En busca de Dios [Tributo] (Emriel+The Arethor)

El sonido de una puerta puerta al cerrarse llamó la atención del muchacho. No es que fuese algo extraño a esas horas de la mañana. De hecho las voces de los niños, el correr del agua, las cañerías crujiendo... era la orquesta matinal en el orfanato. Aún a pesar de no estar en exceso concurrido. No, no era el sonido lo extraño de la situación, sino de dónde provenía. Si Emriel no se equivocaba alguien acababa de entrar en la biblioteca. Cuando el sol apenas dejaba que los primeros rayos aportasen cierta luz y calor a Rose Garden, era extraño que algún interno se dirigiese hacia el lugar. De hecho normalmente la biblioteca estaba a todas horas casi vacía. Pero cualquier mente racional podría haber encontrado una explicación satisfactoria para el evento: Un profesor que busca material para su clase, un alumno despistado que madruga para cumplir con su tarea... o quizá un chico acosado y asustadizo que cree encontrar entre los libros el mejor de sus escondites. No se hubiese molestado en saciar su curiosidad de no ser porque para el joven pesaba sobre la biblioteca cierta "maldición". O sería más apropiado decir que ese lugar tenía una significancia especial para el chaval que, como hiciera otrora, se detuvo ante la puerta.

Lentamente aproximó el oído hacia la hoja de madera que le separaba de la habitación, esperando quizá oir cierta voz lectora. Algo que casi se había convertido en un ritual para el chico. Al no oir ruido alguno decidió irrumpir en la sala sin más. ¿Quién podría siquiera increparle por traspasar el umbral de un lugar abierto a todo el que quisiera ganar en conocimientos?

Con una fuerte resolución Emriel abrió la puerta velozmente, sin dejar por ello que ésta chirriase en exceso. Para ello el entrenamiento en las calles de Londres siempre resultaba muy útil. Cuál no sería su sorpresa, o quizá su decepción, al ver a una chica que revisaba detenidamente el índice, en busca seguramente de alguna obra en particular.

Sintiéndose cogido en falta por su intromisión, el chico cerró la puerta tras de sí, pues siempre es mejor fingir saber lo que se hace que quedarse congelado sin entrar. Dirigiendole una mirada casual y una cándida sonrisa a ella, murmuró:

-Buenos días, espero no interrumpirte. ¿Necesitas ayuda?

No la había visto con anterioridad, pero tampoco podía decirse que Emriel fuese un chico muy sociable. Normalmente prefería la soledad. ¿Cuánto tiempo llevaría ella en el orfanato? Vestía un pulcro hábito y su cabello blanco caía sobre sus hombros formando bellas ondas. El pálido rostro de la chica enmarcaba dos hermosos ojos ámbar. "Quizá brilllen como ascuas encendidas en las tinieblas" pensó Emriel.

El joven varón se lamentó al haber sorprendido a la chica. Finalmente la imaginación había jugado una mala pasada a Emriel. En sus "desvaríos" creyó, encontraría algo totalmente diferente. Fuera como fuese, ahora debía hacer algo en copensación. ¿Por qué no ayudarla?

-Creo que las cosas que requisan... no aparecen -Parecía peculiar, pero así era. Al menos si debía prestar algo de credibilidad a las historias que r´pidamente se propagaban por los pasillos del orfanato. Claro que aquel era un lugar plagado de cuentos, leyendas... no todas podían ser ciertas y lo más lógico era que una biblia se encontrase en aquel lugar. Tal como la chica había supuesto.

Emriel se acercó lentamente hacia ella:

-Aunque si quieres, puedo ayudarte a buscar -Decirlo era fácil... lo difícil era no perderse en la maraña de números y títulos que en el índice aparecían-. ¡Oh! Que descuído el mío. Mi nombre es Emriel. Emriel Velour, es todo un placer conocerte.

Situándose junto a ella, sin tratar de tomar más espacio del necesario para no incomodarla, el chicó lanzó un vistazo al polvoriento tomo que consultaba. La obra que habría de aportar información sobre la ubicación de todos y cada uno de los volúmenes que se almacenaban entre las estanterías de la estancia. Los números y los títulos se agolpaban en sus páginas, dando señal de la cantidad de conocimiento que la biblioteca albergaba. Nadie habría adivinado en un primer vistazo la gran cantidad de obras que ese lugar podía guardar en su interior. Al ver el formato de almacenamiento, el hombre volvió a hablar. Más para tratar de rasgar el silencio, pesado en ocasiones como una losa, que tratando de aportar nueva información:

-Es curioso. Alguién me dió un papel con números como estos -Señaló la columna numérica para ilustrar sus palabras-. Podría corresponderse a algún título.

El comentario, más bien formulado de pasada, puso a trabajar a su mente. ¿Y si veía de qué obra se trataba? Desde luego sentía curiosidad. Pero la cortesía le impedía abandonar a la muchacha para adentrarse en su propia búsqueda. Así que debería esperar a que ella se decidiese a marcharse para iniciarla... o quizá a la tarde, pues pronto debería acudir a las clases de la mañana. Claro que por otro lado, la idea de rebuscar él solo entre los libros del lugar no le atraía para nada. Lo que ella estaba haciendo con total naturalidad a él le hubiese supuesto todo un reto. Era una chica valiente, de ello no le cabía duda. ¿Podría quizá prestarse a saciar la curiosidad del chico una vez cumplido su deseo? Debería, como mínimo, planteárselo.

Emriel tampoco sabía por qué se llevaban algunas cosas. Sobre todo cuando se trataba de objetos que solo poseían valor sentimental, como podría ser La Biblia de Bluebell. Así que, ignorando la respuesta, se limitó a encogerse de hombros ante la pregunta de la muchacha. Respondió, eso sí, a su presentación tal y como dictaba el protocolo. Una sonrisa, unas muestras de cortesía... actos que en principio parecían cálidas muestras de respeto, pero que él realizaba ya de forma completamente mecánica.

Emriel continuó a su lado, pasando páginas y revisando títulos durante algún tiempo. No sabía si las actividades cotidianas del orfanato habrían empezado ya. Tampoco le importaba. Ciertamente había vivido algún tiempo en las calles, pero antes de ello recibió la más exquisita educación que el dinero de su familia podía comprar. Familia. La palabra parecía un chiste si había de recordar lo que su "familia" le había hecho en pos de su "bienestar".

A pesar de dedicarse a conciencia a la búsqueda, al chico le resultaba cada vez más difícil distinguir un título de otro. Los números y las letras bailaban en su cabeza. A menudo debía detenerse y frotarse los ojos con una mano para proseguir. No podría decir si tan solo habían trascurrido escasos minutos o varias horas desde que comenzasen a revisar el tomo. Se sentía mal por no poder aportar, al parecer, alguna ayuda a la muchacha.

-Vaya, parece más complicado de lo que estimé -Casi inconscientemente se llevó la mano al bolsillo y sacó el pequeño trozo de papel-. ¿Te parece si hacemos un pequeño descanso... y consultamos esta obra? A decir verdad siento curiosidad -Mientras hablaba no pudo evitar que una sonrisa aflorase en sus labios-. Claro que siempre puedo consultarlo yo solo más tarde, no quiero entretenerte.

Había hablado casi sin pensar. No podía ofrecer ayuda y acabar arrastrando a Bluebell a su propio terreno. No sería justo para ella. Tan solo esperaba que no se enfadase. Emriel no tenía demasiados amigos, de hecho nunca los había buscado, pero ella le había caído en gracia. Quizá por encontrarla sola en la biblioteca, buscando. Él adoraba buscar, pues solo la búsqueda conducía a las respuestas. Además parecía bastante amable, correcta, educada... era algo que siempre apreciaba, tanto en los demás como en sí mismo. No, no la obligaría a tomar parte en su propia empresa, se limitaría a ayudarla tanto como fuese necesario, aunque tuviesen que sacar todos y cada uno de los polvorientos tomos de las entanterías (Lo que por otro lado les proporcionaría la enemistad eterna del bibliotecario). A menos, claro está, que Bluebell quisiera saber que obra ocultaba aquel pequeño retazo de papel.

Bluebell sonrió antes de dar su visto bueno. Al parecer a ella tampoco le estaba resultando en exceso sencillo continuar con la búsqueda. ¿Y quién podría? Ese condenado tomo, tan enrevesado, de caligrafía tan pequeña... más que ayudar a organizar el lugar parecía puesto allí para disuadir a todos de encontrar lo que se propusiesen.

Al menos fue un alivio para Emriel saber que ella no había tomado sus palabras como un agravio. Y a pesar de su respuesta tomó la manga del chico para instarlo a emprender la búsqueda. Casí resultó divertido. Un par de amigos que emprenderían una búsqueda. En busca del tomo oculto tras la misteriosa nota que un día el muchacho recibió. Este tipo de momentos hacían que el muchacho se olvidase momentáneamente de los bizarros aconteciientos que en el orfanato sucedían. Hacía que la vida allí pareciese normal. Incluso mejor de lo que nunca habría esperado. Por desgracia, el silencio de las galerías, las memorias que parecían no acudir a su mente, los juegos de los príncipes... todo ello le devolvería más tarde o más temprano al extraño día a día de Rose Garden. Pero no permitiría que saber esto le limitase su diversión. Por ahora, sencillamente disfrutaría.

-Aguarda Bellsy, debería ver a dónde nos lleva

Volvió a mirar el pequeño retazo que ya casi sabía de memoria. El papel cuidadosamente doblado en cuatro, era de color grisáceo óscuro y con finas líneas de color púrpura. En una caligrafía de líneas muy delgadas, con letra de color blanco estaban escritas las siguientes letras y números: 75.02C

Tras pasar algunas páginas del tomo y consultar la hubicación del libro lanzó una sonrisa cómplice a la chica. Ya estaban listos. Y junto a ella marchó, dispuesto a internarse y merodear en los entre los más oscuros y curiosos rincones de la biblioteca.

El corazón del varón palpitaba a gran velocidad. No solo a causa de esa fría sensación de miedo que se apoderó de él mientras se internaba en las tinieblas. Y es que para él la oscuridad era un enemigo a tener muy en cuenta, de no ser por Bluebell habría abandonado la empresa sin dudarlo, pero debía permanecer a su lado, al fin y al cabo era casi un hombre. No, no era solo el miedo. La atmósfera del lugar parecía viciada, pesada, como si "algo" maligno estuviese esperando, observando... ¿No era esa la definición del miedo? Quizá sí que era cierto que estaba, simple y llanamente asustado.

Aún así el muchacho continuó. Empleó sus fuerzas en aparentar clama, en permanecer impasible. No importaba lo que su corazón dijese, su rostro no lo reflejaría. Y si bien estaba un poco más pálido de lo normal, no sería en exceso visible gracias al velo de tinieblas que los envolvía a ambos. Debía tomárselo como un juego. Estaba en la biblioteca, saltándose sus actividades de la mañana para buscar un libro con una chica a la que acababa de conocer. Eso era sin lugar a dudas algo divertido.

Entonces de los labios de Bluebell comenzaron a brotar palabras, palabras casi inaudibles en un primer momento, pero que tomaron fuerza poco a poco. Estaba rezando. Mientras lo hacía su semblante era sereno, se detuvo en el sitio, adquiriendo un aspecto casi místico. Él la observó embelesado. Era la viva imágen de una santa. Si hubiese aparecido en la vidriera de alguna iglesia no se habría extrañado en absoluto. Pero sus palabras, aunque encantadoramente dulces, eran como puñales en su corazón. Después de todo la religión había sido una parte importante de su vida, y una a la que no le tenía demasiado aprecio.

Ajeno a su entorno mientras observaba a la chica, no se percató del curioso cambio en el patrón de las estanterías.
-No sabía que... -Comenzó a murmurar cuando ella terminó su oración. Pero las palabras murieron cuando ella lo volvió a tomar de la manga y le indicó el lugar. Al parecer estaba mucho más atenta que él. Volvió a responder a Bluebell, en un murmullo apenas audible como si hablase más para sí mismo que para ella.
-Claro, esto no debería estar aquí. Lo tomaré

Emriel tomó el libro que tanto destacaba entre los manuales de arte; "Registro de Niños de RoseGarden". Se dispuso a abrirlo, dejando espacio para que ella también pudiese echar una ojeada. Pero cuando lo cogió sintió que algo iba mal. Apenas pesaba nada. Tan solo se trataba de la cubierta. La cubierta y una única hoja. Aún así era mejor leer la página que permanecía unida al libro.

Cuando tomó el libro y desveló su contenido el tiempo pareció detenerse. La atmósfera pareció darles el espacio que necesitaban para leer y pensar acerca de los caracteres impresos en el papel. La única página que se encontraba aún unida a la cubierta mostraba tan solo dos nombres. Dos nombres ubicados junto a dos fechas y el mismo número de firmas. Una especie de registro. Lo que más llamó la atención de Emriel fue el nombre tachado: Steward Hoffman. ¿No daba ello a entender que el profesor Charles había sustituído a Hoffman en sus labores de director del orfanato?

Su mente entonces voló hasta inundarlo con los recuerdos de las clases de Charles. En el mejor de los casos odría decir que era un profesor... peculiar. Excéntrico... pero, ¿Quién no lo era en aquel condenado lugar? Perdido una vez más en su mundo interior ni tan siquiera se percató de la repentina aparición de una muñeca en el hueco dejado por el libro. ¿O siempre había estado ahí, cubierta por las tapas vacías? Bluebell leyó en voz alta los dos nombres de la hoja antes de percatarse de la nueva compañera. La sostuvo cerca del muchacho, lo que lo sacó repentinamente de sus recuerdos.

Emriel miró con curiosidad a la muchacha. Luego la curiosidad fue sustituída por el reparo. La muñeca que sostenía ella era una doncella de cabello dorado. Como el suyo. Sus ropas eran verdes. Tal y como las que llevava puestas en ese preciso instante. Solo una palabra describiría la situación: Siniestro.

-¿Tu tributo...? -Murmuró de forma casi inaudible -. Esto... creo que será mejor que te quedes eso... al menos yo no pienso acercármelo -Su forma de hablar pasó a ser algo más rápida y entrecortada. Estaba claro que la situación le ponía nervioso.

Emriel dejó la tapa dónde la encontró, no sin antes estar seguro de haber memorizado ambas fechas y nombres. Quizá le sirviese más adelante así que deberí escribirlo en cuento tuviese ocasión. Dirigió su mirada hacia la chica antes de volver a hablar.

-Desde luego ha sido... extraño. Creo que deberías llevar esa muñeca al tercer piso. Cuanto antes -El aviso del chico sonó lo suficientemente solemne -. Oh, y... gracias por ayudarme. Quizá se está haciendo muy tarde. Si quieres mañana podemos buscar tu biblia de nuevo...

Tras el cúmulo de experiencias que esa sala había sembrado en el chico, lo último que deseaba era sin lugar a dudas regresar al día siguiente. Pero había dado su palabra. Debía ceñirse a ella. Lo que sí dejó bastante claro su tono de voz es que quería abandonar la estancia cuanto antes. "¿De qué tienes miedo?" susurraba para sus adentros. En realidad no lo sabía. Pero pareciese que en cualquier momento las sombras fuesen a saltar sobre ambos.

Emriel contempló como ella cuidaba con mimo la recién encontrada muñeca. ¿Cómo podía hacerlo? A él esas cosas le ponían nervioso. Recordaba haber sacado una de la enfermería. Cuando el doctor se la entregó el chico no tuvo tiempo de examinarla, se marchó corriendo. Una vez abandonada la estancia pudo la contempló. Una muñeca púrpura. ¿No le había dicho la voz del tercer piso cuando la entregó que aquella no era su doppelgänger? ¿Quería eso decir que su doppelgänger era el que Bluebell iba a entregar? Pero entonces, la chica de la biblioteca le habría dado la pista para entregar su tributo antes de que éste fuese anunciado...

Sus pensamientos se rompieron cuando ella besó fugazmente su mejilla. Se quedó perplejo. Pero no podría decir que fue desagradable, más bien todo lo contrario. Él la observó mientras ella se despedía. Al parecer tomó en consideración sus palabras. La chica se dió media vuelta y comenzó a alejarse. Solo entonces el rubio salió de su estupor.

-¡Espera Bellsy! Te acompañaré afuera... -La idea de quedarse solo en esa oscuridad no era para nada atrayente, así que salió de la habitación con ella antes de dirigirse a sus propias labores.

Era una chica fuerte. Mucho más que él, de eso no había duda. Lo único que Emriel sabía hacer era resistir y encajar golpes. Ella luchaba de verdad. Podría sin duda aprender mucho de su persona. ¿Por qué no la habría visto antes? Si volvía a encontrarla le preguntaría acerca de su ingreso... aunque era algo de lo que resultaba difícil hablar... para todos. De momento debía encontrar lapiz y papel rápidamente para escribir los nombres que vió en el libro. No debía olvidarlos, quizá en el futuro le resultasen tan útiles como la pequeña hoja de papel.

--> Emriel sale de escena <--