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Isabella DuMort
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La forma en que el tiempo pasaba en aquel lugar la hacía sentirse pérdida y desorientada, sin estar realmente segura de cuánto tiempo había pasado desde que había llegado a dicho lugar. Algunos días eran lentos, como si no fueran a terminar nunca, y otros, tan rápidos como una exhalación.
Y lo peor de todo era que aún no encontraba sus rosas…
Entre las clases, la búsqueda del Tributo y sus quehaceres, no había tenido tiempo para buscar sus rosas, sumándole a eso el extraño hecho de que sin sus rosas, se sentía extrañamente más cansada de lo normal, cuando a su edad una niña debería estar rebosante de energía. Mas no podía seguir así… no podría estar realmente tranquila hasta que encontrara sus rosas y las tuviera en sus cuidados, ya que ahora eran definitivamente, lo último que le quedaba.
¿Pero dónde debería buscar? El paradero de sus flores era tan misterioso como la forma en la que habían desaparecido prácticamente ante sus propios ojos. En el patio no estaban, eso podía darlo por seguro, pero sentía que de seguro se encontraban en algún lugar de la mansión. Lo más lógico fue empezar por el nivel inferior, revisó cuanto salón le fue posible, entro tras cada puerta que pudo abrir –algunas se cerraron en sus narices junto antes de que pudiera entrar- y hurgueteó entre los floreros que aparecían en su camino. Repitió el mismo proceso en el segundo y tercer piso, y lamentablemente obtuvo el mismo resultado: Nada.
Más no se daría por vencida.
Volvió a segundo piso, en donde a su parecer habían más habitaciones y más lugares por los que buscar minuciosamente, y nuevamente comenzó su búsqueda desde otros puntos que no había visto anteriormente, se agacho y gateó para poder ver debajo de los muebles, inconsciente de lo que pudiera estar pasando a su alrededor, hasta que su frente fue a dar con un par de piernas. – Ouch … - Se quejó por lo bajo, algo que no fue más que un gesto. – Lo… lo lamento. – Musitó mientras se dejaba caer sentada sobre el piso, acariciándose la frente mientras elevaba la vista para ver con quien había chocado.
Y lo peor de todo era que aún no encontraba sus rosas…
Entre las clases, la búsqueda del Tributo y sus quehaceres, no había tenido tiempo para buscar sus rosas, sumándole a eso el extraño hecho de que sin sus rosas, se sentía extrañamente más cansada de lo normal, cuando a su edad una niña debería estar rebosante de energía. Mas no podía seguir así… no podría estar realmente tranquila hasta que encontrara sus rosas y las tuviera en sus cuidados, ya que ahora eran definitivamente, lo último que le quedaba.
¿Pero dónde debería buscar? El paradero de sus flores era tan misterioso como la forma en la que habían desaparecido prácticamente ante sus propios ojos. En el patio no estaban, eso podía darlo por seguro, pero sentía que de seguro se encontraban en algún lugar de la mansión. Lo más lógico fue empezar por el nivel inferior, revisó cuanto salón le fue posible, entro tras cada puerta que pudo abrir –algunas se cerraron en sus narices junto antes de que pudiera entrar- y hurgueteó entre los floreros que aparecían en su camino. Repitió el mismo proceso en el segundo y tercer piso, y lamentablemente obtuvo el mismo resultado: Nada.
Más no se daría por vencida.
Volvió a segundo piso, en donde a su parecer habían más habitaciones y más lugares por los que buscar minuciosamente, y nuevamente comenzó su búsqueda desde otros puntos que no había visto anteriormente, se agacho y gateó para poder ver debajo de los muebles, inconsciente de lo que pudiera estar pasando a su alrededor, hasta que su frente fue a dar con un par de piernas. – Ouch … - Se quejó por lo bajo, algo que no fue más que un gesto. – Lo… lo lamento. – Musitó mientras se dejaba caer sentada sobre el piso, acariciándose la frente mientras elevaba la vista para ver con quien había chocado.
Mary Guertena
Burguesa
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Fecha de nacimiento : 27/04/1918
La mañana era un buen momento para poder despejarse un poco, o merodear por el orfanato para terminar de arreglar cualquier tipo de asunto. Si algún niño tenía que hacer un remiendo, era el momento. Lo mismo que si alguno pretendía hacer cualquier otro tipo de cosa, como por ejemplo hacer sus tareas, o practicas las correcciones que la maestra Josephine podría hacer. Nadie quería que la maestra Josephine le corrigiera dos veces lo mismo, o siquiera eso. Nadie quiere en realidad, que le corrigieran siquiera una vez. Aunque debía de admitir, que no era nada de eso lo que obnubilaba sus pensamientos esa mañana. Simplemente caminaba por el segundo piso, donde le gustaba estar más en realidad. Cerca de los dormitorios, cerca del cuarto de costura, de la sala de juegos y la biblioteca. Si no fuera porque el baño de mujeres se encontraba abajo, sería realmente su piso preferido, pero no podía quejarse.
Curiosa, como lo era su mirada en realidad, decidió salir un momento de la biblioteca donde habría estado leyendo un libro, y de paso visitando a Sir Marcus, como Fausto bautizo al canario de la biblioteca unas noches atrás.
-¡Adios!- Saludo fuerte, pero también en un susurro al pajarillo, pues los modales eran importantes y ademas él siempre le daba la bienvenida al llegar. No diría que amaba a ese animalito, pues sinceramente prefería mil veces al conejo de la enfermería, aunque no se pudiera entrar allí por cualquier cosa. Debería estar enferma, y no era algo que le apeteciera de momento. Podría haber terminado fácilmente allí por unos días tras la aventura que se moto hace no mucho con el niño nuevo, Dio, y el extraño de Fausto.
Menuda ocasión la que le había tocado compartir con Fausto y Dio, pero por suerte, todo había terminado. Si, aun tenía las yemas algo adoloridas por los pinchazos que se dio, y no era de menos. El día después el dolor se había extendido por todas sus manos, pero en buena hora la enfermera del orfanato le dio una medicina que le hizo mermar esa incomodidad. Claro, aun no escribía del todo a gusto, y ni siquiera pensar en agarrar una aguja. Pero como siempre, era lo de menos. Su necesidad más imperiosa había terminado, y por ende, no tenía razones verdaderas para tener que manipular alguna aguja.
Se paro por unos segundos en la puerta de la biblioteca, viendo quien más estaría cerca. No noto nadie al comienzo, pero un pequeño movimiento le llamo la atención. No parecía ser de ningún modo un adulto, por la altura, pero definitivamente tampoco era un niño. Mary se acerco dando algunos pasos, mientras observaba todo al lado de unas de las mesas que solían haber a mitad de pasillo. Era una de las nuevas, la reconocía así, pero no sabía su nombre. No se habían presentado, y en realidad jamás la escucho decir palabra alguna en lo que iba de su estadía. Pero la verdadera razón por la que se detuvo a verla, era esa extraña manera de caminar encorvada, como si quisiera ver por debajo de los muebles. -¿Estará buscando algo….?- Pensaría, mientras como una muñeca de decoración seguía estática. Poco a poco se acercaba a su persona, pero no era algo que parecía notar. Y efectivamente, no la noto hasta que la niña choco con sus piernas, y cayó sentada al piso. Mary la observo extrañada, esperando que haría a continuación. Un leve quejido y una disculpa. ¿Era lo de menos, no? Normalmente la gente no andaba de ese modo por la vida, pero se sentía muy buena ese día. La iba a disculpar, y hasta tendría la molestia de preguntarle si estaba bien.
-No hay problema… ¿Estás bien?- Dijo, tornando una sonrisa en sus labios, a la vez que se inclinaba un poco para darle la mano. Quizás ser tan amigable con alguien nuevo no era su estilo, pero se conseguían mas moscas con miel que con vinagre. Y realmente, lo que buscaba Mary era calmar esa curiosidad que crecía dentro de ella. ¿Qué estaba buscando esta niña? ¿Sería algo que también pudiera llamarle la atención? Sentimientos conflictivos brotaban en su pecho, pero la experiencia le enseño que lo mejor en esas ocasiones, es sonreír. Mas si es alguien que está a tu altura, y puedes ver a los ojos sin tener que levantar la cabeza.
-Por cierto… ¿Qué estas buscando?- Pregunto ahora, sin idas ni vueltas. Si era algo interesante, podía ayudarla. Si no, pues podría dar una vaga explicación, o guardarse lo que tuviera que decir.
Curiosa, como lo era su mirada en realidad, decidió salir un momento de la biblioteca donde habría estado leyendo un libro, y de paso visitando a Sir Marcus, como Fausto bautizo al canario de la biblioteca unas noches atrás.
-¡Adios!- Saludo fuerte, pero también en un susurro al pajarillo, pues los modales eran importantes y ademas él siempre le daba la bienvenida al llegar. No diría que amaba a ese animalito, pues sinceramente prefería mil veces al conejo de la enfermería, aunque no se pudiera entrar allí por cualquier cosa. Debería estar enferma, y no era algo que le apeteciera de momento. Podría haber terminado fácilmente allí por unos días tras la aventura que se moto hace no mucho con el niño nuevo, Dio, y el extraño de Fausto.
Menuda ocasión la que le había tocado compartir con Fausto y Dio, pero por suerte, todo había terminado. Si, aun tenía las yemas algo adoloridas por los pinchazos que se dio, y no era de menos. El día después el dolor se había extendido por todas sus manos, pero en buena hora la enfermera del orfanato le dio una medicina que le hizo mermar esa incomodidad. Claro, aun no escribía del todo a gusto, y ni siquiera pensar en agarrar una aguja. Pero como siempre, era lo de menos. Su necesidad más imperiosa había terminado, y por ende, no tenía razones verdaderas para tener que manipular alguna aguja.
Se paro por unos segundos en la puerta de la biblioteca, viendo quien más estaría cerca. No noto nadie al comienzo, pero un pequeño movimiento le llamo la atención. No parecía ser de ningún modo un adulto, por la altura, pero definitivamente tampoco era un niño. Mary se acerco dando algunos pasos, mientras observaba todo al lado de unas de las mesas que solían haber a mitad de pasillo. Era una de las nuevas, la reconocía así, pero no sabía su nombre. No se habían presentado, y en realidad jamás la escucho decir palabra alguna en lo que iba de su estadía. Pero la verdadera razón por la que se detuvo a verla, era esa extraña manera de caminar encorvada, como si quisiera ver por debajo de los muebles. -¿Estará buscando algo….?- Pensaría, mientras como una muñeca de decoración seguía estática. Poco a poco se acercaba a su persona, pero no era algo que parecía notar. Y efectivamente, no la noto hasta que la niña choco con sus piernas, y cayó sentada al piso. Mary la observo extrañada, esperando que haría a continuación. Un leve quejido y una disculpa. ¿Era lo de menos, no? Normalmente la gente no andaba de ese modo por la vida, pero se sentía muy buena ese día. La iba a disculpar, y hasta tendría la molestia de preguntarle si estaba bien.
-No hay problema… ¿Estás bien?- Dijo, tornando una sonrisa en sus labios, a la vez que se inclinaba un poco para darle la mano. Quizás ser tan amigable con alguien nuevo no era su estilo, pero se conseguían mas moscas con miel que con vinagre. Y realmente, lo que buscaba Mary era calmar esa curiosidad que crecía dentro de ella. ¿Qué estaba buscando esta niña? ¿Sería algo que también pudiera llamarle la atención? Sentimientos conflictivos brotaban en su pecho, pero la experiencia le enseño que lo mejor en esas ocasiones, es sonreír. Mas si es alguien que está a tu altura, y puedes ver a los ojos sin tener que levantar la cabeza.
-Por cierto… ¿Qué estas buscando?- Pregunto ahora, sin idas ni vueltas. Si era algo interesante, podía ayudarla. Si no, pues podría dar una vaga explicación, o guardarse lo que tuviera que decir.
Isabella DuMort
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Luego de frotar con la mano suavemente un par de veces la zona de impacto en su frente el dolor logro desaparecer, el golpe no había sido lo suficientemente fuerte como para dejar un chichón, así que todo había sido un simple y minúsculo accidente.
Pero al levantar la vista hacia la persona con la que había chocado se quedó completamente callada, casi anonadada viéndola, puesto la sensación de haberla visto se había empezado a formar en su pecho y entonces, una lluvia de imágenes comenzaba a llegar a su cabeza. ¿Dónde la había visto antes? La joven de cabellera rubia era tan bella y tan delicada que podría pasar perfectamente por una muñeca de porcelana, mas nunca había visto una muñeca de porcelana que se pareciera a ella, por lo que ellas no eran la respuesta a su incógnita. Luego un rato ensimismada, sus palabras parecieron llegar de golpe a ella y le hicieron sacudir levemente la cabeza. – Si… estoy bien, gracias. ¿Cómo… estas tú? - Musitó en voz baja mientras veía tanto el modo en el que se inclinaba para servirle ayuda como en su sonrisa. Sintió una extraña y repentina desconfianza en lo más profundo de su pequeño e ingenuo ser, pero aquella chiquilla no era más que otra de las tantas niñas que habitaban en el Orfanato, tal como ella.
Luego de unos escasos segundos de duda, recibió su ayuda al tomar su mano y ponerse de pie, instancia que aprovecho para sacudir el polvo y cualquier suciedad de sus ropas, levantando la vista en cuanto escucho una nueva pregunta por parte de la joven de cabellos dorados. – Oh… pues yo. - ¿Estaría bien decirle lo que estaba buscando? Si hubiera sido un juguete o algún lápiz perdido de la caja de colores le hubiera dicho sin miramientos, mas sentía algo de recelo por sus rosas. Pero nuevamente, la joven no parecía la clase de niños que iba a por una flor solo para pisarlas, no… ella lucia más delicada y educada como para hacer algo así.
- Busco unas rosas. – Respondió finalmente, mirándola a ella, pero siempre observando de reojo a su alrededor, como si el hecho de mencionarlas fuera a provocar que apareciesen al instante. – Las perdí en cuanto llegue y no he podido encontrarlas…- Agregó cabizbaja mientras se abrazaba a sí misma, pensando en lo decepcionado que se sentiría Garry si no encontraba pronto su rosa.
Pero al levantar la vista hacia la persona con la que había chocado se quedó completamente callada, casi anonadada viéndola, puesto la sensación de haberla visto se había empezado a formar en su pecho y entonces, una lluvia de imágenes comenzaba a llegar a su cabeza. ¿Dónde la había visto antes? La joven de cabellera rubia era tan bella y tan delicada que podría pasar perfectamente por una muñeca de porcelana, mas nunca había visto una muñeca de porcelana que se pareciera a ella, por lo que ellas no eran la respuesta a su incógnita. Luego un rato ensimismada, sus palabras parecieron llegar de golpe a ella y le hicieron sacudir levemente la cabeza. – Si… estoy bien, gracias. ¿Cómo… estas tú? - Musitó en voz baja mientras veía tanto el modo en el que se inclinaba para servirle ayuda como en su sonrisa. Sintió una extraña y repentina desconfianza en lo más profundo de su pequeño e ingenuo ser, pero aquella chiquilla no era más que otra de las tantas niñas que habitaban en el Orfanato, tal como ella.
Luego de unos escasos segundos de duda, recibió su ayuda al tomar su mano y ponerse de pie, instancia que aprovecho para sacudir el polvo y cualquier suciedad de sus ropas, levantando la vista en cuanto escucho una nueva pregunta por parte de la joven de cabellos dorados. – Oh… pues yo. - ¿Estaría bien decirle lo que estaba buscando? Si hubiera sido un juguete o algún lápiz perdido de la caja de colores le hubiera dicho sin miramientos, mas sentía algo de recelo por sus rosas. Pero nuevamente, la joven no parecía la clase de niños que iba a por una flor solo para pisarlas, no… ella lucia más delicada y educada como para hacer algo así.
- Busco unas rosas. – Respondió finalmente, mirándola a ella, pero siempre observando de reojo a su alrededor, como si el hecho de mencionarlas fuera a provocar que apareciesen al instante. – Las perdí en cuanto llegue y no he podido encontrarlas…- Agregó cabizbaja mientras se abrazaba a sí misma, pensando en lo decepcionado que se sentiría Garry si no encontraba pronto su rosa.
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