[♞] Gentille Alouette... (Tributo/Entrega)

Viene de...:

Decir que estaba hecho un despojo era poco...

Se le veía cansado, ensangrentado, agobiado y todo lo que termine en "ado" para no alargar. Quién sabe qué clase de obstáculos hubo sorteado para llegar hasta ahí, desde niños rubios cantores hasta diablillos con palos de escoba - mira qué inventivos - pero finalmente estaba ahí... de nuevo. Observaba la caja maltrecha desde el otro extremo del pasillo, la observaba absortamente como si intentara hacerla explotar con la mente. La última vez que estuvo ahí no ocurrió nada gracioso, nop, la caja no le traía bellos recuerdos ¡era del diablo!

Había dejado un rastro de sangre por aquí y por allá, pobre del que tenga que limpiar en la mañana... su travesía había sido marcada en rojo, tan solemne y sangrienta ¿quién se permitiría decir que no era un buen mendigo? Sólo alguien que no apreciara su lengua. En la diestra pendía el harapo que habría de entregar, pesaba tanto como su humanidad, quería deshacerse de él ¿querían un corazón? Bien, que se quedaran con el suyo, dudaba que hubiera algo interesante ahí de todos modos, sería interesante sentirse más ligero, sí, lo sería...

Resoluto, avanzó, lentamente... con la mano izquierda abrió el cajoncillo - había llegado más pronto de lo que creía - y antes de depositar la venda, la observó en su mano. Eran sus notas, alguien se las había dedicado ¿para qué las querrían ellos? ¿Siquiera sabrían apreciarlas? Con el pulgar acarició la superficie, tiesa y cálida ¡qué gran regalo!

Canturreó una nueva e improvisada copla, que en ningún momento sería tan apropiada como en este. Arrancándole el corazón a la alondrilla dejaría esta de sufrir... ¿cierto? Y allá va, cayendo ligera en ese pocillo negro de madera. Lo cierra.

- Que les aproveche... -

Recargó su frente contra la puerta y murmuró, dejando ver esa siniestra sonrisa entre sus espesos y enmarañados cabellos. Miró hacia atrás por encima de su hombro... nop, ningún ente amenazador lo acorralaba esta vez, así que era tiempo de hacer mutis de la escena, era tiempo de escabullirse hasta la seguridad de las sábanas.

Buenas noches alondrilla.

~ ¡♪♫ ♪♫♪♫ ♪♫! ~

Tap,tap--... Me detuve en seco... En vilo me giré, titubeé, pero no lo suficiente para que fuera razonable duda. La conocía, esa voz... la detestaba. La sangre me hirvió, casi revienta mis venas, no sé que mirada puse, pero fue intensa, pudo penetrar el acero ¿cómo cabía tanto odio en alguien tan pequeño como yo? ¿podría odiarlo más si crecía? Eso deseaba, retorcido, pero honesto...

Mis hombros se tensaron, mis puños se cerraron y casi abrieron mis viejas heridas, pero no podía derramar más sangre esta noche, debía reservarla, sabía que la lloraría, la sudaría...

Nos separaban 15 centímetros de ébano - posiblemente cedro, la ebanistería era para aburridos - y aún así lo sentí tan cerca, pude "verlo", tenía esa risita burlona, esa mirada podrida detrás de un par de anteojillos que a nadie engañan.

¿Qué lo había puesto taaaan feliz al desgraciado?

¿Adoraba arrancarle trozos del alma a cada niño? Quizá un día se completaría una para él. Eso me causó risa y musité desganado, sonriendo de medio labio, zocarrón. Algo cayó dentro del cajón, cualquiera hubiera observado y procedido con cautela, pero lo constatado anteriormente: no soy cualquiera. Me arranqué directamente hacia la puerta y abrí el cofre para descubrir el tesoro ¿qué había? ¿qué había? ¡Tenía que mirar!... Qué bien, botones... Tenía una y mil formas de burlarse de mí ese bastardo, pero--¡esperen! Algo, algo largirucho y amarillento me atrajo como cuervo al oro. Ignoré los botones - yo tenía unos cuantos en mi saco, gran cosa - y extendí mi mano hacia el pedazo de pergamino, lo hice rápido, no quería que me trozara la mano en el intento (vamos, yo lo haría). Mis manos actuaron por cuenta propia, desenrollaron el papelillo mientras mis ojos ansiosos rebuscaron su contenido, incrédulos de lo que leyeron:

"A red bright crayon just for you"

No alcancé ni a fruncir el entrecejo cuando se volvió polvo entre mis manos y solamente quedamos el amigo "rojo" y yo en la escena. Lo tomé entre los dedos, lo alcé para contemplarlo... era tan brillante, parecía que todo el mundo estaba a escala de grises en comparación, palidecía ante su magnífica "rojez".

Nicholas Donovan escribió:- Espero que te comportes a la altura pequeño bastardo, toma esto como una recompensa. No te he aceptado todavía, pero veremos si me place que salgas de la letrina en la que estás sumido pequeña mierdecilla. Compórtate como el noble que eres y reclama tu lugar, o simplemente quédate viviendo en la miseria de los mendigos, la decisión será tuya, solo tienes que pisar muy bien cuando camines, porque yo estaré tras tu sombra esperando que des un mal paso -

Arrugué la nariz, me contuve de escupirle a la puerta, pobre puerta ¿qué culpa tenía de nuestras riñas? Al principio me molestó, mucho, es decir, tanto que pude haberle enterrado ese par de cristales en los ojos a puñetazos, pero después... no sé, una especie de mezquina satisfacción comenzó a inundarme con su inmundicia. Tuvo que reconocerme un triunfo en esta ocasión, aunque por así decirlo...

Le vendí mi alma al diablo por un crayón.

- ¡Bah! ¿Quién la necesita? ¡Jajaja! -

Mientras él se alejaba, yo me reía, destilando mis insanas costumbres. El pequeño cegatón había hecho el juego más interesante, creía que nadie lo podría tocar, pero...

Yo no soy "nadie".