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Los Dos Pares de Ojos Rojos [Libre/Tributo]
Abraham S. Grundy
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La noche acunaba el orfanato entre pequeñas ráfagas de viento que se escurrían entre los huecos de puertas y ventanas, amedrentando a algunos niños, susurrándoles sus fríos versos al oído. Cada cama chirriaba en diferente tono, siguiendo inconscientemente un ritmo acompañado por las patitas de los ratones en la madera y el tictagueo del reloj colgado en la pared de forma estratégica para que ningún niño pudiese cogerlo y jugar con el.
Hacía unas horas, Abraham fue allí antes de los normal. El sol aún asomaba en el horizonte adornando el cielo como si hubiese vertido un vaso de zumo cuando se sentó en su cama y leyó varias páginas de Hamlet. Paró justo cuando se anunciaba por vez primera la muerta de Ophelia, cerrando sus ojos arrullado por el suave calor y las palabras de Shakespeare. Horas después se despertó con el libro abierto en su pecho sin más luz que la de las estrellas. Estaba en la misma posición que recordaba: con las rodillas flexionadas apretando el libre hacia él y con la espalda apoyada en la pared. Su cuello estaba ligeramente entumecido, pero aparte de eso se encontraba en perfectas condiciones.
Al a ver comenzado a dormir mucho antes, se pasó dos horas mirando el techo tumbado y sin poder dormir, escuchando la sinfonía nocturna de camas, ratones y tic-tacs. aburrido, buscó una vela o linterna para poder seguir leyendo. Recorrió cual gusano el suelo, debajo de las camas, sin ningún resultado, hasta que al final encontró un ratón atascado entre las tablas de uno de los camastros. Inicialmente intentó sacarlo sin más, pero el animal se quejaba; entonces utilizó uno de los palos de su diábolo (hechos con metal) e hizo palanca.
La casa podía tener arañas por el polvo y ratones por estar en el campo, los cuales no hacían daño sin motivo y si se encontraban con Abraham, hasta podían llegar a jugar con él. Cual fue su sorpresa al incorporarse con el animal entre las manos e intuir que este era más grande de lo normal. Era una rata, una rata grande y negra que no dejaba de agitar su cola de gusano, observando al chico con intenciones sibilinas. Abraham lo supo. La rata lo intuyó y entonces lo mordió, escapando.
No se molestó en soltar algún sonido de dolor, se llevó la mano contraria a la herida y buscó desesperadamente a la criatura. Se había escondido rápido. Él cerró los ojos y los volvió a abrir, un poco más acostumbrados a la oscuridad. Sintió un bulto inusual en una de las camas y destapó rápido al niño que dormía en ella, allí estaba, a punto de morder a su compañero con sus asquerosos dientes. Abraham alzó los palos del diábolo y antes de poder ensartarla, saltó. El niño seguía durmiendo, gimiendo ligeramente por el frío que comenzaba a invadirlo y buscando a tientas las sábanas que Abraham volvió a ponerle con cariño fraternal sin perder de vista a su enemigo. Había salido del cuarto.
Cerró la puerta a sus espaldas y buscó con la mirada sin encontrar el rastro del roedor. De repente sintió una brisa frágil que le llevaba un sonido casi imperceptible, un chirrido agudo. Siguió, concentrado, el susurró hasta la primera planta. Prácticamente iba con los ojos cerrados, dada la poca luz que había, hasta que llegó a una puerta: La Sala de Clases. Apretó su arma y rápidamente entró, cerrando la puerta con una gran velocidad por si acaso el animal huía. Inspeccionó desde el sitio el aula y se aproximó a las cortinas para dejar entrar la luz. Al agarrarlas, la herida le escocía ligeramente. Abraham no apoyaba las peleas de ratas que podían organizarse como en el siglo XIX, pero en ese momento podía hacer una excepción.
Con la luz, los pupitres no eran solo siluetas y las sillas no eran solo sombras.
-Vamos, vamos, Claudius Rattus... si te atreves muéstrate.
Hacía unas horas, Abraham fue allí antes de los normal. El sol aún asomaba en el horizonte adornando el cielo como si hubiese vertido un vaso de zumo cuando se sentó en su cama y leyó varias páginas de Hamlet. Paró justo cuando se anunciaba por vez primera la muerta de Ophelia, cerrando sus ojos arrullado por el suave calor y las palabras de Shakespeare. Horas después se despertó con el libro abierto en su pecho sin más luz que la de las estrellas. Estaba en la misma posición que recordaba: con las rodillas flexionadas apretando el libre hacia él y con la espalda apoyada en la pared. Su cuello estaba ligeramente entumecido, pero aparte de eso se encontraba en perfectas condiciones.
Al a ver comenzado a dormir mucho antes, se pasó dos horas mirando el techo tumbado y sin poder dormir, escuchando la sinfonía nocturna de camas, ratones y tic-tacs. aburrido, buscó una vela o linterna para poder seguir leyendo. Recorrió cual gusano el suelo, debajo de las camas, sin ningún resultado, hasta que al final encontró un ratón atascado entre las tablas de uno de los camastros. Inicialmente intentó sacarlo sin más, pero el animal se quejaba; entonces utilizó uno de los palos de su diábolo (hechos con metal) e hizo palanca.
La casa podía tener arañas por el polvo y ratones por estar en el campo, los cuales no hacían daño sin motivo y si se encontraban con Abraham, hasta podían llegar a jugar con él. Cual fue su sorpresa al incorporarse con el animal entre las manos e intuir que este era más grande de lo normal. Era una rata, una rata grande y negra que no dejaba de agitar su cola de gusano, observando al chico con intenciones sibilinas. Abraham lo supo. La rata lo intuyó y entonces lo mordió, escapando.
No se molestó en soltar algún sonido de dolor, se llevó la mano contraria a la herida y buscó desesperadamente a la criatura. Se había escondido rápido. Él cerró los ojos y los volvió a abrir, un poco más acostumbrados a la oscuridad. Sintió un bulto inusual en una de las camas y destapó rápido al niño que dormía en ella, allí estaba, a punto de morder a su compañero con sus asquerosos dientes. Abraham alzó los palos del diábolo y antes de poder ensartarla, saltó. El niño seguía durmiendo, gimiendo ligeramente por el frío que comenzaba a invadirlo y buscando a tientas las sábanas que Abraham volvió a ponerle con cariño fraternal sin perder de vista a su enemigo. Había salido del cuarto.
Cerró la puerta a sus espaldas y buscó con la mirada sin encontrar el rastro del roedor. De repente sintió una brisa frágil que le llevaba un sonido casi imperceptible, un chirrido agudo. Siguió, concentrado, el susurró hasta la primera planta. Prácticamente iba con los ojos cerrados, dada la poca luz que había, hasta que llegó a una puerta: La Sala de Clases. Apretó su arma y rápidamente entró, cerrando la puerta con una gran velocidad por si acaso el animal huía. Inspeccionó desde el sitio el aula y se aproximó a las cortinas para dejar entrar la luz. Al agarrarlas, la herida le escocía ligeramente. Abraham no apoyaba las peleas de ratas que podían organizarse como en el siglo XIX, pero en ese momento podía hacer una excepción.
Con la luz, los pupitres no eran solo siluetas y las sillas no eran solo sombras.
-Vamos, vamos, Claudius Rattus... si te atreves muéstrate.
Última edición por Abraham S. Grundy el Miér Mar 13, 2013 1:27 pm, editado 1 vez
Salir de Noche siempre ha sido peligroso. En especial en el orfanato, mas quizá entre monstruos se entendían y era por ello que el pequeño Burgués había de levantarse a tan tardías horas de la noche. La fecha límite para la entrega de los tributos llegaba a su fin y si deseaba conservar la cabeza sobre sus hombros como burgués debía apresurarse para entregar lo que los príncipes habían solicitado.
Un corazón. No, el propio corazón.
Fue quizá por su prisa que no escuchó los susurros y las risitas infantiles que le seguían en su desesperada carrera por llegar al primer piso. La rata se movió con salvaje premura escapando de su posible captor. No halló mejor lugar para refugiarse que un lugar igual de enorme que los Dormitorios, los cuales había convertido en su hogar: La Sala de Clases.
Nada podía verse allí, más que las siluetas vacías de los pupitres de sus compañeros. Un par de fotografías en la pared de al fondo estaban ocultas, y serían solo vistas cuando el pequeño apartó las cortinas.
La luz de la luna reveló más de lo que debía. La sala de clases estaba tal como había quedado luego de la sesión a la que el había tenido la osadía de no asistir. Como otra ilusa había visto al buscar las respuestas en la sala del aprendizaje, se encontró con que en la pizarra había un gran dibujo de un corazón, hecho de manera biológica con todas sus partes y sus respectivos colores. Había una pequeña parte de el que indicaba el color "Blanco Grisáceo" llamada Pericardio.
En una esquina había un cuadro esquemático que recitaba así:
La rata intentó escapar de la luz, y corrió hacia la pared de al fondo, que estaba adornada con flores y se escabulló por una de las grietas de esa pared. En la misma se encontraban las fotografías de los príncipes, príncipes que esperaban impacientes su regalo y que parecían reprochárselo con la mirada.
Mas como se cita en aquél libro que leía con detención: "Cuando llega la desgracia, nunca viene sola sino a batallones" y los pasos que lo habían estado siguiendo se hicieron más audibles cada vez. Era su vida una secuencia de eventos desafortunados que nunca acabaría.
Un corazón. No, el propio corazón.
Fue quizá por su prisa que no escuchó los susurros y las risitas infantiles que le seguían en su desesperada carrera por llegar al primer piso. La rata se movió con salvaje premura escapando de su posible captor. No halló mejor lugar para refugiarse que un lugar igual de enorme que los Dormitorios, los cuales había convertido en su hogar: La Sala de Clases.
Nada podía verse allí, más que las siluetas vacías de los pupitres de sus compañeros. Un par de fotografías en la pared de al fondo estaban ocultas, y serían solo vistas cuando el pequeño apartó las cortinas.
La luz de la luna reveló más de lo que debía. La sala de clases estaba tal como había quedado luego de la sesión a la que el había tenido la osadía de no asistir. Como otra ilusa había visto al buscar las respuestas en la sala del aprendizaje, se encontró con que en la pizarra había un gran dibujo de un corazón, hecho de manera biológica con todas sus partes y sus respectivos colores. Había una pequeña parte de el que indicaba el color "Blanco Grisáceo" llamada Pericardio.
En una esquina había un cuadro esquemático que recitaba así:
"Es una especie de saco o bolsa muy resistente, que reduce la fricción entre el corazón y los órganos que lo rodean en la cavidad torácica.
El pericardio es sostenido por ligamentos que actúan como soportes del corazón, evitando que se mueva en exceso con los cambios de posición del organismo. Además, esta capa es una barrera contra la propagación de infecciones. En resumen, el pericardio protege al corazón en si, siendo una parte de él y evita que se adhiera a otros elementos o partes que no son suyas".
La rata intentó escapar de la luz, y corrió hacia la pared de al fondo, que estaba adornada con flores y se escabulló por una de las grietas de esa pared. En la misma se encontraban las fotografías de los príncipes, príncipes que esperaban impacientes su regalo y que parecían reprochárselo con la mirada.
Mas como se cita en aquél libro que leía con detención: "Cuando llega la desgracia, nunca viene sola sino a batallones" y los pasos que lo habían estado siguiendo se hicieron más audibles cada vez. Era su vida una secuencia de eventos desafortunados que nunca acabaría.
- Nota:
- Como ya lo conversamos, por esta vez se te deja pasar el tema de los objetos, pero la próxima vez que desees un libro ve a buscarlo a la biblioteca, o explica de donde lo sacaste. Lo mismo cuando requieras Npc's para los eventos.
Abraham S. Grundy
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Inspeccionó pupitre por pupitre. Las tapas de las mesas resonaban ligeramente y justo cuando estaba por revisar uno que ya había abierto, pudo ver una cola de gusano escabullirse por un agujero oscuro y casi minúsculo. Saltó a su encuentro y rozó la superficie sin éxito, frustrado, asomó el ojo derecho por la grieta y lo sintió.
Unas risillas con apariencia inocente, acompañadas de pasos claros como la luna que resplandecía hicieron que los pelos de la nuca de Abraham se erizasen cual erizo. El pupitre más próximo a la puerta, el que aún yacía abierto, fue el que acercó a la puerta para bloquear la entrada. Su respiración aumentó en pocos segundos y los ojos, entrecerrados habitualmente, estaban completamente despiertos. No tenía la certeza de que fuese a funcionar tan simple barricada, pero de todos modos no podía hacer nada más aparte de esperar. Cuando iba a cerrar el dichoso pupitre percivió algo que le hizo remembrar. Perfecto, otra preocupación más: El Tributo. Buscó algún tipo de pista, algo que pudiese ayudarlo en su entrega. Caminando con soltura y rapidez, llegó a la pizarra.
-Es una especie de saco o bolsa muy resistente, que reduce la fricción entre el corazón y los órganos que lo rodean en la cavidad torácica. El pericardio es sostenido por ligamentos que actúan como soportes del corazón, evitando que se mueva en exceso con los cambios de posición del organismo. Además, esta capa es una barrera contra la propagación de infecciones. En resumen, el pericardio protege al corazón en si, siendo una parte de él y evita que se adhiera a otros elementos o partes que no son suyas.
¿qué significaba eso? Él nunca fue muy bueno con las Ciencias. Lo único de lo que tenía consciencia es de que un cuerpo vivo sangra. Se oyeron más pasos. Y de que el suyo podría llegar a hacerlo como no supiese mover sus pensamientos con lucidez. Agitó la cabeza, para aclarar las ideas y agarró con más fuerza sus bastones de diábolo, casi rompe la cuerda al querer separar las manos más de lo debido.
Siguió pensando en cual era su corazón, el tributo que sus Príncipes merecían. Giró la mirada a los retratos que parecían juzgarlos. Abraham no tenía buena memoria para las cosas, no podía culpar a nadie de su olvidadiza cabeza, por lo que continuó pensando. Las pocas personas que tuvieron contacto con él no pudieron conocerlo sinceramente, por lo que no serían capaces de determinar qué sería su corazón, qué serviría de tributo. Su abuela en una ocasión hizo referencia a eso. Le dijo que no tenía.
Volvió a escuchar los pasos y giró entre sus dedos uno de los bastones, dejando que el otro se moviese en el aire. Sería un monstruo si esos espectros conseguían entrar. Se movería como el diábolo danzante entre las cuerdas.
Unas risillas con apariencia inocente, acompañadas de pasos claros como la luna que resplandecía hicieron que los pelos de la nuca de Abraham se erizasen cual erizo. El pupitre más próximo a la puerta, el que aún yacía abierto, fue el que acercó a la puerta para bloquear la entrada. Su respiración aumentó en pocos segundos y los ojos, entrecerrados habitualmente, estaban completamente despiertos. No tenía la certeza de que fuese a funcionar tan simple barricada, pero de todos modos no podía hacer nada más aparte de esperar. Cuando iba a cerrar el dichoso pupitre percivió algo que le hizo remembrar. Perfecto, otra preocupación más: El Tributo. Buscó algún tipo de pista, algo que pudiese ayudarlo en su entrega. Caminando con soltura y rapidez, llegó a la pizarra.
-Es una especie de saco o bolsa muy resistente, que reduce la fricción entre el corazón y los órganos que lo rodean en la cavidad torácica. El pericardio es sostenido por ligamentos que actúan como soportes del corazón, evitando que se mueva en exceso con los cambios de posición del organismo. Además, esta capa es una barrera contra la propagación de infecciones. En resumen, el pericardio protege al corazón en si, siendo una parte de él y evita que se adhiera a otros elementos o partes que no son suyas.
¿qué significaba eso? Él nunca fue muy bueno con las Ciencias. Lo único de lo que tenía consciencia es de que un cuerpo vivo sangra. Se oyeron más pasos. Y de que el suyo podría llegar a hacerlo como no supiese mover sus pensamientos con lucidez. Agitó la cabeza, para aclarar las ideas y agarró con más fuerza sus bastones de diábolo, casi rompe la cuerda al querer separar las manos más de lo debido.
Siguió pensando en cual era su corazón, el tributo que sus Príncipes merecían. Giró la mirada a los retratos que parecían juzgarlos. Abraham no tenía buena memoria para las cosas, no podía culpar a nadie de su olvidadiza cabeza, por lo que continuó pensando. Las pocas personas que tuvieron contacto con él no pudieron conocerlo sinceramente, por lo que no serían capaces de determinar qué sería su corazón, qué serviría de tributo. Su abuela en una ocasión hizo referencia a eso. Le dijo que no tenía.
Volvió a escuchar los pasos y giró entre sus dedos uno de los bastones, dejando que el otro se moviese en el aire. Sería un monstruo si esos espectros conseguían entrar. Se movería como el diábolo danzante entre las cuerdas.
Carmine Rougeriant
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El meterse a la cama siempre se transformaba en un dilema para ella, especialmente porqué el intentar quedarse dormida siempre conllevaba el quedarse un tiempo tranquila, inmóvil, permitiendo que el cuerpo se relajara. Pero el relajó para ella era un sinónimo de no hacer nada, un sinónimo de pereza –un pecado- y algo que ella simplemente no podía soportar, algo que le traía siempre la angustiosa sensación de inutilidad.
Por lo mismo, siempre se mantenía despierta, leyendo hasta que Morfeo se impacientara y la reclamara en su mundo de sueños en vez de esperar a que ella se dirigiera sola hasta sus brazos. Para mantenerse iluminada sin molestar a sus demás compañeras, mantenía una única vela en su lado correspondiente de la mesa de noche, y muy apegada a ella, se dedicaba a leer, ya acostumbrada a la escasa luz que la débil vela le proporcionaba.
Pero si había algo a lo que no lograba acostumbrarse, era a los ruidos que inundaban la Mansión de noche.
Sus compañeras ignoraban dichos sonidos, ocultándose de ellos entre sus sueños, pero ella simplemente no podía dejarlos pasar desapercibidos. Y fueron estos ruidos los que consiguieron levantarla de la cama, tomar la vela que la iluminaba por la oreja de la palmatoria y en silencio, abandono la habitación. Su larga camisa de dormir le daba una imagen fantasmal, y sería más aún si llevara su cabello suelto, pero el mismo yacía trenzado sobre su hombro izquierdo. Avanzo con cuidado, sujetando la larga falda de su camisola para no llegar a tropezar, puesto que la vela no necesitaba ser protegida ya que el vidrio que la rodeaba se dedicaba de protegerla de la brisa que buscaba extinguirla. Avanzaba lenta y silenciosamente, volteando a ver cada rincón en busca de aquellos pasos y risas que podían escucharse. Reviso el baño y nada, la entrada tampoco tenía nada de lo inusual, pero al llegar a la Sala de clases, se encontró con que esta si bien se podía abrir, estaba bloqueada. - ¿Quién está ahí? – Llamó, asustada ante la idea de que algún niño estuviera fuera de su casa a esas horas, era consciente de los extraños sucesos que acontecían alrededor del Orfanato, y no quería que ningún niño se viera afectado. – Ábreme la puerta, por favor.- Pidió con tono suave, pero lo suficientemente imperativo para que le obedeciera. – No te haré daño…- Agrego ya con un tono más dulce, para ganarse la confianza del pequeño que de seguro podría encontrarse asustado.
Por lo mismo, siempre se mantenía despierta, leyendo hasta que Morfeo se impacientara y la reclamara en su mundo de sueños en vez de esperar a que ella se dirigiera sola hasta sus brazos. Para mantenerse iluminada sin molestar a sus demás compañeras, mantenía una única vela en su lado correspondiente de la mesa de noche, y muy apegada a ella, se dedicaba a leer, ya acostumbrada a la escasa luz que la débil vela le proporcionaba.
Pero si había algo a lo que no lograba acostumbrarse, era a los ruidos que inundaban la Mansión de noche.
Sus compañeras ignoraban dichos sonidos, ocultándose de ellos entre sus sueños, pero ella simplemente no podía dejarlos pasar desapercibidos. Y fueron estos ruidos los que consiguieron levantarla de la cama, tomar la vela que la iluminaba por la oreja de la palmatoria y en silencio, abandono la habitación. Su larga camisa de dormir le daba una imagen fantasmal, y sería más aún si llevara su cabello suelto, pero el mismo yacía trenzado sobre su hombro izquierdo. Avanzo con cuidado, sujetando la larga falda de su camisola para no llegar a tropezar, puesto que la vela no necesitaba ser protegida ya que el vidrio que la rodeaba se dedicaba de protegerla de la brisa que buscaba extinguirla. Avanzaba lenta y silenciosamente, volteando a ver cada rincón en busca de aquellos pasos y risas que podían escucharse. Reviso el baño y nada, la entrada tampoco tenía nada de lo inusual, pero al llegar a la Sala de clases, se encontró con que esta si bien se podía abrir, estaba bloqueada. - ¿Quién está ahí? – Llamó, asustada ante la idea de que algún niño estuviera fuera de su casa a esas horas, era consciente de los extraños sucesos que acontecían alrededor del Orfanato, y no quería que ningún niño se viera afectado. – Ábreme la puerta, por favor.- Pidió con tono suave, pero lo suficientemente imperativo para que le obedeciera. – No te haré daño…- Agrego ya con un tono más dulce, para ganarse la confianza del pequeño que de seguro podría encontrarse asustado.
Los pasillos del orfanato se volvían más tétricos aún por la noche. Los diablillos salían a recorrer estos en su búsqueda eterna por algo que limpiar, pero no encontraban nada. Los adultos estaban interrumpiendo sus labores, ya no era labor de ellos la seguridad del orfanato. Ya ni eso podían hacer solos.
Se sentían desplazados, abandonados a su suerte. Y los príncipes no velaban más por ellos, ya ni siquiera los tenían en cuenta. ¿Que debían hacer para volver a estar en el lugar que les pertenecía?, La respuesta era simple, y estaba a dos pasos de ellos, dentro del cuerto de clases, se sentía la presencia de un inmundo muchachillo, ¿Quién osaba estar en la sala de clases por la noche? Ellos lo descubrirían y darían un escarmiento como corresponde.
Pero algo no estaba calculado en sus planes, y era que pese a todos sus calculos, alguien más había planeado hacer vigía en el lugar, alguien más estaba dispuesto a hacer su trabajo nuevamente, y para variar. ¡Era un adulto!
Los diablillos chirriaron sus dientes bajo los sacos de arpillera que usaban de máscaras, y dieron media vuelta, comenzaron a hacer sonar sus escobas, barriendo techo, pared y suelo en su avance contrario a la habitación. Quienquiera que estuviese en la habitación del saber, se lo dejarían a cargo a quien interrumpió su labor.
Por esta noche no habría niños que limpiar ni castigos que ejercer.
Se sentían desplazados, abandonados a su suerte. Y los príncipes no velaban más por ellos, ya ni siquiera los tenían en cuenta. ¿Que debían hacer para volver a estar en el lugar que les pertenecía?, La respuesta era simple, y estaba a dos pasos de ellos, dentro del cuerto de clases, se sentía la presencia de un inmundo muchachillo, ¿Quién osaba estar en la sala de clases por la noche? Ellos lo descubrirían y darían un escarmiento como corresponde.
Pero algo no estaba calculado en sus planes, y era que pese a todos sus calculos, alguien más había planeado hacer vigía en el lugar, alguien más estaba dispuesto a hacer su trabajo nuevamente, y para variar. ¡Era un adulto!
Los diablillos chirriaron sus dientes bajo los sacos de arpillera que usaban de máscaras, y dieron media vuelta, comenzaron a hacer sonar sus escobas, barriendo techo, pared y suelo en su avance contrario a la habitación. Quienquiera que estuviese en la habitación del saber, se lo dejarían a cargo a quien interrumpió su labor.
Por esta noche no habría niños que limpiar ni castigos que ejercer.
- Aviso:
- El tema ahora queda entre Carmine y Abraham, los Imps se retiran de escena. Disculpad a ambos por la demora
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