El Deseo de un Ángel

La puerta de la entrada se abrió lentamente para dar paso a la doncella. Sus rasgos exquisitamente femeninos contrastaban con la ropa casi varonil que en ese preciso instante vestía. No recordaba cómo ni cuando había visto la oferta de empleo. Esto la perturbaba, pues quizá se había equivocado. Portando dos maletas, una a cada lado, la mujer entró en el amplio recibidor del orfanato.

Cuidadosamente dejó a un lado parte de sus pertenencias para cerrar tras de sí la puerta, y es que siempre había opinado que era mejor dejar las cosas tal y como uno las encontró o mejor. Miró a ambos lados, esperando quizá que hubiese alguien para recibirla, pero no parecía ser el caso.

-Buenos días -Casi susurró con voz cristalina y suave-. Vine para solicitar el puesto de enfermería...

Su voz se apagaba poco a poco, como temiendo romper la atmósfera del lugar. Viendo el sofá decidió tomar asiento. Hubiese sido más apropiado pedir permiso para ello, pero no vió a quién dirigirse. Sentose la recién llegada, ambas maletas a un lado, recostadas contra el sofá. No parecía un mal lugar aquel al que la casualidad, o puede que el destino, la había conducido. Repasó con la mirada los cuadros de los niños que allí aparecían. De ahora en adelante debería procurarles el mejor de los cuidados. Finalmente sus ojos se detuvieron en el florero, coronado por un ramo de rosas blancas. Tan blancas... "Hubiesen sido más bellas de ser rojas" meditó fugazmente.

Aerie, pues tal era su nobre, bajó los párpados para respirar profundamente. Una nueva vida. Un nuevo comienzo. Era todo lo que necesitaba. Sentada con la espalda erguida, como toda buena señorita debería, y las manos unidas en su regazo, esperó pacientemente en el recibidor.

El repentino crujir de la madera la sobresaltó. Durante unos segundos permaneció expectante, esperando, afinando el oíd para tratar de discernir su posición. Fue incapaz. Entonces, como surgida de las tinieblas, apareció la fugura de un hombre. Se presentó como el mayordomo. Riéndose de sí misma por lo absurdo de la situación se dispuso a presentarse tras ponerse en pie.

-Un placer Mr. Helleson. Mi nombre es Aerie Cerviell, enfermera. Había venido para solicitar la plaza que según recuerdo, estaba disponible.

Por unos instantes rogó al cielo no haberse equivocado. ¿Y si la dirección que apuntó no era la correcta? ¿y si la vacante estaba cubierta? ¿Y si...? Pero no, sería mucho mejor escuchar al mayordomo que cabilar acerca de qué podría ocurrir. El lugar parecía ser acogedor, o al menos tal como Aerie esperaba. La melancolía parecía cubrir cada rincon, algo que ahora ella necesitaba. La presencia de los niños, el trabajo como cuidadora... todo ello la ayudaría, poco a poco, a olvidar los avatares de su pasado y a centrarse en el futuro.

Ahora, en presencia de quien la recibía por vez primera en la institución, la mujer se sintió en cierto modo insignificante. "Debería haberme puesto un vestido, con estas ropas no doy demasiada buena impresión...". La reflexión acerca de su atuendo, unos cómodos pantalones con una camisa, debió habérsele planteado con anterioridad. Aunque quizá, vestida de forma cómoda, diese una imágen de profesionalidad que un vestido hubiese opacado.

El corazón le dió un vuelco cuando el mayordomo volvió a intervenir en la conversación. ¿No había leído nunca tal mensaje? Pero ella... ¿O quizá no? Durante una fracción de segundo su mente buscó las palabras de disculpa necesarias y un modo rápido de abandonar el lugar sin levantar demasiado ajetreo. Pero parecía que el destino tuviese otros planes para ella.

Quizá nunca había visto un anuncio o algo similar, o podría haber anotado mal la dirección, ¿Quizá tomó un bus que no correspondía? Fuera cual fuese la explicación, sus pasos la habían llevado finalmente a un lugar dónde era necesitada. Y si bien no habría sido su intención, ¿Cómo negarse al desarrollo de los hechos?

El mayordomo no criticó su deslíz, ni tan siquiera mencionó más que unas escasas palabras al respecto antes de aceptarla sin más. Si todos en aquel lugar eran así, la vida en Rose Garden se haría sumamente placentera. Sin demora Aerie tomó de nuevo sus maletas y tras musitar las convenidas frases de agradecimiento siguió al señor Helleson a través de la capa de tinieblas, ¿No había modo de iluminar aquel oscuro lugar? Parecía que en cualquier momento fuese a perder al mayordomo, por lo que caminaba más con la vista fija en él que admirando el recorrido que hacía.

Aerie siguió al hombre. SIn duda debería conocer la casa como la palma de su mano, de otro modo no le sería posible caminar con tanta seguridad en medio de las tinieblas. En cuanto recorrieron el pasillo la oscuridad que había envuelto hasta entonces la casa se disipó, casi como si alguien hubiese prendido la luz. Quizá el modo había sido algo... peculiar, pero la mujer quedó agradecida y no se planteó lo extraño de la situación.

Mr. Helleson volvió a dirigirle la palabra. Le explicó cual sería su alojamiento y le dió las mínimas pautas de conducta que debería seguir. Ella escuchó atentamente. En el trascurso de sus explicaciones el llamó a unos niños con un gesto quienes se ofrecieron a llevarle las maletas. Con una cándida sonrisa y musitando unas palabras de agradecimiento la mujer les tendió sus dos maletas, con ropa en su mayoría, y continuó su conversación con el mayordomo.

En un principio le había parecido un hombre raro. Casi llegó a sentir miedo tras su repentina aparición. Pero ahora le caía muchísimo mejor. Era amable y formal, y parecía muy servicial. Seguro que se llevarían bien. Cuarto aparte, mayordomos formales, ¿No era eso un estupendo ambiente laboral? Y había llegado por error. Era una chica afortunada. O eso parecía, al menos por ahora. Mr. Helleson anunció que la conduciría hasta la caseta aparte, dónde residían los adultos del lugar y por tanto sus compañeros. Ella asintió a sus afirmaciones y contestó con las breves fórmulas de cortesía tan conocidas por todos. Estaba claro que continuaría el tour hasta que Helleson se diese por satisfecho.

Finalmente el recorrido dirigido por el señor Helleson condujo a ambos adultos hasta la puerta trasera. Una vez allí hizo entrega de una pequeña llave a la dama y le dió indicaciones sobre como llegar a la caseta dónde se alojaría. Tras tomar el objeto y agradecer a Helleson su diligencia aguardó unos instantes. Pero no parecía que tuviese la más mínima intención de acompañarla. Resultaba peculiar que le enseñase el orfanato y la dejase sola para recorrer el bosque y buscar el alojamiento de los empleados. Rápiamente y tras musitar otra palabra de agradecimiento la mujer salió hacia el exterior.

Estaba claro que debería dirigirse hacia su habitación, al fin y al cabo es dónde habrían llevado sus posesiones. Mientras encaminaba sus pasos a través del sendero comenzaron a atravesar su mente las dudas lógicas que debió haber preguntado al mayordomo. Sin embargo Helleson no pareció en ningún momento interesado en ella... ni en nada, en realidad. Tan solo cumplió su cometido con gran pulcritud. Ahora debía hacerse a así misma las preguntas para las que no tenía respuesta. ¿Con quién trabajaría? ¿Cuándo debería empezar? Ni siquiera sabía cuanto iba a cobrar... bueno, dado que era una chica inteligente podría solventar eso problemas sobre la marcha... y si finalmente el sueldo no era de su agrado siempre podría abandonar el empleo.

Siguiendo el sendero no le fue dificil orientarse. Tal y como el peculiar hombre del orfanato le había dicho. La caseta que se alzaba tomando un desvío desde el camino principal, era el lugar dónde los distintos profesores y empleados del orfanato habitaban. Su nuevo hogar. Las lágrimas se abrían paso a través de los ojos de la mujer, pero reacia a derramar una sola, pues no era ésta la ocasión, se las enjugó rápidamente y se adentró en el espacio que le era reservado. Su nueva habitación. Tan solo esperaba encontrar allí sus pertenencias. El primer paso de su nueva vida sería ubicarlas allá dónde les correspondiese. Luego podría descansar brevemente del viaje e indagar acerca de sus labores. Esperaba que esto no le resultase demasiado difícil.

La vida en Rose Garden parecía dar comienzo y la mujer del cabello dorado creía estar preparada para ella.

El lugar, aunque no demasiado espacioso, parecía sumamente acogedor. Platos y otros enseres demostraban la actividad reciente de la zona, aunque ahora parecía hallarse vacía. Tratando de no hacer demasiado ruido, pues no era su intención perturbar el silencio que envolvía el edificio, se encaminó hasta dar con la puerta abierta.

Su nueva habitación era sin lugar a dudas mucho mejor de lo que habría esperado. Lo primero que hizo fue abrir la ventana, dejando que el aire fresco inundase el lugar. La suave brisa mecía las cortinas. Cerró la puerta y comenzó su labor de preparación. Abrió las maletas de par en par y comenzó a situar las prendas sobre la cama, separándolas de otros útiles. Acto seguido abrió la cajonera para comenzar a guardar sus ropas. Cual no sería su sorpresa al encontrar una montañita de 30 botones. Frunciendo el ceño dejó la ropa aparte y comenzó a examinarlos. ¿Quién necesitaría tantos botones? ¿No deberían estar en otro lugar? Sobre éstos había además una llave etiquetada como "Enfermería". Muy apropiado, ¿Habrían sido los mismos que habían traído las maletas quienes habían puesto el objeto allí? Mr. Helleson no podía haberlo hecho, y no era de recibo pensar que esa llave llevase allí mucho tiempo... quizá esos mismos niños habían dejado los botones. Pensar en el motivo era ya otra cosa.

Despejó su mente de dudas y apartó los botones. Ya que podrían ser de alguien decidió guardarlos dentro de uno de sus calcetines a falta de otro recipiente mejor. La llave, por supuesto, la llevó consigo. El sol brillaba y el lugar esperaba. Desde luego era una gran habitación, con baño propio y todo. Aunque parecía faltarle la ropa de cama... bien podría apañárselas con su propia manta hasta que hablase con otro de los empleados al respecto, seguramente habría sábanas que ella pudiese usar.

Definitivamente Aerie se encontraba bien en Rose Garden. Tras ordenar el lugar se tumbó durante unos instantes sobre la cama, cerró los ojos y descansó. Descansó de todo cuanto pesaba en su interior, de sus propias dudas y remordimientos, de sus miedos... por unos instantes sencillamente disfrutaría. De ahora en adelante sería la enfermera de Rose Garden, es todo cuanto importaba.