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Sors immanis et inanis (Priv. Mannequin y Morrigan Sullivan)

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Mediodía Sors immanis et inanis (Priv. Mannequin y Morrigan Sullivan)

Mensaje por Cruel Justine Miér Mar 27, 2013 12:38 pm

-¡Esto debe ser una broma! ¡Mierda! ¡Es a mí a la que castigan cuando por sus manos, facinerosas y desagradables, pasaron de la vida a la muerte a más de un millar de jóvenes inocentes! ¡Y yo, que apenas me vestí de verdugo unas pocas veces, yo que les sufrí más allá de cualquier otra puta, dejando de rebuznar en sus asquerosidades por hacerme una con su crapulencia y contentarlos, soy la que se tiene que abrir de piernas en este inicuo patíbulo!... -

La rabia le obligo a pausarse, mientras que sus manos, pequeñísimas pero brutas, abandonaron la reja con esa misma violencia que usualmente aprovechaban y con la cual se ataviaban en las situaciones fuera de su control.
Otra vez se dejo caer de rodillas al suelo y cerró los ojos (buscando dar una oportunidad a cualquier reflexión que le ayudase a clarificarse y, en lo posible, tranquilizarse también).

-¿O es que acaso el cielo cuenta con una jerarquía que solo alienta a la fortuna a la virilidad y todo lo femenil lo lastima? Me consta que la historia está escrita por hombres… ¿Pero es qué entonces mi destino también?...-

Y como no hay nada más horrible para un condenado a muerte que la incertidumbre del método con el cual se le hará perecer, ella quiso imaginarse que, apenas se abrieran las rejas, el suelo temblaría y se le abriría bajo los pies; que de esa gruta infame e improvisada brotarían acólitos, tan rojos como su crueldad e ignominia les permitiese y en cuyo látigo encontraría asilo el dolor más insoportable; que lenguas de fuego lamerían su cuerpo sin consideración a todo lo pequeño de su enfermiza figura; y que al fin la condena se consumaría cuando, inquebrantables estacas, nacientes de las uñas de magma del antagonista por excelencia de su postura, se levantaran de lo más profundo de los suelos para ensartarle, entrando por su desgastada intimidad y enterrándosele hasta el cuello y un poco más; de alguna forma, esa imagen no le sirvió de consuelo cuando también se le ocurrió que podría convertirse en algo a modo de un nuevo Prometeo, por cuya vida naciente se eternizará el castigo; otra mártir del sacrificio, cuyas causas desconocidas son olvidadas en los rincones más disolutos del averno.

Por unos instantes el aire se le antojo satisfecho de un azufre imaginaro, sofocándola por un calor inventado; y no fue hasta que abrió los ojos, mirándose las manitos habitualmente pálidas, que descubrió un tinte cianótico pintándole la piel desnuda de sus extremidades superiores y tobillos. Aún no parecía ser tarde, el cielo sobre sus hombros se conservaba de un gris impecable, tachonado de nubes y ligeramente ventoso, prometiendo una lluvia que a su estado tan calamitoso no le sería, ni mucho menos, un consuelo. Toda su ropita: desde la camisa de algodón, hasta el pantaloncito de mezclilla, estaban empapados por su anterior “aventura” en el río; el cabello oscuro se le pegaba a la piel del cráneo, en suaves ondas, entretanto que los ojos zafiros le relucían con una belleza casi agnóstica, contrastando con todo lo muerto de su cara. Temblaba, pero no le importaba; buscar con que sofocarse el hambre y el frío no entraba en sus prioridades ahora.

Se le ocurrió mirar por sobre su hombro izquierdo, topándose de nuevo con el saco que tan torpemente habían asegurado los monjes, dejando que adentro se aventuraran bocanadas enormes de agua apenas se hubo lanzado a la corriente con ella adentro. Inclino un poco el cuerpo a esa dirección, trayendo el costal para sí misma, arrastrándolo por sobre la tierra y ensuciándolo más; se notaba pesado, como si en realidad guardase cosas que ella no había notado antes. Dio vuelta la tela y dejo que de ella cayeran una serie de objetos (para su suerte, ninguno frágil). Supuso que los monjes, jugando a mancillarse en cierto nivel de conciencia, arrojaron junto con ella cualquier cosa que les proporcionara una fuerte reminiscencia.

-Mi cuaderno… un poemario pequeño… el rosario del obeso infame de Clément… mi primer pañuelo bordado y…-

Tuvo que interrumpirse a si misma, porque enseguida reparo en la daga pequeña que le había acompañado en esa última noche, no tuvo otro impulso que empuñarle.

-Si tan solo hubiese recordado que guardaba esto… como te lo hubiese clavado en el culo, Raphael. Como te lo hubiese clavado y abierto al medio. No hubiese parado hasta ver como tu propia espalda me revelaba esa infinidad de huesos pulverizados que tenias por columna, para que te la desarmara a golpes. Más que matarte hubiese sido preferible condenarte al tétanos o dejarte en desuso esa parte que tanto utilizabas para gozar. Me hubiese garantizado que estarías toda tu puta vida sufriendo y, el recordarte ciñéndote al dolor, desfalleciendo en una actitud letárgica mediante espasmos de cólera, ahogándote en tus propios vómitos, incapaz de controlar tus excreciones, hubiese sido el más dulce consuelo que a mi corazón le regalaras en estos diecinueve años de mala vida, traga leche; te la deje muy sencilla…-

Abrió su mano y dejo que el utensilio se le callera en medio de ambas piernas, ahora arrodilladas.

-¿Tanta basura y ningún cigarrillo? Ni que hubiese pedido un Massandra…-

Elevo su talante, animándose a escudriñar la poderosa fachada de aquella casona, parecía invitarla (entre los arrullos suaves del viento y una ausencia absoluta de adultos). Sus ojos azules cabriolearon por el pasaje ascendente de rosas; estas flores trepaban por las paredes, embelleciendo y supliendo cualquier falta de opulencia, al punto de que ni el terreno baldío ni el descuido aparente que tenía por el tiempo eran oprobios lo suficientemente fuertes como para descreditarle a ese carácter de acogedor para ella, hasta le podrían entregar un encanto propio. Tan humilde, tan distante de los Cárpatos, de esas afrentes montañas que la celaron por tanto tiempo y que ahora no se veían, más allá de los kilometro y kilómetros de bosque frondoso.

Suspiro, y el resto de esperanzas, sueños o hasta benevolencias espirituales se le desprendieron de su pecho cansado para viajar junto a ese halito liviano, promoviendo vuelo entre tanta humedad, perdiéndose entre las frías nubes, prometiendo jamás regresar.

Tomo las pocas cositas que le acompañaron en ese viaje, con cuidado, y trato de ubicarlas en diferentes sitios para un cómodo transporte. Se colgó el rosario en el cuello, escondiendo la cruz por debajo de la ropa, dejando que la cruz le tentase el ombligo; doblo el pañuelo blanco con una delicadeza hasta profesional y se lo guardo en el bolsillo de su pechera superior derecha, en la camisa; el puñal dispuesto bajo el calcetín izquierdo ahora le apretaba el talón con su filo, gracias al mocasín; el pequeño poemario encontró asilo en uno de los balsillos del pantalón… aunque su cuaderno, al ser más grande, no corrió con la misma suerte; aquello que consideraba como su tesoro más grande tuvo que ser celado por sus manos nada más. Entretanto, se puso de pie.

El cielo espesaba en nubes y, poco a poco, el gris claro se torno a negro por la superposición de humedad; el viento soplaba más fuerte y en su favor, así que los pelos pasaron a despegársele para tentar a colocarse frente a sus ojos y nublarle la visión, al mismo tiempo que empujaban todo su cuerpo contra las rejas, haciendo que tuviese que prescindir de una de sus manos para abrir los barrotes mal cerrados…

Pero entonces, al voltear un poco su cabeza en dirección a la muralla a su siniestra, logro leer…

-Rose Garden Orphanage… -

En su rumano encontró el habla inglesa, muchos años antes impartida en el monasterio; el cartel que desenfilo este aviso estaba tan desgastado que solo una vez estuvo cerca del muro de roca pudo darse cuenta de que existía.

-Está bien… ahora quizás no entienda…-

Ambas puertas se abrieron de par en par, en un golpe bruto por el viento frío, empujando al liviano cuerpo de la desgraciada al patio baldío, sin permitirle omisión alguna de aquella imposición. Una vez dentro, la ventolera se calmo con la misma inmediatez con la cual vino, trayendo un impulso contrario y cerrando fuertemente las rejas por atrás de su espalda.

Entonces, quietita en medio de aquel terreno, se dio cuenta de que ninguna de las quimeras con las cuales fantaseo se hizo real: ni demonios ultrajantes brotando de la tierra, ni oscuras leguas de fuego devorándole la carne, como tampoco crueles y enormes espinas del centro de la tierra que le empalaran. Solo silencio…

Un indolente y caprichoso silencio.

Un mutismo del que nunca antes se creyó poder atestiguar y que, sin embargo, ahora pululaba con una cómoda costumbre.

Solo silencio, y una desolación hasta lastimera.

-¿Hola? ¿Hay alguien en este nauseabundo cuchitril o estoy hablando sola como si estuviese loca?... mierda-

Se santiguo.


Última edición por Cruel Justine el Mar Abr 02, 2013 12:09 pm, editado 1 vez
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Mediodía Re: Sors immanis et inanis (Priv. Mannequin y Morrigan Sullivan)

Mensaje por Morrigan Sullivan Vie Mar 29, 2013 10:39 pm

Morrigan abrió los ojos, y soltó un grito, un grito ahogado y fuerte, que salió a duras penas de entre sus labios, conmocionados por lo que acababa de sufrir, el dolor, la confusión, sus ropas empapadas, sin ningun rastro de la masa de agua a la que había sido arrojada tan indolentemente, un solo empujón, se había volteado, habia visto a su madre, oh mi madre, no lo hagas, sere buena lo prometo... Su cuerpo había impactado contra el agua con fuerza, enviandola bajo su superficie, trato de gritar pero la boca se le llenaba de agua, trato de nadar, de subir, de conseguir una bocanada de aire, pero su cuerpo se lo impedia, sus piernas de muñeca, sus articulaciones de inutil, nunca habia aprendido a nadar, nunca lo habia necesitado. Y estaba ahogandose, iba a morir, el aire le faltaba cada vez mas y mas, y solo podia pensar en su madre, mamá me dejaste, mamá me has hecho daño, mamá yo te quería, mamá me estoy muriendo...

Y ahora, cruel burla del destino, ya no estaba ahogandose. El unico testimonio de que aquello por lo que habia pasado no estaba en su mente nada mas, la unica prueba de que no se habia vuelto completamente loca, eran sus ropas empapadas que estaban calandola hasta los huesos. A su lado, nada mas que un pequeño bolso con sus cosas, todas ellas completamente secas. Se aferro con ambas manos a la tierra que tenia enfrente, clavando las uñas en ella hasta ensuciarselas, jadeando, sintiendo que el aire se le escapaba y que otra vez no podia respirar, que tendria un ataque y que el haber escapado de la muerte de la forma en que lo habia hecho, cualquiera que fuera, no serviria de nada porque iba a perecer de un vulgar ataque de asma. Pero el ahogamiento se calmo y paso, dandole unos segundos de reposo, para poder pensar y meditar en lo que estaba ocurriendo. Cosa curiosa, lo que ocupaba en esos momentos su mente, mucho mas que la imposible transfiguracion de la que acababa de ser objeto, era su madre. Su madre la habia empujado por el borde del barco. Su madre había tratado de matarla. La misma madre que la abrazaba, que le leia cuentos, que le cantaba canciones, y la bañaba con suavidad y amor, había tratado de matarla, la había empujado nada mas, sin siquiera despedirse, sin arrepentirse, sin tratar de que la salvasen en el ultimo segundo... y su corazon infantil se estremecio con el dolor del amor traicionado, torturandose a si misma de las peores formas, reviviendo cada recuerdo de su niñez junto a aquella mujer, cada beso, cada mimo, cada palabra de amor, manchadas con la suciedad de la mentira y la traicion. Grito de nuevo, ninguna palabra en idioma humano reconocible, solo gritos, desesperados y luego empezo a llorar, acurrucandose en el suelo, y mojando su rostro aun mas con el agua salada y amarga de sus lagrimas.

Estuvo asi, varios minutos, postrada en el suelo, sintiendo la hierba alrededor de su cuerpo, estirando las piernas, sintiendo la punzada de dolor que le provocaba moverlas de forma repentina, frias, mojadas como estaban. Iba a ser una noche terrible para ella... Y ya no tenia a su madre, ni a las odiosas criadas que la mantenian lejos de ella con excusas y que pretendian sustituir los cuidados maternos con los propios, creyendo que ella no veia la forma en que la miraban, el oprobio con el que pretendian teñir aquellos cuidados, el asco que tenian de ella, de su cuerpo, tan inutil y tan hermoso... friccionandola, bañandola, dandole calor en los dias frios, y todas las asquerosas medicinas para el asma, completamente inutiles ante el recurso supremo de los abrazos prolongados... Como las habia despreciado, como las habia echado a gritos, como habia llorado al sentirse tan inservible, tan inutil, tan incapa de hacer cosas tan sencillas. Como habia deseado que nadie fuese capaz de verla en ese estado. Y la terrible ironia era que ahora nadie podia verla. Nadie estaba para cuidar de ella, ni para recibir su amor o su ira. Estaba completamente sola, y se encontro llorando ante aquello, llena de miedo, escuchando el silencio sepulcral que la rodeaba, un silencio que fue interrumpido por el de una reja abriendose. Fue algo tan discordante con la atmosfera que reinaba hasta el momento, tan completamente disonante con la compleja cacofonia de pensamientos de su cabeza, que se incorporo a duras penas, limpiando el llanto de sus ojos, frotandolos, y mirando a la fuente de aquella interrupcion.

Era una niña... o al menos eso se lo parecia. Una niña pequeña, y sin embargo, tan diferente a cualquier otra niña que ella hubiese visto. Tambien estaba mojada, tenia el cabello negro, corto y ensortijado como quien se lo ha cortado a ciegas, un extraño abultamiento bajo un ojo. Era una niña si, o al menos lo parecia...y sin embargo, habia algo en ella. No sabia si atribuirselo a su confusion, o a la extraña atmosfera que respiraba en el ambiente, pero aquella pequeña intrusa se le antojo madura. Le parecio una mujer-Yo estoy aqui...-respondio, vacilantemente a aquella pregunta, luego de haber escuchado parte de lo que parecia un monologo de lo mas tetrico, atrocidades murmuradas a media voz, apenas audibles desde donde estaba. Asi que... estaba en un orfanato despues de todo. Parecia apropiado. Habia perdido a su madre, desde el momento en que la habia arrojado al agua. No la tenia a ella, no tenia a nadie. Estaba completamente sola. Trato de ponerse en pie, hallando una firme, dolorosa resistencia de sus extremidades inferiores. Trato de obligarlas a obedecer, consiguiendo como unico resultado otro quejido de dolor. Odiaba hacer eso. Odiaba necesitar ayuda para pararse del suelo. Odiaba sentirse tan inservible pero...¿habia otra opcion?-Ayudame...ayudame a ponerme de pie. No puedo sola-Miro a la desconocida a los ojos, su voz llena con el amargo gusto de la humillacion. Pedir ayuda, necesitar ayuda, necesitar...necesitar amor, justo cuando el amor se le habia sido arrebatado, cuando habia sido traicionada... Y sin embargo...la necesitaba.
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Mr. Helleson:


El sol se colaba por entre todas las ventanas del orfanato, el día no era muy grato para muchos de los que allí vivían, por ende los gruesos visillos escondían gran parte de la luz y el calor que este podía bridar. Mr. Helleson estaba se tomaba su café antes de retomar labores, nuevamente sintió una especie de escalofrío en la espalda, como a sabiendas de que aquél café nuevamente se enfriaría sin poder tomarlo completamente. Porque así pasa cuando trabajas en un orfanato.

Siempre habrá algún alma perdida que sin saber a donde ir, llegará a las puertas del orfanato, y él en su afable labor les dará la bienvenida con una reverencia y una sonrisa. Es lo menos que puede hacer por esas pequeñas almas sin refugio del señor.

Un presentimiento en la nuca y supo a donde ir, supo que tomar, y supo cómo actuar. Dio un último sorbo a la taza de café y comenzó a caminar pausadamente hasta el clóset del personal. Esa pequeña habitación en donde se escondía la ropa de utilería; se adentró dentro de ese mar de ropa, buscando un baúl que se encontraba al fondo de todo. Abrió este y sacó del fondo un par de mantas, las sacudió arrebatando cualquier rastro de polvo. Salió del pequeño cuarto y le echó llave nuevamente. Se dirigió a la puerta.

Antes de salir, se acomodó bien el monóculo, se mesó el bigote, carraspeó un poco y finalmente abrió la pesada puerta de madera. Observó las dos imágenes que se erguian frente a él, por una parte la pequeña desvalida que sin poder moverse del suelo, esbozaba ayuda con la mirada. Y por otra parte, el lobo con piel de cordero que blasfemaba a los cielos con sus gestos. Separó un poco los labios, y se dirigió con una mesura propia de que aprendió con los años a tratar con los niños.

- Señoritas, siento mi tardanza e inutilidad al tenerles por tanto tiempo empapadas - dijo mientras se acercaba a la pequeña abominación con pelo corto y estiraba la mano para entregarle una manta en señal de bienvenida y buenaventura. Helleson podía observar las verdaderas intenciones en los ojos de la gente. No le recriminó ni nada, por ahora le preocupaba su salud por sobre todo.

Acto seguido, avanzó hacia la pequeña, tomando la manta con las dos manos para envolver a la pequeña, la tomó entre sus brazos como quién toma a una damisela en peligro, sintiendo la frágil masa corpórea de la pequeña señorita. Dado el tamaño de ella, bastó hacer un arco con uno solo de sus brazos para cobijarle. Ignorándo completamente si ella se resistía o no. Y con la otra mano, tomándo el morral. Se giró hacia el pequeño monstruo disfrazado de infante, mientras le dedicaba una sonrisa conciliadora.

- ¡Bienvenidas a Rose Garden Orphanage! - dijo mientras avanzaba hacia las puertas del orfanato, le preocupaba la salud de ellas dos, sobretodo al sentir la respiración agitada de la pequeña que sostenía en brazos - Si gustas, puedes pasar a tomar una taza de chocolate caliente y de paso me cuentas tu historia - le dijo a la de cabellos cortos. Luego miró a la pequeña que sostenía entre sus brazos - Tu descansa, creo que tu viaje ha sido pesado - por ahora le interesaba que estuviesen bien, ya luego haría el papeleo de rigor.
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Mediodía Re: Sors immanis et inanis (Priv. Mannequin y Morrigan Sullivan)

Mensaje por Cruel Justine Mar Abr 02, 2013 10:40 am

La pobre y hermosa criatura tuvo la maldita desgracia de que, en efecto, Justine le pudiese escuchar. Esa mezcolanza que surgió como producto de su muy evidenciado dolor, en conjunción al posible ardor de todo lo humillante delatado en gemidos agónicos, en asamblea con el más profundo sentimiento de desolación, sirvió como un bálsamo amnésico para que la infame bañara cualquier tentativa de arrepentimiento y, sobretodo, de redención; abandono ese deseo de querer confesar sus pecados para volver a ser consumida por el apuro de tragárselos todos.

Miro a la niña, cautivándose en la amargura sostenida en ese rostro de virgen preciosa, en sus cabellos rubios tiernamente enredados por la humedad, en esos ojos grandes, expresivos y martirizados por la ansiedad, suplicantes por clemencia, que parecían ocultar la más bella alma tras el dolor más injusto.

A Justine le gustaban mucho las injusticias; sobre todo, cometerlas.

-¡Ayúdame! ¡Ayúdame a ponerme de pie! ¡No puedo sola!-


Repitió, sobreactuando teatral y groseramente la voz más tierna; como buscando vencer, con sus burlas, a la poca voluntad que parecía jugar con la niña, despojándola al prójimo en una dependencia casi lastimera. Dio vuelta por completo su cuerpo, enfrentándola, concediéndole la posibilidad de contemplar una sonrisa de lo más proterva y la mirada menos segura que en este mundo haber pueda; los ojos se entornaron bajo sus parpados superiores níveos, como la cortina que se baja por sobre un teatro cargado de infamias. Esos estuarios azules, que atribuía por fanales, tan intensos como una noche de verano, servían también como elocuentes mensajeros, denunciando una carencia de absoluta de indulgencias. En los ojos de Justine no había más que deseos de autosatisfacción. La posibilidad de desahogarse con una criatura, una que siquiera podía pararse, que seguro le dolería hasta arrastrarse, hizo que automáticamente olvidara ese frío que le erizaba la piel o el hambre que le hacía doler esa barriguita tan hundida. A la inflación de sus pasiones le importaba tan poco el abandono de tierra segura; ya no estaba en Lyon, ya sus crímenes no serían festejados con aplausos o grandes festines; las reglas eran otras.

-No sé que es más triste; tú patetismo por rogarle ayuda a una infanticida o el mío por manejar la posibilidad de abuso con una invalida…-


Y acto seguido empezó a rodearla, formando con sus pasos un círculo pequeño, marcando sus huellitas en la tierra; investigaba la posibilidad de desnudarle con la mirada y nada le importaba más que eso ahora. El ambiente general continuaba sombrío, silencioso y húmedo. Su pelo se hallaba casi seco por el viento que la había empujado hacia adentro, sus ropas le pesaban un poco menos, pero las extremidades seguían amoratadas, cianóticas. La falta de humedad tenía como consecuencia un destile involuntario de su perfume natural, impregnándolo todo en una suerte de estela tenue, mientras continuaba envolviendo cíclicamente el entorno de la más chiquita.

-Pensé que me encontraba en un patíbulo… pero es obvio que debo abandonar esa idea ridícula si este os a arrastrado a vos también; creo que la desgracia tiene su propio paradero, para quienes han perdido todo rastro de dignidad, hayan practicado en vida el bien o el mal… ¿A ti qué te parece?-


Entonces se tentó en empujarla, por la espalda, como haría cualquier cobarde; pero al recordar que estaba abrazando a su cuadernito ya no le pareció tan buena idea. Se detuvo detrás de ella, deleitándose en todo el esfuerzo que la criatura empeñaba para tratar de equilibrar los pies delgadísimos; la desgraciada luchaba contra la tentación de patearle y hacer que ese ángel viese envilecido todo su esfuerzo por lo duro del piso y la mugre del barro.

-¿Dulce virgen, tienes idea de donde estamos? Porque si es así… yo…-


Y enseguida la puerta del orfanato se abrió y Justine abandono esa pronta tentativa de tomarle a la más desvalida por sus hombros. Se sonrió, pero superponiendo el deleite acostumbrado de su perversión a una diversión más agnóstica. Cerró los ojos, entregándose al silencio, separando un poquito los brazos de su cuerpo, como quien espera a la muerte con las más dulces ansias…

Es decir, a la muerte definitiva, a la privación de dicha o castigo, a la consumación del descanso.

Pero, sin embargo, volvió a equivocarse; nada de acólitos asexuados angurrientos de carne, ni de risas femeninas inflamadas en la más amarga crueldad. Ante sus ojos apareció un hombre: un hombre cordial, un hombre educado… un hombre normal.

-Asco, me acabas de arruinar la vista ¿Qué traes en la cara? ¿Crece pelo ahí o le cortase la cola a un gato y te la pegaste?-


Soltó impertinente, enarcando una ceja, dejando más que manifiesta su confusión.

-Por cierto, no te disculpes, eres un hombre, la inutilidad está tacita…-


Era tal el sentimiento de vulnerabilidad que le despertó la sola presencia de un varón tan grande, por más de que este solo obsequiara buenos modos, que no tardo en manejar internamente la posibilidad de colgarse a la pequeña rubia a los hombros y salir de allí corriendo.

Empero, como una respuesta que no esperaba a tanta inquina, se le prestó una manta. Justine la tomo sin jamás perder de vista a quien se la daba.

-No hay posibilidad de que estemos en Rumania ¿verdad?-


Dejo su cuadernito en el suelo y se dispuso a cubrir sus hombros con esa prenda; para después tomar nuevamente su diario y apretarlo entre sus brazos. Es cierto, la manta no estaba hecha ni de seda, ni tampoco con la lana más fina de las tierras eslavas, pero al menos era lo suficientemente tibia como para que a lo marfileño de sus mejillas sucediera rosas de primavera...

Justine podía ser muchas cosas, excepto ingrata.

-Gracias…-


Reparo en como el angelito invalido ahora estaba en brazos de ese mayor y se agazapo más en sí misma. Escucho la bienvenida que se les obsequiaba a ambas y se dio cuenta de que, en efecto, había leído bien el cartel antes de ingresar al terreno baldío.

-¿Me estás invitando a pasar?-


Inquirió confundida, mientras alcanzaba al mayor que les guiaba adentro. Todo se le antojaba tan extraño ¿Un sueño placido antes de la muerte definitiva? ¿O es que estaría tumbada en alguna orilla, arrastrada por la corriente del río, esperando esa piedad mórbida de los depredadores para que se la devoraran entera?; busco consolarse en esa idea, reconfortándose en la posibilidad de su próxima y dolorosa muerte.

-Lo acepto; pero permita usted que me saltee la historia, lo mío es muy aburrido; de seguro la criatura que traes entre brazos tiene algo mucho más interesante para contar…-


Entonces la miro. Necesitaba ser mala, el sentimiento de vulnerabilidad la estaba matando: no sabía dónde estaba, con quien estaba y como había llegado; la desesperación siempre alerta a cualquier depredador y lo hace victima de su propia e insensible imbecilidad.

-Si no puedes caminar, al menos podrás hablar ¿verdad? Es decir, sería de lo más triste tu existencia si no tuvieras con quien compartirla… sola, ignorada y encima invalida…-


Y sin medir el horror de sus palabras se les adelanta a ambos, completamente entregada a lo que creía ahora como un sueño protervo.
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Mediodía Re: Sors immanis et inanis (Priv. Mannequin y Morrigan Sullivan)

Mensaje por Morrigan Sullivan Jue Abr 04, 2013 11:45 pm

Morrigan ya comenzaba a creer que verdaderamente habia caido en las profundidades del averno. Sus creencias religiosas eran debiles, casi inexistentes. Cuando era pequeña se le habian inculcado una serie de valores basicos, que se perdieron en los vericuetos de las ansias y deseos mas uregentes de una criatura por cuentos, dulces y juguetes. Habia crecido si... pero el tiempo habia pasado y nada se le habia enseñado. A veces pensaba que su madre habia desistido en todo con ella, sabiendo que era un desperdicio enseñarle nada. Iba a morir mucho antes de poder madurar, crecer, desposarse o tener sus propios hijos. Era un animal inutil, enfermo, en el que no valia la pena gastar tiempo. Y ahi estaba morrigan ahora, luego de haber sido ahogada, de acabar en el agua, sin aire, ahogandose, sus piernas adoloridas... sin poder siquiera moverse, como la criatura mas patetica y lamentable de la creacion. Y ahi estaba aquella chica... era una chica si, lo sabia por su voz, porque de haber permanecido en silencio quizas habria dudado. Estaba alli, atormentandola con las palabras que tanto odiaba escuchar y que tanto se decia a si misma, aquellas que chocaban con la amable condescendencia con la que era tratada por otros, que le aseguraban que no habia nada de malo en ella, que era linda, dulce... cuando la trataban con aquella falsa cortesia zalamera, muy frecuente en las criadas que quisiesen ganarse el favor de sus padres al dar tan "buenos cuidados" a su pequeño monstruo oculto...odiaba aquello. Nunca nadie le habia dicho lo que pensaba ella de si misma, todo aquel odio inmisericorde que sentia hacia ella misma,por tener un cuerpo tan inutil, tan humillante, hacia los otros por hacerla sentir humillada al ser un constante recordatorio de que no podia cuidar de si misma como una persona normal...tan doloroso...

Aquella chica, tan pequeña, con la apariencia de una niña al menos dos años menor que morrigan, rodeandola, tratandola con tanto desprecio y desden, insultandola, restregandole su propia debilidad como quien echa sal en una herida recien abierta... debia ser un angel castigador, uno que venia a hacerla sufrir por el resto de su vida...o de su muerte. cualquiera fuera el estado en el que se encontraba sumida. No tenia muchas creencias espirituales, y las que tenia eran algo debiles, etereas, pero... aquella posibilidad se le antojaba tan deseable, que debia ser cierta. Que existiera alguien que pudiese reflejar sus verdaderos sentimientos hacia si misma que le confirmase asi, aquello que no necesitaba confirmacion, aquello de lo que habia estado tan segura toda su vida, en una mezcla de repulsion, patetismo, lastima de si misma, deseo de amor, deseos de soledad... ese debia ser su castigo. debia estar muerta. aquella criatura con rostro de niña y palabras de mujer, debia ser un enviado del cielo, debia ser...no sabia en que palabras ponerlo. No sabia como decirlo. Pero algo en su interior le decia que era un castigo, uno que necesitaba por razones que no lograba enhebrar en ideas coherentes. Por haber hecho todo lo posible porque su madre se quedara a su lado, hasta obligarla de haber sido capaz. Por llenarla de deudas morales, de culpa por no estar a su lado. Por haber arrojado aquella taza al rostro de la sirvienta que le trajo el te, no te quiero a ti, no eres mi madre, dile que venga, deja de llorar, te odio, oh el agua estaba caliente y duele...sin darse cuenta solto un grito, suficientemente fuerte como para opacar la voz de su tormentadora.

Grito, y grito mas, hasta que el aire le falto, y la puerta de aquel edificio se abrio, para mostrarle a una vision que parecia contradecir todo lo que tenia en mente hasta ahora. Aquel hombre...era muy grande, y morrigan era muy pequeña. No solo era eso, sino que solia sentirse incomoda en presencia de los hombres, amenazada, intranquila, y estar en aquella situacion, en la que no podia pararse por si sola, tan propensa a un ataque de asma, tan fragil e indefensa...no ayudaba en lo absoluto. Su reaccion inicial fue tratar de ponerse en pie, sin importar cuanto doliera y correr, asi las piernas se le partieran en dos. Hasta que aquel sujeto hablo, dandoles la bienvenida a ambas, le coloco una manta encima, y la cargo en sus brazos dandole el susto de su vida. Sin embargo la impresion, tuvo la virtud de calmar sus gritos y lamentos y sacarla del estado de meditacion en el que se encontraba, y de hacer aquella situacion un poco mas real, mas "normal"-¿Un orfanato?-fue su primera pregunta, su primera replica desde que habia llegado alli. Era extraño...nada de cielo, infierno, o extraño lugar de condenacion para su alma sin descanso. Se quedo quieta, asintiendo a aquel consejo, y tomando aquella cercania, como lo mas cercano a un abrazo que podia pedir en esas circunstancias-Ya lo es. Aunque no soy invalida. aun...aun puedo caminar-respondio en voz baja a la ultima oracion pronunciada por su angel, antes de cerrar los ojos y descansar la vista mientras entraban al orfanato.
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Si Helleson se caracterizaba por algo, era por la paciencia que tenía con los pequeños duendecillos que avanzan y revolotean por la casa. Los insultos de la imberbe mocosa no harían mella en la contextura social/psicológica del adulto señor. Simplemente se dedicó a posar una gran mayoría de su atención en la pequeña. Alguna rememoranza al pasado le traía esa pequeña moribunda que yacía en sus brazos. no sabía si era por lo mal que se encontraba o simplemente por ese ilógico sentido de altruismo que le embebe por completo.

Los gritos pasados de la pequeña resonaban aún en su cabeza, entrecerró los ojos como quien lucha contra un fuerte ventarrón. Entre la vibración post grito y las amenazas disfrazadas de sarcasmo, la paciencia normalmente se concumiría como agua en el desierto, pero no aquí, y menos con el.

Avanzó detras del pequeño gnomo que respondía con un tono femenino. Han llegado muchachos extraños a este orfanato, y ella no sería la excepción a la regla, ella no era el asombro. Le observó bien, el como se aferraba a aquel montón de hojas que no sabía si era libro, agenda o simplemente algún cuadernillo de apuntes.

La miró y le dió una ojeada de pies a cabeza, la vió tan fea frente al umbral de la puerta y sintió pena por un momento, pena por lo que quizá le habría tocado vivir. Nadie es así de feo tanto por dentro como por fuera. Sonrió un poco, con una sonrisa cargada de lástima y pesar, pero a la misma vez, un dejo de satisfacción, al saber que estarían aquí y no en cualquier lugar.

Estuvo todo el momento en silencio, sin esbozar ninguna palabra, escuchando la interacción entre las dos menores, cuando esta se reacomodo entre su brazo y su pecho, el ahuecó aún más el brazo para ser de comodidad a la pequeña. Luego que esta descansó en su regazo, Helleson dirigió su mirada completa a la pequeña diablilla - Entremos rápido que el chocolate se enfriará -

Ingreso al orfanato, independiente de si ella entraba o no, la pequeña en la diestra, y el equipaje en la siniestra. El olor proveniente de la cafetería hace que la tentación nazca a flor de piel. El olor a chocolate caliente que se escurre por entre los bordes de la taza y vuela por entre los pasillos de la casa para dar de lleno en la cara de los ahí presentes.

- ¿Me acompañas a la cafetería? - le preguntaría a la abominación femenina - Ahí está la taza de chocolate que os ofrecí, si por el contrario no confías en mí, dejare que te retires sin reproches - la oferta estaba hecha, era parte de la pequeña el aceptar o no - Lo mismo va para tí pequeña - le dijo a la que llevaba descansando sobre su pecho. La oferta estaba hecha y es la decisión quedaba en manos de las pequeñas.

El día traía muchas sorpresas, talvéz más grandes de lo que las pequeñitas esperaban.


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Mediodía Re: Sors immanis et inanis (Priv. Mannequin y Morrigan Sullivan)

Mensaje por Cruel Justine Miér Abr 10, 2013 11:43 am

Justine, pese a que se les había adelantado en un principio, no pudo evitar quedarse quietita frente al pórtico, observando a los demás por encima de su hombro (como quien se detiene con los tobillos bien sujetos por una fuerza mucho mayor). Los contemplo ajena a cualquier disposición aciaga del yugo de sus deseos: a ella, a él. Como uno aguantaba el cuerpo de la otra de un modo muy cálido y muy dulce; y como la menor, a su vez, se le aferraba, dejándose poseer por una familiaridad nacida de la apetencia de amor y la desesperación. La infeliz de ojos azules bien conocía las delicias espirituales que podían obsequiar esas confianzas adoptadas, el arropo de un pecho ajeno que uno pudiese jurar por seguro. Toda su vida tuvo que hacer crecer ese tipo de cariños: esporádicos, intensos y efímeros. El dolor de la perdida solía abonarle el corazón, como si de tierra seca se tratase, hasta dejarle fértil y dispuesto a la germinación de un amor incondicional; sus compañeras pasaban cambiando: algunas aguantaban unos pocos días, otras unas semanas, meses y hasta inclusive años… pero siempre se iban. Y la desesperanza surgía como un yuyo maltrecho entre los cadáveres en descomposición que se le entregaban a la tierra y a la humedad, justo abajo del piso de su habitación; obligándola a enamorarse de nuevo de una extraña.

Pensando en eso, y sin quererlo, rememoro también el ritual acostumbrado por el cual se despedía a la infeliz de turno: de la vida a la muerte. Golpeadas fría y duramente con un nervio de vaca, siendo latigueadas hasta que no hubiese más piel que les cubriese la carne de la espalda y de las nalgas. Hubieron muchas que optaron, en esas drásticas instancias, por sumergirse solas a la muerte sin ser tan rudamente obligadas; se mordían la lengua, permitiendo que un venero de sangre licenciara a la premura de cualquier fatal hemorragia. Otras, sin embargo, hubieron intentado inclinarse un poco, forzando las cadenas, para que el duro cuero les diera un golpe certero en la cabeza y perdiesen el conocimiento, prohibiéndole al cerebro seguir traduciendo el dolor que captaban los nervios irrigados en toda la piel.

Justine recapitulaba cada homicidio con una peligrosa precisión; su mirada vacilo al suelo, la barbilla le tembló ligeramente.

Continuando por el hilo de sus recuerdos paso al final de cada crimen, con el cuerpo de la victima de turno tumbado en el suelo, destrozado, con pedazos de carne desparramados e ignorantes de lo que fue su contenedor original; como los cristales desperdigados de un espejo roto. Todas y cada una de las niñas de turno (y siempre Justine) estaban obligadas a contemplar: tanto la ejecución como el resultado (los monjes se desesperaban por la repartición de las culpas). Sin embargo, por sobre los restos grotescos de lo que alguna vez fue una Venus, se podían contemplar unos nuevos pies inmaculadamente pulcros, como de alabastro (los libertinos las preferían blancas; y cuanto más muertas en vida pareciesen más razones encontraba la perversión a la hora de inflar sus impetuosos deseos) , a modos de anunciantes de una ya programada sustitución con otra desgraciada hermosamente modelada por un cuerpo de virgen. Todas las novicias siempre llegaban aterradas y era natural escalar de sus piernas hasta su rostro, acongojado y deformado por los caprichos de la angustia por sobre la belleza. Sin embargo esos instantes siempre se antojaban de introspección: entre las tres que restaban y la nueva compañera. Se soltaba un lenguaje con los ojos, tan hermoso y tan profundo, que no tardaba en desterrar a la inquina percepción de los toscos libertinos, los excluía. Entre lenguas mudas se conocían las cuatro, entregándose tiernas y dulces las unas a las otras; se adoptaban como familia velozmente y procuraban ser el bálsamo que acallara los suplicios de la otra; en un juramento en donde los labios no encontraban papel que interpretar.

Claro que todo esto era posible mientras Justine era simplemente eso: “Justine Lornsange”… y no”La señorita Cruel de los Cárpatos”; ese apelativo le obligo a abandonar cualquier belleza que le sirviese de piedad a los ojos de las desgracias.

Suspiro, pasando a negar con la cabeza una pregunta que jamás se le efectuó, pretendiendo inútilmente espabilarse. La presa de sus remembranzas había cedido y ahora la melancolía la ahogaba en una avalancha de recuerdos, todos tan azules como sus ojos. Le resultaba imposible verlos a ellos y no superponer esas imágenes con la impresión que les correspondiese a alguna de sus difuntas compañeras; porque ellas, todas, en algún momento la habían tomado entre brazos, rodeando ese cuerpo tan pequeño que parecía haber sido condenado a una mórbida niñez, en donde la belleza y la virtud de una buena estrella les sería siempre negadas. Entreabrió también los labios pálidos; estos pasaron a reconfortarse en la memoria triste de unos belfos ajenos sobre los suyos, cubriéndolos; y así un calor improcedente a la situación vino a su encuentro, devorando lo cianótico de sus apéndices hasta dejarlos claros de nuevo.

Tanto el hombre como la niña, para aquel entonces, habían ingresado al orfanato; y por esa misma entrada se filtraba un aroma dulce, provocativo, que Justine bien supo reconocer apenas la melancolía, emulando el comportamiento de cualquier amante, opto por abandonarle de nuevo. Escogió seguirles ciegamente en un principio; si hubo palabras dichas por los otros dos, anteriormente, se perdieron, se perdieron porque la indecente nunca les pudo escuchar.

-Te acompaño…-


Alegó, para luego toser un poco, mientras atendía al último ofrecimiento de su mayor. Fue allí que a la parsimonia de sus pasos se les superpuso una premura terrible; Justine tenía aún muy presentes todas esas hipótesis sobre la posibilidad de estar sumida en un plano mayor: ya sea existencial o onírico; y no se inclinaba por descartarlas.

Les sonrío a ambos, estando a sus espaldas, concibiendo una muestra completa de sus dientes mórbidamente carnívoros y puntiagudos; adiestrados en el fino arte de los desenfrenos amorosos y del desgarre de la carne.

-¿Opción a marcharnos? Os ruego que me confiese si, y suponiendo que hay otros niños acá, hay alguien que no esté acostumbrado a respirar el dolor y el olvido como si se tratase de aire todos los días… ¿Qué razón puede despertar el interés de un orfanato hacía tú persona, en vida, si ostentas la buena virtud de una familia lista para regalarte las delicias que surgen como fruto del amor?...- Estableció una pausa breve, mientras surcaba al fin el filo de la puerta hacia el interior, pisando la suave madera del suelo y topándose con un ambiente que, de alguna forma, contrastaba con todo lo que anteriormente conocía – Me da igual si esa taza de chocolate que me prometéis es tan real como yo hermosa, adoptare una confianza necesaria…ya que, de todas formas, no tengo nada que perder…-

Miro a la rubia y entorno los ojos, como suponiendo que ella compartía su situación desventurada; es decir, y no es que la infame tenga experiencia en el asunto… ¿Pero qué madre o padre o tutor de turno sería capaz de dejar a una criatura así tirada, en medio de la nada, a sabiendas que no se podrá mover por si sola (como es el caso) o que cada movimiento irá acompañado por una infranqueable agonía?.

Si hay alguien en el mundo que te ama, te cuida; punto.

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Mediodía Re: Sors immanis et inanis (Priv. Mannequin y Morrigan Sullivan)

Mensaje por Morrigan Sullivan Dom Abr 14, 2013 11:34 pm

Mientras entraban al orfanato, escuchaba la voz curiosamente agradable de aquella, su angel castigador, aquella a la que habia bautizado en lo febril de sus pensamientos como la que la liberaria del dolor de su existencia, poniendola a dormir en el eterno sueño de la muerte...si no es que se encontraba ya en el, y la criatura de cabellos negros no fuera un angel castigador, sino uno que habia sido colocado alli para hacerla padecer todo el sufrimiento que habia causado, y todo el que habia deseado causar. Todo el que sentia que merecia, toda una serie de momentos dolorosos acumulados, el patetismo, el olor a putrefaccion, y la inutilidad de su propio ser ue vagaba en la condenacion de saberse tan irremediablemente inferior, estorbosa, una condena que la haba persguido hasta...¿hasta donde? ¿donde estaba? ¿que lugar era ese? El recuerdo aun se conservaba intacto y fresco en su memoria, como un fragmento aislado que podia revivir a gusto, una y otra vez, en pro de sus propios deseos masoquistas...ya no gitaria. Se haia quedado sin voz, y si seguia haciendolo le doleria la garganta. Y sin embargo...no podia dejar de pensar en ello, encerrandose en rememorar aquellas imagenes una y otra vez, como si quisiera conservarlas, no olvidarlas como simple quimera de su mente, alucinacion o creacion de sus sueños. Olvido a los que estaban a su alrededor, hasta que sintio el silencio y supuso que alguien le habia hablado. Ademas, olia a chocolate, asi que estiro las manos para tomar una de las tazas que se le ofrecian, tomandolo con cuidado. Estaba espeso, y calentaba su cuerpo congelado.

-Esta muy bueno...-Poco a poco, sentia que la vida le volvia al cuerpo, y que el dolor le remitia, a regañadientes, como si le costase abandonarla. No dijo una sola palabra hasta haber terminado la taza, demasiado aturdida, perdida entre sus pensamientos, sentimientos, y el estar completamente sorprendida por lo que veia a su alrededor, tan perdida que casi se juraba en sueño protervo, ultimo delirio compasivo de una mente que se mantenia a si misma alejada del dolor de morir...o quien sabia. Al menos, la otra parecia haberlo sobrellevado bien-Pareces una niña. Una mas pequeña que yo. Pero no lo eres en absoluto ¿verdad?-Era un angel. O eso se decia a si misma. La verdad aquella criatura podia ser tanto angel como demonio, tanto castigadora como dadora de proteccion, o una simple chica, tal y como ella...no, no simple. Habia algo...diferente en ella. Pero ya tendria tiempo de ahondar en aquello. Comenzaba a recuperar el dominio de si misma, a superar la impresion, y recuperar la compostura. Y aun asi, las dudas se mantenian, insistiendo en materializarse por el don de la palabra-¿donde estoy? ¿donde estoy de verdad? Yo...-vacilo unos segundos, mirando a los que la acompañaban, mas voluntaria a contar sus miserias a la criatura flacucha que la habia insultado antes que a aquel hombre.Los hombres la ponian nerviosa. Tan intrusivos tan...-mi madre me arrojo de un barco.me empujo por la borda y cai al agua. Me estaba ahogando, iba a morir. Si quiere decirme, si pretende decirme que es posible aparecer en un orfanato luego de eso, nisiquiera lo trate-Miro al hombre, con tanta dureza como podian desprender sus ojos, tratando de esconder su vulnerabilidad, el miedo que la respuesta que iban a darle le causaba.

-Puedo caminar, no estoy invalida. Ya estoy seca ya...-ya no deberia doler tanto, se dijo a si misma, pero no estaba dispuesta a admitir su propia debilidad enfrente de desconocidos. Respiro profundamente, tratando de calmarse a si misma, de evitar la brusquedad, de que...de que se alejasen de ella cuando apenas acababan de conocerla. Escuchaba a los niños, un sonido que la llenaba de miedo y anticipacion en cantidades iguales. Hacia años que no estaba expuesta a otros niños, y habia perdido el trato a sus iguales, y las maneras que resultaban tan naturales y espontaneas en una criatura de su edad. No sabia como debia actuar...o que debia pensar. Un orfanato...la posibilidad de encontrar otros padres, otra madre, una que la amase, que la qusiese a su lado...y que luego acabase cediendo a su presion, sus manipulaciones, que quisiera alejarse de ella de nuevo, de una hija enferma, que nisiquiera viviria tanto como una normal. A diferencia de la otra chica, ella tenia muy claro que no queria irse. Fuera lo que fuera, limbo, purgatorio, delirio, o cualesquiera que fueran las circunstancias que la habian traido a aquel lugar, lo haria si hogar. En ese momento supo dos cosas: Nunca dejaria que la adoptasen, si podia evitarlo, y debia permanecer cerca de ella, tanto como pudiese. Una clase de sexto sentido se lo indicaba, que seria ella la que la sacase de su dolor, para siempre-Mi nombre es morrigan. Morrigan sullivan ¿cual es el tuyo?-pregunto con suavidad, mirando a la chica de oscuros y ensortijados cabellos, con una mezcla de dulzura, miedo y frialdad plasmada en sus ojos. Esperba, con tranquilidad. ella se habia llamado a si misma ¿una fraticida no? Si lograba simpatizarle, si acaso el verdadero sentimiento del afecto existia para un ser como ella, y si la apreciaba de verdad, la mataria por compasion...si la odiaba y sentia repulsion por ella, la mataria de todas maneras...De cualquier manera, iba a resultar que, quizas, si fuera un angel despues de todo.
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El chocolate evaporado escurría por denso ambiente después de tan sendas declaraciones de las pequeñitas que junto a él se encontraban.

- Esas palabras no deberían estar en boca de una pequeña señortia como tú - le dijo al pequeño mosntruo, a sabiendas de que no era más que una máscara para la verdadera persona escondida detrás de aquel mal disfraz de niño. Le acarició la punta de los cabellos de la nuca, sacándo el exceso de agua que pudiese haber allí, y le dedicó una sonrisa de verdad, de esas que no puedes comprar con mentiras ni con dinero. Y le acercó una taza de chocolate caliente. - Espero que el calor te abrigue el cuerpo, casi tanto como el alma - posó una mano por sobre el hombro de la pequeña, entregándo completamente su apoyo. Para luego dedicarse por unos momentos a las palabras de la pequeña doncella.

Le miró con una mezcla de entre ternura y pena. No sabía que responder ante la declaración de la pequeña, no sabía si ella estaba alucinando o algo más raro podría haber pasado, el orfanato estaba lo más lejos del mar y de cualquier barco que pudiese pasar por allí. Se quedó en silencio y solo objetó con la mirada a sus palabras. Sabía que el objeto de interés en la vista de ella, no era su persona. Eso lo sabía muy bien.

Dejo a la menor sobre una de las sillas de la cafetería y se dió la media vuelta, con la intención de dejarles conversando una con la otra. A razón de que pudiesen caer en gracia ambas y así no hacer tan triste el trámite del ingreso al orfanato. Salió de la habitación y se dirigió al cuarto de recepción, se fue de lleno al cajón de los documentos que estaba bajo llave, lo abrió y sacó el libro de registros; café, añejo como el mismo orfanato, pero a la vez intacto, como si lo hubiesen creado así.

Los minutos que estuvo afuera, analizó en su cabeza las historias de las pequeñas, ambas abandonadas a su suerte, ambas traídas al orfanato a través de las corrientes del destino, una ironía, tomando en cuenta de que ambas estaban empapadas a más no poder. Recordó algo y se fue directo al armario de la servidumbre, creía recordar que allí habría ropa de niño y algún vestidito que le pudiese quedar a la pequeña. Rebuscó unos momentos hasta encontrar algo de utilidad para ellas, irónicamente, las ropas eran casi iguales a las que ya vestían. Las tomó y sacudió por un momento, para volver a la cafetería.

Llegó a la habitación, para observar a las pequeñas, saltándo completamente cualquier protocolo e interrumpiendo cualquier clase de conversación que estuviesen teniendo.

- Señoritas, necesito sus datos personales y que me muestren todas las pertenencias que están portando - dijo mientras dejaba el libro y los ropajes sobre la mesa.
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Mediodía Re: Sors immanis et inanis (Priv. Mannequin y Morrigan Sullivan)

Mensaje por Cruel Justine Sáb Abr 27, 2013 4:06 pm

Justine les seguía a ambos sin revolverse en una mayor resistencia; mientras tanto, el aroma provocativo y familiar del chocolate que les habían prometido, se inscribía por su olfato y le calentaba las entrañas (esas, que parecían estar hechas jirones por el frío, el hambre, y los vestigios de su último histerismo; aquel que tuvo como consecuencia el más justificado de sus crímenes). Se vivificaba, pero no sólo físicamente, sino que también de un modo más espiritual. Desde el principio, en donde las curiosas teorías teologales habían tenido su estreno, todo lo que podía sopesar un carácter mortecino, melancólico y prevenido ella lo asumió; porque entonces juraba ese mismo suelo que pisaba como inseguro; esperaba que los heraldos de la muerte la insertaran como si se tratase de una araña pinchada por un alfiler, como también que oscuras lenguas de fuego le frieran la carne hasta el punto de las cenizas… pero cierto era, que pese a la certeza de ya no estar Lyon (ni en ninguna otra zona colindante a los Cárpatos), y que, probablemente, su plano existencial si era distinto, bien no lograba precisar cuales eran las diferencias en comparación a su experiencia terrenal.
La modesta arquitectura del orfanato se juzgaba deslucida por el tiempo y la ignominia del descuido; todo a sus alrededores estaba desgastado: desde el jardín frontal, que más se asemejaba a terreno baldío, hasta el crujiente piso de madera y las inmensas paredes descoloradas (o bien tapizadas, pero sucias). No se podía regodear en la opulencia de las columnas de oro de su hospicio, ni en las costosísimas extensiones de mármol a modo de suelo; como tampoco eran las esculturas más finas, esas que podían enorgullecer al mismísimo Miguel Ángel si la observase, las que engalanaban cada rincón libre de los pasillos y llenaban a su negro corazoncito de orgullo… pero, al menos, estaba lejos de aquellos cuatro libertinos y podía confortarse en la certeza de no ser la más desdichada entre todos los internos.

Morrigan, como bien se había presentado ante ambos, explico brevemente su realidad, la cual se le antojo a Justine como más cruenta que la suya propia. Es decir, no es que nuestra joven sensualista, como habrán notado, se hubiese servido de esos últimos 4 años como “apoderada” de Lyon para compensar las flagelaciones que incurrieron en más de un decenio; pero es su carácter liberto y esa entrega casi absoluta a la impiedad del crimen, lo que le obligo a degustar las tragedias con cierto humor. La niña, en cambio, versaba su dolor en un amor que se supone, ya por una mera dicotomía de la naturaleza, le debía ser correspondido, pero que sin embargo, fue en sus manos que encontró la muerte; en cierto modo la compadecía, aunque no podía evitar excitarse terriblemente por su sufrimiento; tanto así que en ningún momento abandono la sonrisa antes articulada. También sabía que el angelito había tomado algunas inquisiciones respecto a ella, pero la liberta no se atrevió a responderle hasta que la misma hubo concluido.

-Es cierto, no soy una niña, pero tampoco penséis que soy una adulta…-


Elevo sus ojos azules, ahora embellecidos por un color intenso, centellantes, relampagueantes, totalmente capaces de servir como luceros en aquella oscuridad parcial, acertándose en las enormes orbes de la otra. Sostuvo la mirada durante algún tiempo, notando que la atención ajena se negaba a abandonarle, como si apostara en su figura algo a modo de confianza.

–Aún no sabéis elegir bien tus intereses ¿verdad?-


Rió y el eco de su voz repiqueteo unas tres veces hasta perderse en cadencias suavecitas e imprecisas por los pasillos; ladeo la cabeza y entorno los ojos, fingiendo alguna que otra simpatía.

–Mi nombre es Cruel; Cruel Justine. Pero vos te referiréis a mí con el primero, si no queréis terminar irreparablemente inválida. Porque bien sé, que a nosotras las desgraciadas, nos pesa mucho más la promesa de seguir viviendo, aunque sea en un plano distinto, a la posibilidad de saborear la miel dulce y soporífera que se desprende de los dedos de la muerte, una vez esta nos encuentra…-


Entonces llegaron a la cafetería y Justine debió interrumpirse a si misma; ahora era el adulto quien tomaba la palabra, aprovechando ese ínterin para responderles a ambas. Sin embargo, no fueron éstas las que revirtieron la inquietud de sus facciones (sustrayéndole toda seguridad adoptada), ni tampoco el contacto de esos dedos grandes y largos escurriéndole el agua de la nuca… lo que la desacato fue el conjunto de sus expresiones: su sonrisa tan sincera, su mirada tan caritativa, tan piadosa. Todo lo hermoso y flameante de sus pupilas se apago, pareciendo dos estampas azules que no refractaban nada. A tal punto llego la ofensa que siquiera se extendió para tomar el chocolate ofrecido, aún cuando el hambre le retorcía los cogollos.

-Vuélveme a mirar así y os juro que ignorare cualquiera sea la jerarquía que ahora nos rige para dejar, en donde tenéis los ojos, dos cuencas en donde los cuervos aniden y batan sus alas. No seáis bueno conmigo cuando yo en ningún momento di razones para serlo…-


Todo lo que fuese caridad, compasión, misericordia, eran apotegmas que la infame repelía, a no ser que se encontrasen justificados en un interés antes conversado; cada buena acción tomada para con ella, por sus mayores, era apadrinada rápidamente como un préstamo del cual el otro se podría aprovechar a largo o corto plazo; ahora sólo quería la piadosa seguridad del maltrato y lo predecible del insulto. Pero con el hambre merendándole las entrañas, no pudo rechazar la oferta por más tiempo; dejo el cuadernito en una mesa adyacente y tomo al fin la taza ofrecida. Antes de siquiera intentar dar un primer trago, sentaron a la otra niña en una silla, junto a ella; Justine hizo lo mismo, colocándose frente a su librillo (muy próxima a su “compañera”, a mano derecha) mientras que el varón desaparecía, sin dar mayor detalle sobre su paradero.

Suspiro, haciendo un esfuerzo brutal por liberar de la tensión a sus facciones rancias por el oprobio; observo a la rubia, esa criatura que destilaba ternura a modo de cualidad inherente, y se le antojo fantasear con que le pateaba la silla, escupiéndole una vez su tierno cuerpo hubo impactado contra el suelo duro; quiso imaginar como le desnudaba los pies y le marcaba la suela de los mismos con el filo de su daga (desgarrándole la carne por el esfuerzo de cortar con aquel aparato oxidado) y repitiendo el proceso en la piel pálida y suave de sus manos. La impresión de la dermis ajena era lechosa y frágil, tajarla sería una turbación menor… en cuanto el deleite de verla arrastrándose, tratando de huir ante el horror, compensaría con creces toda la incomodidad sufrida hasta ahora; pero se contuvo. Como toda buena sacerdotisa, Justine adoraba en el templo de lesbos desde su temprana infancia; así que no era de sorprender si se descubría en su proceder cierta consideración a todo lo femenil.

-Así que tu madre te tiro por la proa de un barco, cariño; eso si que es triste…-


Enfatizo para luego reírse fortuitamente y sin mucho esfuerzo, mientras su contemplación perdida contaba las mesas largas que se extendían en numerosas filas tras la espalda de la más pequeña.

–Fuera de chiste, me gusta tu nombre, es celta; he leído alguno de los poemas del Ciclo de Ulster, en donde apelan a la diosa Morrigan, pero hace tanto ya de eso que muy dificultosamente puedo extraer el recuerdo de algún que otro cuento…-


Explico, mientras al fin llevaba el filo de la taza hasta sus labios rosados y cansinos, dedicándose por unos segundos a apreciarle con el olfato, admitiendo que el calor le invadiera, justo antes de probar con sus bembos la sustancia afable y espesa.

-¿Eres de Croacia o de Bosina? ¿Montenegro? ¿Bulgaria? ¿Serbia?...-


Pregunto, empecinada con que, al menos, estaban por tierras eslavas; quizás Morrigan había sido ahogada en el mar báltico. Pero entonces su anfitrión entro en escena, dejando sobre la mesa un libro y unas ropas muy semejantes a las que ahora llevaban puestas las dos. Justine deposito la taza sobre la mesa y con un vistazo rápido a su figura se dio cuenta de que, tanto su buzo, como los pantalones y su camisa se hallaban, no solamente mojados, sino que también en un desventurado estado; probablemente, en el río, las piedras golpearon contra su figura hasta desgastar y destruirle sus prendas por partes. Aún así prefirió no tomar iniciativa alguna sobre la empresa de cambiarse hasta que así se lo demandaran.

-Como mencione antes, mi nombre es Cruel Justine Lorsange-


Llevo las manitos pequeñísimas y blancas hasta su cuello, deslizando el rosario de Clément por sobre su cabeza y depositándolo en la mesa, arriba del cuadernito, sin mayor apego. La madera era de roble, oscura, y se podía distinguir en ella con claridad las manchas definidas de sangre por sobre su superficie, como también dar créditos a un desagradable hedor a orina.

Se santiguo.

-Tengo 19 años de edad; nací en el año de 1992, un 9 de enero… -


Prosiguió, mientras desenvainaba con una delicadeza aristocrática el fino pañuelo de seda blanco que resguardaba en su pechera y lo situaba, abierto, por sobre el rosario.

-De nacionalidad rumana, crecí en la zona de los Cárpatos que hacen frontera con Hungría…-


Y con un rápido movimiento de mano descubrió la daga que arropaba su calcetín izquierdo, pronunciando una hendidura todavía más grande en su talón (el cual empezó a manar sangre dócilmente, llenándole de calor el pie frío; reconfortándola en un dolor familiar). Deposito el arma oxidada sobre la mesa, con rastros de carne entre sus grietas por el carcomo.

-Me es preciso agregar que, lejos de querer sonar presuntuosa, debo ser la mayor sensualista, con vida, en este siglo XXI. Pero sería un engaño asegurar que mis aptitudes se detienen en un optimo desempeño sexual, ya que eso, prácticamente, es un añadido caprichoso o pretencioso a lo que realmente les generaba placer a mis señores. Sin embargo, no creo que sea alguna ramificación del crimen a lo que ustedes apelen cuando buscan un buen comportamiento en sus inquilinos. Así que me gustaría aseguraros que: sé bordar, sé cocer, sé cocinar, puedo hablar cabalmente y por mucho tiempo de cualquier disciplina, ya sea de las ciencias, de la religión o de la filosofía (entiéndalo usted como la muestra de una enorme educación); tengo una ortografía excelente y una caligrafía que por sus formas serviría de cenit visual para quien sea un entendido en la materia… -


Coloco lo último de sus pertenencias, un poemario, por sobre su pañuelo (quedando este levemente inclinado por lo irregular de las cuentas del rosario bajo la prenda). Entrelazo sus pequeñísimas falanges, unas entre otras, en tanto le servia una sonrisa de lo más proterva a su servidor.

-¿Necesita usted algún dato más, caballero?-


Le consulto.
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Mediodía Re: Sors immanis et inanis (Priv. Mannequin y Morrigan Sullivan)

Mensaje por Morrigan Sullivan Lun Abr 29, 2013 10:50 pm

Morrigan contemplaba lo que la rodeaba, cada centimetro del orfanato a su disposicion; la cocina, el corredor por el que habian entrado, rememorando el jardin exterior en que las habian encontrado a ambas, las dos criaturas abandonadas a su suerte, y traidas a aquel extraño lugar por azares del destino mismo, de la misteriosa fuerza inexpugnable que lleva la vida de toda criatura viviente. Intuia, sin necesidad de preguntarle nada, por las cosas que decia, el lenguaje que usaba, la forma en que se comportaba, todo acerca de Justine en fin, que ella habia pasado por una vida tan desgraciada como la propia e incluso mas, y que seguramente habia llegado alli luego de una experiencia cercana a la muerte, si no que de la muerte misma. La razon de que ella no dijera nada no le estaba clara, pero creyo entender la razon, a l ver la expresión de incredulidad del hombre. La miraba como si estuviese loca. Con esa amable condescendencia, con ese ligero desprecio, esa manera desdeñosa de mirarla, la forma en que la miraban a ella, disimulando todo en consideración a algo que no sabia definir si se trataba de su belleza, su juventud, o su calidad de criatura enferma, inutil. Deseo tomar la taza y romperla contra su rostro, de obligarle a mirarla de la forma en que sentía, de apartarse de las hipocresías que parecían exigir los modales o el buen ver. Que fuera como Justine. Sabía lo retorcido de su deseo, del cambiar afecto por ironia y malos tratos, que era todo lo que la criatura de cuerpo infantil y boca de delincuente le habia dado; pero en un mundo de incertidumbre como en el que vivía, cada caricia se le antojaba falsa, cada beso una muestra de burla, cada sonrisa el escondite secreto de una mueca de desden. Estaba cansada. Solo queria sinceridad. Quizas despues de todo, el hombre del orfanato tenia buenas intenciones.Nunca se sabía. Llego a preguntarse en que momento se habia vuelto tan irreparablamente cinica a tan temprana edad; sentia que se habia amargado antes de tiempo. No que nadie pudiera culparla por supuesto.

Escuchaba las palabras ajenas, pero en honor a la verdad no prestaba demasiada atencion. Pensaba y meditaba, distraida en sus propias elucubraciones, tratando de darle nombre a aquella nueva oportunidad, a aquel nuevo soplo de existencia que no estaba segura de merecer del todo. Ya habia llegado a la paz con la verdadera naturaleza de aquel orfanato, quizas antes que la propia Justine. No trataba ya de darle un caracter de cielo o infierno, de castigo o de recompensa. Quizas producto de la intuicion, o de la falta de imaginacion para dar con otra explicacion, el hecho era que se atenia a que aquello era un orfanato real, y de que convenía no decir su verdadera historia a nadie más. Que el hombre y Justine lo supieran era algo infortunado que no podia cambiarse ya, mas si el que otros niños se enterasen. Porque habia niños. Era de suponer que en un orfanato ellas dos no serian las unicas, pero ademas habia algo en el aire, una sensacion de actividad y vida, que decia que alli habia otros niños. Sintió miedo de pronto, y se encontro aferrando sus manos al vestido, aterrada de pensar en otros niños. Ella no habia estado con criaturas de su edad en mucho tiempo, exilio de sus pares causado por un celo excesivo, y por el dolor que hasta la mas minima y simple de las tareas le suponia; los niños la asustaban. Niños, como adultos en miniatura, como eres completamente diferentes que no tenian razones para ceder a sus manipulaciones y chantajes, que podrian responder con fuerza si es que ella hacia lo propio. Que no entenderian su dolor, no, todos ellos cuerpos sanos, niños normales, que tenian una vida que ella deseaba fuera propia, cuando odio, cuanta rabia, pero cuanto miedo... Justine hablaba de los encantos de la muerte. Justine amenazaba con dejarla invalidad-si es que eso podia tomarse como una amenaza-, Justine amenazaba al hombre por razones que o no comprendia o no habia notado, Justine preguntaba por su nombre, la reprochaba por no conocer sus mejores intereses. La escuchaba, sin escuchar en realidad. Aun asi, prestaba atencion a cada palabra que salia de entre sus labios.

-Supongo que puede llamarse triste. Es...algo que solo paso-Despues de diez años de traerla al mundo y de darle la vida, su propia madre se la habia arrebatado, y la habia sacado de el. Su madre...como la habia amado. como la habia querido. Sus abrazos que consideraba la mejor cura para el asma, los cuentos que le leia antes de dormir, fabulas conjuradas entre las sombbras de la noche, fantasmas y monstruos que no podian asomarse por sobre los limites protectores de sus mantas, la sensacion de seguridad y de que la madre es todo en el mundo... todo aquello era un simbolo de su inocencia, aquella que habia perdido y a la que habia renunciado hacia ya tanto tiempo. Su cuerpo nubil, delicado y fragil, de piel suave, que se lastimaba con tanta facilidad, se habia contaminado con la enfermedad, se habia vuelto fragil, adolorido, inutil, incapaz de las cosas mas ordinarias, un cuerpo destinado a una vida corta y llena de dolor. Tuvo que mirar sus piernas serle ocasion de tormento y humillacion, aquella mirada en los oos maternos de tristeza primero, luego de profunda decepcion, de desden, de desesperanza...de odio. A veces creia que su madre la odiaba. Y su corazon se habia vuelto negro y retorcido, se habia llenado de amargura, de resentimiento, para ponerse a la par de sus extremidades atrofiadas. Habia comenzado a exigir, a tratar mal a las criadas, a caer en berrinches cada vez que su madre buscaba excusas cada vez mas frecuentes para alearse de ella, para volver a la vida social que tanto apreciaba, alla donde podia conseguir al menos, algo de simpatia y lastima por su princesita, su muñeca rota, el pequeño monstruo encerrado, su rapunzel condenada a un ignominioso exilio.

-¿que importa de todas maneras? queria una niña normal. Solo me usaba para que sus estupidas amigas de su circulo social le tuviesen lastima. Me despreciaba, me miraba como si me tuviera asco. No queria tocarme, no queria estar conmigo ¿quien quiere cuidar de una enferma?-No sabia porque estaba diciendo eso, las palabras solo salian, borboteando de su boca, como si fueran un liquido infecto y putrido dentro de sus entrañas, uno que hace ya mucho rato se habia vuelto negro, asqueroso-Yo lo se. No necesito que me cuiden...-vacilo, mirando a la pared de la cocina, como si buscara refugio en ella. Nunca habia podido afirmar aquello sin apartar los ojos de su interlocutor-Odio que me traten como una inutil. Que me tengan lastima, que me traten con asco, que traten de disimular todo el desprecio que sienten por tener que cuidarme con toda su maldita hipocresia, con todas sus palabras falsas-a esas alturas su voz habia ido aumentando en intensidad, sin que pareciera preocuparle mucho que la escucharan, o asustar a alguien, o siquiera que aquella criatura, aquella niña mujer tan amenazante se hartara de sus gritos y acabase por tomarla de los cabello y estrellar su cabeza contra la pared-Yoconfiaba en ella y me hizo creer que todo estaria bien, que me amaria a pesar de todo, y me traiciono y me llevo a la muerte ¡me mato sin importar lo que diga nadie! ¡no lo soñe! ¡mori!-en un exabrupto acabo tomando la taza y estrellandola contra la pared, un estallido de porcelana y gotas de chocolate resbalando por la pared. El sonido parecio sacarla del extado exaltado en el que se encontraba, sentandose tranquilamente cuando escucho pasos-No importa. estoy loca ¿no? eso dijeron. Y los locos no siempre hacen lo que conviene a sus intereses.

El hombre habia vuelto-¿habia dicho su nombre?no lo recordaba- con un vestido para ella, y unas ropas de niño para Justine, ademas de una libreta. Queria saber que tenia con ella, asi que saco su bolso, y comenzo a sacar las cosas que contenia, una por una. El oso de peluche que su madre le habia regalado, cuando era mas pequeña, su compañero de aventuras de la infancia, con el que habia explorado, al que le habia contado cuentos, que la habia acompañado en cada pequeña cosa que hacia. Hecho a mano, aun lo adoraba, incluso despues de lo que habia ocurrido. Una pequeña lata de metal llena de caramelos de frutas; se la habian dado en el barco antes de que muriese, recordaba haber comido uno con sabor a fresa. Un pequeño cuaderno, su diario, en el que habia escrito cada dia, cada minuto de su tortuosa enfermedad. Estaba lleno de dibujos, escritura que iba volviendose mas pequeña y enmarañada los dias que peor se sentia, cada una de las cosas que habia visto, sentido y vivido durante todos esos dias plasmada por escrito en su diario, con el lapiz con el que escribia en el. Ahora suponia, tendria que escribir cosas acerca de su nueva vida. Una caja de creyones de colores, y por supuesto el bolso que las contenia. Era todo lo que tenia en el mundo-Mi nombre es Morrigan Sullivan. Tengo 10 años. Creo que es todo lo que necesita saber acerca de mi.
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Mediodía Re: Sors immanis et inanis (Priv. Mannequin y Morrigan Sullivan)

Mensaje por Mannequin Jue Mayo 02, 2013 9:34 pm

Observó todos los cambios de emociones en la habitación, leía un poco el rencor, el miedo, la pasión psicopática que rodeaba a las dos pequeñas. Era uno de esos momentos en que lamentas lo que ha pasado con la gente de hoy en día, con lo que la gente puede llegar a hacer en base a su desesperación, o por así decirlo, simplemente en base a su egoísmo.

Pese a que el día reinaba en las afueras, el centro de la cafetería estaba como la noche más oscura. El chocolate caliente escurría por la pared frente a las mocosas. Ambas seguían estilando auga contra el suelo bajo las sillas. Este a su vez, tomaba un aspecto como fangoso. El hombre analizó las nuevas actitudes con que se mostraban ahora. Y lejos de asustarse o de sentirse apabullado por las amenazas anteriores o las posteriores a su regreso, se mantuvo imávido.

Era como si fuese un maniquí, una paradoja de ser humano, porque pese que estaba de pie frente a ella, con su mirada llena de honestidad y completamente sincera. La reacción a cosas sin importancia no eran mella en su actuar ni en su pensar, como si estuviese entrenado a responder solo a ciertos estímulos, como alguna ratilla de laboratorio o alguna otra musaraña en algun campo de estudio. - Ajám, ajám - fue lo único que esbozó, mientras estaba ahí de frente, apuntando lo que las pequeñas tenían para decir y observando impávido lo que sacaban y dejándo a suerte de quién pudiese descifrar el rompecabezas que se hallaba dentro de su cabeza;

Lo que el estaba pensando.

Se limitaba de esbozar comentario alguno acerca de las hitorias, o de los desvaríos de cada una de ellas. Que una venía del 199X y a la otra la habían tirado de un crucero. Que triste por ellas, ya luego se encargaría de enviar a la señortia Natassja a arreglar las cosas con ellas. El orfanato cada vez estaba más poblado, pero a la vez estaba más desastrozo, los niños que llegaban estaban cada vez más dañados.

Lo que vino después, talvez no salga de la memoria activa de las pequeñas, y talvez quede grabado por unos buenos momentos. Mr Helleson avanzó hacia la mesa, tomando el saco de la pequeña Morrigan y echando dentro todas las pertenencias de ambas, dejándo solo el peluche de la pequeña y el rosario de la pequeña... abominación.

- Deberé de llevarme ciertas pertenencias suyas para dejarlas en vuestra habitación - dijo mientras miraba a la pequeñita - Dejo este guardián a tu cuidado para que no estes sola. - y luego mirando a la pequeña criaturilla que ahora (irónicamente) se llamaba "Cruel".

- Deberías acercarte un poco más a Dios, deja la tentación de Satán en el bolsillo de tu cartera, cuidando los ingresos de tu cordura. - Dijo mientras se echaba el saco al hombro - Eres una niña buena y dulce... - le dedicó la última de las miradas con una mezcla de ternura y protección - ...en el fondo de toda esa desgraciada mirada... - avanzó hacia la puerta a una velocidad que ni siquiera un velocista nato llegaría a alcanzar.

- ...Sé que yace la que alguna vez fuiste, no importa que tanto dolor tengas arraigado aquí dentro - Se apuntó el corazón y por fin dio media vuelta, saliendo de la habitación, dejándo a las pequeñas con el cambio de ropa, las mantas y un rosario hediondo y un peluche raído.







Las bienvenidas no siempre son gratas, pero nunca serán malas totalmente.


~Salgo de Escena~


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Mediodía Re: Sors immanis et inanis (Priv. Mannequin y Morrigan Sullivan)

Mensaje por Cruel Justine Dom Mayo 12, 2013 2:25 pm

-¡Sois ambos unos insoportables!-


Declaró hastiada, huérfana de toda paciencia, cuando el mayordomo hubo salido de la cafetería. Más allá de su apático orgullo, había que admitir que esas últimas palabras dichas por él le habían logrado calar intensamente en su pecho… al punto de inducirle en una honda reflexión (ignorando así la pérdida de sus únicos y pobres efectos). Solamente en Lyon, y en algún que otro hospicio erguido en el nombre de una para nada respetada cristiandad, al criminal se le ensalzaba; eran los más horribles asesinatos, los más crudos artificios y las más descaminadas imprecaciones un modo seguro para obtener reconocimiento y, por consiguiente, de respeto. Sin embargo, en el resto del mundo, en aquellos lugares fuera de los Cárpatos, sobre el horizonte de un antiquísima Rumania, zonas que ella solamente había podido conocer gracias a esos pesados libros que supieron abastecerle su muy fecunda imaginación, a los culpables no se les tendía mayor reconocimiento; eran abandonados. Justine comprendió hace tiempo, por palabras forasteras, la ironía de su destino y la malversación de la cruz; allá afuera, donde cualquier símbolo eclesiástico no era usado para sodomizar hasta el desgarre de las entrañas, todos se ruborizan a la sola idea de albergar un criminal, los escandaliza, sienten vergüenza de derramar lagrimas a su nombre (de hacerlo); la sola idea de contagiarse les aterroriza, les atiza el pecho de desconfianza y lo despueblan de cualquier posible consideración. Un asesino, un violador, un ladrón era proscrito de todo los corazones, ajeno al socorro, al auxilio, a un oído que lo sepa escuchar.
Por tanto, y siendo que ahora estaba lejos de Lyon, se le hacía tan inverosímil, por sus propias hipótesis bien sostenidas, encontrar a alguien cuya esperanza por ella se empeñara en hacerle notar la posibilidad de un ser virtuoso escondido bajo el ennegrecido sudario de su alma.

Aunque, por otro lado, Justine también lo sintió como si se le estuviera subestimando su propio oprobio, su tan adorada y asequible capacidad para hacer el mal (esa que le servía de sustento al autoestima); el hombre sostenía conjeturas escandalosas para ella.

-Esto es una pesadilla… una muy pesada y larga alucinación. Por la verga de San Juan, Clément ¿De dónde mierda sacaste el vino de la cena?-


Modulo para sí misma, como esperando que el reproche trascendiera a través de esas fascinantes paredes, que ahora solamente se disfrazaban de amenaza y de oscuridad. Quizás todo esto fue un sueño desde el principio; quizás ella jamás se había levantado aún y Raphael seguía dormido, perversamente sujeto a la cintura temerosa y palpitante de una amante de turno…

Sin embargo, su cabecita estaba tan agotada de fraguar conjeturas, que al fin se decidió por ignorarlas a todas: Si debía despertarse, tarde o temprano lo haría; si ese orfanato se convertía en su nuevo hogar infranqueable y en efecto su condena, también se enteraría; si hubiesen, al fin y al cabo, demonios que la tuviesen que escarmentar, lenguas de fuego que adquiriesen el derecho de le atizarle el cuerpo o oscuras estacas que buscasen empalarle, ya se abrirían los cielos y los dejaría pasar. Mientras tanto no habría que pensar en ello.
Consolada por ese acto de negligencia que estaba dispuesta a consumar, se termino el chocolate de la taza y tomo el rosario hediondo que estaba sobre la mesa (ahora, su único efecto). Lo contemplo unos instantes, como cerciorándose de su inutilidad, para después colocárselo alrededor de su finísimo cuello.

-Os aseguro, mi casi paralitica acompañante, que las cosas que ahora nos habéis sacado no estarán en nuestra supuesta habitación. Después de todo, yo les hacía lo mismo a las nuevas criaturas que entraban en mi hogar; las despojaba de sus pertenencias para incrementar su sentimiento de vulnerabilidad, sin tener mucho de donde sujetarse para cuando las violase la consternación…-


Comento tranquila, mientras se ponía de pie con una dificultad notable. Fue hasta la pared en donde el chocolate se escurría frío y desprolijamente hasta el suelo, se agacho y tomo un trozo de la porcelana partida, recordando, de paso, el reciente escándalo y observando a su pequeñísima acompañante para ratificarlo.

-No tenéis fuerza en las piernas, querida, pero tus brazos y tu garganta son un asunto aparte-


Sentándose en el suelo, muy próxima al charco de chocolate, se quito el zapato y el calcetín que le cubría su pie lastimado; contemplo con cierta familiaridad la marca pronunciada en su tobillo y sonrío. Acto siguiente, arranco un retazo sobresaliente de su camisa, cortándolo con ayuda del inmenso fragmento de la taza que Morrigan había destrozado, para envolverse la zona lastimada y parar el sangrado que ahora ensuciaba el piso en grandes y espesas gotas. Se aseguro de que el torniquete estuviese bien apretado, descubriendo como una mácula roja le florecía en la zona de los tendones, dibujándose y resaltando a través de las manchas de barro y todo lo mojado del retaso de prenda. El olor de la sangre se mesclaba con el hedor a humedad, impregnándole la pierna de un perfume muy particular.

-La locura es un efecto de lo más cotizado para algunos; pero es en su recelo hacía ella en donde encuentro tú falta. Estáis demasiado cuerda, cariño; demasiado consiente y recelosa de tu propio destino. Un loco es capaz de ver amor en el homicidio, pero tú, convenientemente, solo se te has retorcido agónicamente en un charco de sal, después de haber sido hervida y lacerada por tu propio odio… estáis decepcionada, no loca…-


Aferrando sus manitos pequeñas al filo de la mesa, se puso de pie (con menos dificultad que antes), para luego inclinarse un poco sobre esta superficie y tomar las prendas que el mayor les había “obsequiado”; las coloco por sobre su hombro, asegurando una pequeña pila de tela que le acariciaba el lóbulo de su oreja izquierda y se humedecía apenitas por lo fresco de sus cabellos castaños, casi negros.

-Sois una egoísta tu también, Morrigan; lo sabes. Una muy egoísta y mala niña que, acostumbrada ver solamente por sus propios ojos en pos de una horrible enfermedad, les exigía a los demás ver para ese mismo lado… -


Se rió naturalmente, observándola, con esos dos ojos azules bien abiertos, como si buscase que la rubia se reflejara en su propia retina a modo de espejo. La palidez de su dermis, gracias al frío general del ambiente, había incrementado considerablemente, y todo lo lúgubre de sus ojeras o lo lóbrego sus frondosas pestañas se doblaba, obsequiando una imagen de lo más espantosa.

-No tenéis compasión. Pero vamos, es en mi papel de vicaria del Lucifer en donde no hay lugar para el castigo de un mal comportamiento, sino que solo sirvo para reconoceros y tiraros una alfombra roja a vuestros pies. Ven, querida, déjame ayudarte…-


Le expreso, en cierta actitud cómplice, mientras que con sus brazos estirados tomaba el delicadísimo cuerpito de la otra (que, a decir verdad, le superaba en tamaño y hasta peso) permitiendo pasar su hombro libre por debajo del brazo de ella, para sujetarla en la cintura con la mano que le correspondía a ese mismo lado. Una vez tuvo a la rubia asegurada a su cuerpo (y ya con la costumbre de llevar pesados cadáveres de mujeres mayores, con su peso muerto, en la espalda), se inclino un poquito hacia la mesa de nuevo, tomando con la punta de los dedos de su única mano libre (la que no utilizaba para afirmar a la niña) el oso de la criatura (moviéndose con cuidado para que la ropa puesta por sobre su hombro, en ese mismo sector, no se le resbalara y callera al suelo), para después dárselo y que ella lo sujetase.

- No tengo la más puta idea de donde pueden estar las habitaciones, así que las buscaremos. Menudo comité de bienvenida…-


Espeto con su voz ambigua durante el camino hacía a la puerta, con toda la obligación de cargar los objetos sobre su figura, alentada por la fuerza que otorga la práctica y la curiosidad. Si, es cierto, caminaba lento, pero sus energías no vacilaban a la hora de sujetar a la más pequeña y procurar cada paso un infierno menor para ella. Su pie izquierdo le punzaba a través de ese torniquete casero, pero lo ignoraba.

- El dolor que vosotros tenéis en los músculos o en los huesos, seguro encuentra su incremento con el frío. Buscaremos algún cuarto cómodo y te dejare allí para que reposes mientras intento encontrar un lugar para que nos bañemos…-


Dijo suavemente, en tanto atravesaban el umbral de la cafetería para llegar al pasillo.

- Créeme, querida, nada de esto lo hago por amor a la buena voluntad; pondera el interés, y si bien ahora tengo en blanco la mente… sé que eventualmente podre cobraros… -


Ambos cuerpitos se perdían entre la cerrazón, lo vertiginoso de unas paredes desconocidas y el rumor impreciso de otros niños como ellas...

Bueno, Justine no es una niña…

Pero lo aparenta.
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Mediodía Re: Sors immanis et inanis (Priv. Mannequin y Morrigan Sullivan)

Mensaje por Morrigan Sullivan Lun Mayo 20, 2013 12:53 am

El hombre del orfanato, el que las habia recibido, se habia marchado sin darle oprtunidad de replicar por la toma de sus valiosas pertenencias, su libro de cuentos, los crayones de colores... todas sus cosas, arrebatadas con tanta facilidad, que le hacian querer creer que de verdad estarian en su habitacion cuando volviera. Pero no lo hacia, y para eso la confirmacion que le dio Justine sobraba un poco, a pesar de que lo agradecia en cierta manera. Habia comenzado a acostumbrarse a la extraña forma de expresarse de la chica, a las cosas sin absoluto sentido que decia, y a un lenguaje tan completo y exquisito como lleno de improperios de la mas baja clase, cadaveres cubiertos en aroma de colonia y seda. Era algo a lo que no habia estado expuesta, criada en un ambiente donde hasta en las peores rabietas se le trataba con guantes de seda, haciendola desear a gritos una reaccion normal. No se esperaba que los niños entienderan esa clase de lenguaje, y en detrimento de eso se le hablaba como a pequeñas criaturas, con cierta indulgencia y condescendencia que resultaban, un tanto comunes. O eso creia ella. Miro al hombre alejarse, la simple imagen de la masculinidad, aburrida, detestable, un estorbo ante la mucho mas preferible compañia femenina, incluso si su nueva compañera, aquella chica, no era precisamente muy femenina que se dijese. No importaba demasiado. Lo era, en el sentido mas fundamental, y eso era lo que le importaba a ella-No me gustan los hombres. Solo estorban. Son....intrusos-Se dedico a la contemplacion de Justine, curando su pie con un torniquete improvisado, la sangre manando de aquella herida. La miraba, escuchandola, presa de una especie de meditabunda abstraccion, sintiendo que de pronto todo era mas cercano, como si los sonidos estuvieran aproximandose mas y mas y estuviera despertando de un pesado sueño, de mucho, mucho tiempo. Justine, que se le habia antojado un angel del castigo, ahora era a sus ojos un elemento de seguridad, algo conocido, lo unico a lo que podia recurrir, en un orfanato, donde lo incierto parecia rodearla, sofocarla en una presion que recordaba a sus recurrentes ataques de asma.

-Decepcionada...supongo que si...de alguna manera...aunque la locura suena casi como algo deseable ¿no lo crees? al menos asi, algunas cosas tendrian sentido-Extendio sus brazos, acariciando con ellos sus muslos y la punta de los pies, sintiendo un doloroso quejido cuando trato de estirarlos. A veces se imaginaba a si misma como una muñeca rota, inservible, de las que acababan en la basura. Ahora podia añadir a eso una imagen propia, retorcida, una criatura agonizante que supuraba odio de sus proias llagas. ¿Calcinada en su propio odio? ¿Cruel? ¿Sin compasion? Escuchaba aquellas palabras nuevas, y las saboreaba entre sus labios, como dulces pequeños a los que estuviera chupando para sacarles la esencia de su vida misma, palabras viejas, enterradas en lo mas profundo de su ser, que salian de entre sus entrañas para saludarla como viejos amigos. Si, no habia tenido compasion, porque no habia conocido a nadie que lo mereciera. Nisiquiera aquellos que tampoco eran merecedores de su desprecio, de sus malos tratos, la obstinacion en simplemente mirar algo y desear gritar hasta el agotamiento porque las otras personas no lograban entenderla, amoldarse a lo que sus ojos veian-No merecian mi compasion. No me querian de verdad. Nisiquiera las criadas que sonreian cuando estaban atendiendome, y lloraban cuando les hacia daño. Ellas hablaban de mi, en los pasillos. Estoy segura de ello...-Oprobio ignominioso , insultos, eran palabras que lastimaban, bajo circunstancias normales. Pero cuando esas palabras ya conocidas, no aceptadas, salian de entre los labios de Justine...De alguna manera las hacia sonar agradables. Verdaderos halagos.¿no era extraño? Hallar aceptacion en el ultimo lugar de la tierra en los confines de la realidad y el sueño-Trate de ser buena...de verdad. Pero no me dejaban. Es su culpa nada mas. Si me hubieran querido...si me hubieran querido de verdad....-dejo la frase en el aire, dandose cuenta de que, en un nivel interno e intimo, no lo creia de verdad. Y sin embargo, era una verdad indiscutible. Su madre...Dejo que la manejasen, estirando sus piernas tan bien como era capaz, sujetando el oso, asombrada ante la facilidad con la que estaba siendo cargada. Era tan extraño...se sentia tan extraño, recibir simpatia, afecto, cuidados que no se sentia con animos de rechazar o despreciar...Comenzaba a sentir que debia simplemente abrazar ese lado de si misma, y abandonar cualquier intento de ser verdaderamente amada. No tenia una respuesta aun para ello.

-Es un orfanto despues de todo, no esperaba la gran cosa en cuanto a recibimiento...aunque siento, que posiblemente el que debemos esperar es el de los otros niños-buscaba con la mirada las habitaciones o alguna señal de ellas, sin quejarse por el lento caminar de Justine, aferrandose a su cuerpo, necesitada de aquellos atentos cuidados como no lo estaba desde hacia ya mucho, mucho tiempo-Nunca he estado con otros niños. No se como son. Pasaba todo el tiempo en mi habitacion, mirandolos jugar. Siempre veia adultos, nunca niños. ¿tu has estado con niños Justine? ¿sabes como son?no parece que lo hayas hecho. No lo creo-decia aquello con voz suave, casi un canturreo, como si hablase mas para si misma que para la otra, sonriendo, sin ninguna razon que pareciese apuntar a la causa de esa sonrisa-Tratemos en el piso de arriba, quizas tengamos suerte. Y si, lo hace. Cuando mis piernas recuperen algo de calidez podre moverlas decentemente. No para correr una maraton, pero al menos para caminar. No soy una invalida-remarco aquel punto, abrazando al oso, y rodeando a su compañera con un brazo-No conozco niños...tengo miedo Justine-escuchaba aquello, descartandolo como un pensamiento insignificante. Nadie hacia nada sin interes. Era simplemente la primera vez que se lo decian tan directamente. Cerro los ojos unos segundos, abrazandola con suavidad, esperando llegar adonde pudiera tomar algo de descanso, un baño caliente...evitar lo inevitable. Cuando conociera a los niños...bueno, sabria que hacer. O eso esperaba. Y en todo caso...no estaba sola.

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