el pequeño rubio. Esperó la respuesta de la chica, antes de salir por la puerta en dirección al lavadero en el primer piso.

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- ¡¡Ouch!! ¿Estás loca o qué? -

Fue su protesta cuando lo tomó con la guardia baja y le pinchó el brazo. Odiaba que le perforaran la piel, esa enfermera era una sádica, seguramente disfrutaba torturando a niños bien portados como él. Retiró su brazo de su agarre y presionó sobre la herida, pensando que podría desangrarse.

emily shepperd escribió:-Shh… todo estará bien…
Aferrado a las escasas ropas que tenía puestas, se negó a soltarla, pese a que sus fuerzas mermaban a cada instante, producto del ataque de la psicótica pelirrosa. A la lejanía escuchó aquél susurro, tan perdido como su inocencia... se sentía tan bien esa calidez, esa suavidad, ese aroma femenino, esa voz lo tranquilizaba, le decía que todo estaría bien, que no estaba solo... no, no era amor, no era cariño, era servilidad a su propia dependencia, buscar la salvación en otros, a sabiendas de que él jamás la hallaría, ya que no sabía que la buscaba.

Poco a poco su agarre se fue debilitando, hasta que resbaló por las ropas de aquél ángel - ¿eso era? - nublando su vista, escuchando todo eco muy lejano, olvidando esa pesadilla por instantes... ya nada dolía, ya no hacía frío... no recordaba que así se sentía morir. Finalmente se desplomó sobre el piso, quedándose tranquilo, descansando de sí mismo. Aún inconsciente, Emily pudo notar como su mano se aferraba al final de sus ropas, era casi como si le pidiera más consuelo... o solamente quisiera desnudarla, una de dos.

(Off: Gracias por el tema. Hasta aquí llego y libero a Emilia para que se vaya a su clase >_> shu shuuu)
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Los muchachos no lloran  (Libre, incluye a Fausto, que remedio...) Empty Re: Los muchachos no lloran (Libre, incluye a Fausto, que remedio...)

Mensaje por Emily Sheppherd Vie Feb 22, 2013 3:12 am

Al ver la aguja, los ojos de Emily se abrieron de más. Ese instrumento brillante, fino y delgado, acarreaba consigo un miedo terrible para cualquier niño. Quizás Emily ya no fuera del todo una niña en cuanto a su cuerpo, pero seguía siéndolo en su alma, y es en ese sitio donde el miedo se aferra siempre. Abrió un poco la boca para protestar pero por suerte –maldita egoísta- la inyección no fue para ella. Cerró un ojo al ver cómo era atravesado sin más el brazo del niño que aún se aferraba a ella, y sintió que su piel se erizaba, como si la hubiesen inyectado a ella. En todo ese tiempo, Emily no dijo ni una palabra.

-Um jum –asintió de forma suave cuando la enfermera le pidió ayuda mientras atendía ese desastre.

Vio como el chico caía en un profundo sueño, dejándolo deslizarse del dolor en el que estaba absorto. Dejo de acariciar su cabeza y, con mucho cuidado, lo recostó de vuelta en la cama, cuidando de dejarlo boca abajo para no dañar su espalda. Tuvo miedo incluso de taparlo con alguna sabana. Al final suspiró. Buscó una silla y se sentó a esperar que le trajeran su ropa. Entre tanto, solo se dedicó a pensar.

El anuncio del altoparlante –la voz de “la regla”- había pedido algo. El recuerdo de aquello estaba sumido muy en lo profundo de la mente de Emily, pero su cuerpo sabía bien que el faltar a “la regla” significaba recibir un castigo. Algo terrible, algo que la haría sufrir, algo que no quería experimentar de ninguna forma. Tendría que cumplir con la petición del altoparlante.
¿Dónde encontraría un corazón? Miró alrededor de la enfermería como si fuese a ver uno ahí claramente, pero ni siquiera ella esperaba encontrarlo. No, nunca era algo fácil, también era parte de “la regla” igual que el altavoz, el castigo y el miedo. Suspiró sintiéndose triste. El cansancio había desaparecido.

En cuanto la enfermera volvió con su ropa, se olvidó, por el momento, de lo que tenía que hacer pronto y se concentró en lo que tenía que hacer ahora.


-Gracias –dijo tomando la ropa.

Se vistió y se preparó para salir. Se sentía sucia usando la misma blusa sudada, pero solo era algo momentáneo. Miró al chico antes de irse y recordó que ni siquiera sabía su nombre. Quizás debería volver a verlo y preguntárselo, pero sabía muy dentro de ella que lo más probable es que no lo hiciera. Sentía compasión por él, pero también algo de miedo, la fórmula del sufrimiento. Repitió su agradecimiento y abandonó al fin la enfermería para correr a ducharse y cambiarse de blusa, tenía que ir a clase.

[Off: Gracias por el tema!!!]

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