Primer Tributo: La carga del pasado. (Libre)

La fatiga y el hambre habían sido los dos lacerantes torturadores de Garret durante el día anterior, pero si no hubiera sido por la repentina aparición del misterioso orfanato, probablemente habrían sido sus verdugos. Y no obstante ya estaba repuesto de ambos malestares, su desaparición le permitió la entrada a uno quizá aún más ponzoñoso… el aburrimiento. Así es, Garret sufría de un agudo aburrimiento en apenas el segundo día de su “nueva vida”, y es que tratándose de un chico de dieciocho años que durante toda una década vivió acostumbrado a ciertos pasatiempos, le era bastante difícil hallarse nuevas entretenciones en un lugar incapaz de sustentar las anteriores. Por eso envidiaba a los huérfanos más pequeños, su exuberante e inocente imaginación les permitía divertirse con cualquier cosa, cada día podían imaginar una nueva aventura. En cambio, él tenía que lidiar con las barreras de su propia madurez y encima cargar con su condición de ser “el nuevo”, llegaba a preguntarse si siquiera encontraría gente de su edad con la cual relacionarse.

-No puedo seguir así- musitó en su cama, levantándose de esta con decisión. Si no encontraba nuevas entretenciones o personas que le ayudasen a sobrevivir sus futuros días allí, el aburrimiento terminaría por volverle loco. Salió del solitario dormitorio y recorrió los pasillos en busca de... cualquier cosa, en verdad, ayudaría hasta con las labores del lugar si así conseguía distraerse. Los niños y uno de sus juegos apareció en su mentalidad; tan infinita era su imaginación que parecían haber creado su propio tipo de gran juego grupal con mecánicas y todo, según entendía tenían que reunir cada cuanto un objeto en especial al cual llamaban “tributo”. Y aunque niños y todo, algunos parecían bastante urgidos por encontrar la ofrenda a tiempo, según veía era una actividad con bastante peso, como una tradición. Claramente, en su ignorancia, él veía todo como un juego más de niños y ya, pero ya aprendería la verdad.

Se consideraba ya algo grande para participar de cosas así, sin embargo, quizá eso era justo lo que necesitaba para escapar del aburrimiento durante los siguientes días. Y sin darse cuenta, sus pasos le llevaron al desolado patio frontal del orfanato. La única vida que encontraría ahí serían unas cuantas rosas, pero aun así era muchísima más vida que el actual montón de cenizas que era el jardín de su antiguo hogar. Suspiró con pesadez mientras se adentraba en el terreno.

En busca de distracción, recorría sin ningún rumbo en particular la amplitud de aquel vació terreno, examinando cada rincón del mismo con su sereno mirar que constantemente volvía a caer sobre los seductores rosales de encarnada belleza, lo único realmente llamativo en todo ese erial páramo que tenían por patio. Las dichosas flores inevitablemente le traían a la memoria a su viejo hogar y a los extensos jardines donde solía ocuparse por las frías mañanas, y aunque allí tenían un millar más de ellas, una rosa seguía siendo una rosa. Y las rosas del orfanato eran especiales, pues su evocador encanto sería uno de los pocos vínculos que tendría cerca para rememorar su pasado. Serían un cruel recuerdo, y con lo que avecinaba, uno doloroso.

Salió con brusquedad del mar de pensamientos al percibir en el aire la inconfundible fragancia de las rosas, pero más que resultar agradable le empalagó el olfato, algo no estaba bien. El rechazo a tan intenso olor le hizo retroceder varios pasos con algo de prisa, alejándose cuanto podía de las rosas, frenando en seco al escuchar ese desgarrador chillido… podría jurar que habían venido de las mismas flores. Las observó justo a tiempo para toparse con la sobrenatural escena, su bermeja y viva tonalidad cambió a un blanco de muerte, pero no acabó ahí, las espinas que poseían en su tallo comenzaron a crecer amenazantemente cual fiera mostrando las garras. No podía creerlo, mas la impresión le petrifico, su paralizado cuerpo solo pudo darse el lujo de leer el mensaje escrito en el suelo.

¿Una promesa? independientemente del caos a su alrededor, no entendía. Quería huir, pero ya era tarde, cuando apartó la mirada del misterioso mensaje se vio a sí mismo rodeado por la agresiva flora y no había ni rastro del orfanato. Comenzó a entrar en pánico y su cuerpo respondió acelerándose en frecuencia cardiaca, su respiración era agitada y un leve temblor se apoderó de su cuerpo. Fuese todo real o no, estaba pasando y debía actuar.

Bajó la mirada hacia sus pies y leyó el mensaje de sus captoras, pedían dulces. “¿Dulces?” pensó confundido, recordando al segundo después las golosinas que portaba en su bolsillo. Estaba algo desconfiado con la demanda, dudaba fuera algo tan literal y no tenía la más mínima idea de que querían decir con “Stray Dog”. Sin otra alternativa, cogió uno de los dulces en su bolsillo, agachándose después para estirar su temblorosa mano hacia las rosas, haciéndose un pequeño corte con las espinas debido a su propia agitación.

En una mueca de súbito e ínfimo dolor, el desconcertado huérfano cerró con fuerza uno de sus ojos al sentir el lacerante tacto de la espina hendir la superficialidad de su piel, abriendo en ella una diminuta fisura desde la cual la sangre no demoró en brotar en un parsimonioso fluir de bermejo color. Sin retirar la mano de donde estaba, giró la misma hacia sí para observar la herida con mayor claridad, asegurándose de que solo fuera un rasguño insignificante. Al comienzo sintió un alivio efímero, no obstante, no tardó en llegar a una incómoda conclusión: No estaba alucinando, o quizá si lo estaba y dicha alucinación simplemente era capaz de herirle. Su temor creció un poco más, pero su mano no retrocedió, permaneciendo tan inmóvil como podía por sobre las fieras rosas.

Advirtió la presencia de la extraña sombra solo cuando esta estuvo ya demasiado cerca, exaltándose en su mudez ante la súbita impresión, petrificándose. Expectante, contuvo la respiración cuando aquella zarpa emergió de entre las rosas para tomar la dichosa golosina, la cual entregó sin vacilar. En eso, notó como la sangre derramada sobre una de las flores le devolvía el color a la misma y a su vez enviaba a las demás de vuelta a su lugar, regresándole la normalidad a aquel desértico patio. Junto a él, solo quedó el capullo de una rosa roja y un último mensaje.

-No fue nada…- logró balbucear tras un largo silencio, reincorporándose. Incapaz de entender qué fue todo eso, miró temeroso a su alrededor y recogió con recelo el capullo de rosa roja, examinándolo más de cerca. Todavía no tenía claro si ese era su tributo, mas prefería obviarse las dudas antes que arriesgarse a repetir lo anterior. Guardó el capullo y se apresuró en volver al orfanato, se sentía observado ahí fuera.

¿Donde diablos había ido a parar?