De tripas corazón. {Mikhail}

Poco había sido el tiempo que había transcurrido desde que se cumpliera un año de su lamentable accidente. La verdad es que ella misma había ignorado por casi todo ese tiempo las secuelas que su infortunio habían dejado en su cuerpo, razón por la que también siempre se mantenía ocupada, para evitarse recordar; más a ese punto parecía que el mismo intentaba recordarle de lo sucedido, provocando en ella malestares que solo eran comparables a aquellos que sintió durante el tratamiento y la recuperación de sus heridas.

Pero ahora había algo más.

Todas las noches antes de dormir, justo después de que se cumpliera un año, sentía que antes de sumirse al sueño, un extraño palpitar comenzaba a producirse en la zona en la que se encontraba su cicatriz –el vientre- y en cuanto terminaba, provocaba que la zona ardiera. Pero no era el dolor lo que la atormentaba, sino que aquellos extraños latidos que podía sentir en su interior, como si algo vivo yaciera bajo la piel deformada por el filo del cuchillo. ¿De verdad sentía eso, o es que el ataque había también abierto heridos en su frágil mente? Eso, sola, no podría descifrarlo.

Por eso esperó ese día, pasando por alto los dolores que ciertos movimientos le causaban, a que los niños estuvieras en sus camas y ya sumidos en su mundo de sueños, para buscar la ayuda que necesitaba. Tras cerrar la puerta del cuarto de los niños, sus pasos fuera de seguir el trayecto normal que solía seguir en las noches como parte de su rutina, se dirigieron hacia la Enfermería en donde supuso podrían ayudarle con su problema, porque si bien ella tenía algunos conocimientos médicos, estos no servían para nada con el problema que estaba teniendo. Se posó frente a la puerta y, luego de tomar un profundo respiró, toco la puerta tres veces, esperando pacientemente frente a esta a que alguien atendiera a su llamado, rogando en su interior por que el Doctor siguiera aun ahí.

Aquella era la tercera noche consecutiva que el doctor pasaba encerrado hasta tarde en la enclaustrada enfermería, mas no podía quejarse, esa era la condena que debía pagar por dejar de lado ciertas obligaciones de la semana pasada, las cuales terminaron por acumularse y obligarlo a dedicar cada día un par de horas extra para así ir terminándolas poco a poco. Y allí estaba, sentado con bolígrafo en mano frente a una pequeña –pero extensa– pila de papeles y expedientes que debía pasar en limpio antes de irse. Elevó la mirada al reloj de la pared e hizo un cálculo rápido; su jornada debió haber acabado hace más de una hora. Suspiró por enésima vez, resignado.

“Estúpido Mikhail” se decía en su cabeza, regañándose mientras rellenaba cada nuevo expediente con los datos del niño que correspondiera. Le sorprendía que ningún pequeño se hubiera lastimado o enfermado gravemente en el último tiempo con la deplorable condición de gran parte del orfanato, quien fuera que los estuviera cuidando hacía un excelente trabajo manteniéndolos a salvo. Cuando ya estaba casi terminando con el desquiciado papeleo, alguien golpeó la puerta de la habitación, algo raro a esas horas de la noche cuando ya todos dormían. Se suponía que en ese momento todos los niños eran dulces víctimas de Morfeo y, hasta donde sabía, ningún adulto tenía labores en ese piso a tan tardías horas. Entonces ¿Quien podría ser?

-Voy enseguida- dijo antes de soltar el bolígrafo y voltear a la puerta, intentando reconocer sin éxito a la figura detrás del vidrio. Se levantó con pereza, aproximándose después a la puerta para abrirla tan solo un poco y examinar a su noctámbulo visitante. -Oh, señorita Rougeriant- dijo con honesta sorpresa, la verdad no habría esperado nunca una visita de la criada. -Por favor, pase… ¿Qué necesita? ¿Hay algún niño enfermo?- abrió por completo la puerta y la invitó a pasar con una de sus típicas sonrisas. Aunque el médico lucía unas claras ojeras y su tono de voz denotaba cierto cansancio, jamás dejaría de mantener vigentes sus galantes maneras con las damas.

Mientras esperaba frente a la puerta, luego de haber tocado tres veces de forma sutil para no causar mucho alboroto, espero ansiosa y nerviosa a que atendieran a su llamado, mientras recorría una de las puntas de su delantal entre las manos, preguntándose si aquello era lo correcto, y debatiéndose entre la idea de salir corriendo mientras no abrían la puerta o de si quedarse ahí como correspondía. Un debate creado únicamente por su repentino nerviosismo.

Fueron estos lo que no le permitieron escuchar el aviso del Doctor, y por lo mismo, se sobresaltó levemente en cuanto la puerta se entreabrió, descubriendo un mirar ambarino tras la abertura. – Buenas noches, Doctor.- Saludo en voz lo suficientemente baja para que su voz no se repitiera por los pasillos, pero lo suficientemente clara para que él le oyera, al mismo tiempo en que realizaba una leve reverencia. – Disculpe que lo moleste a estas horas.- Agregó al erguirse, mientras veía como la puerta pasaba a abrirse completamente para ella en una invitación a que ingresara en la habitación.

Aceptó entonces la invitación con una leve inclinación de cabeza, ingresando en la habitación para mantenerse entonces cerca de la entrada, con las manos unidas a la altura de su bajo vientre. – Los niños están bien, gracias al cielo.- Respondió entonces a una de sus preguntas tras haber ingresado completamente al lugar, volteándose para ver al Doctor y hablar en su dirección, pudiendo solo notar entonces, bajo la luz de la habitación, lo cansado que lucía. Y aquello hizo que se arrepintiera de haberlo visitado. – Vera, Doctor, el problema no son los niños … El problema es que… - Comenzó entonces, en un tono bajo, dubitativo, mientras pensaba en cómo debía expresarse correctamente ante él respecto a su situación. – Él problema soy yo, Doctor.- Confesó finalmente, levemente cabizbaja. A ella se le hacía muy fácil con los niños, pero a la hora de enfrentarse a los adultos, las cosas solían complicarse un poco más para ella, puesto que no podía evitar sentirse cohibida en su presencia.

Tomó aire finalmente, y levantando la vista, volvió a mirarle a él. – Necesito que me examine, Doctor.

Una vez la contraria hubo ingresado a la enfermería, el doctor cerró suavemente la puerta de la misma mientras oía con suma atención sus palabras, sonriendo enternecido ante la honesta preocupación que la mujer demostraba hacia los niños allí alojados, llegaba a preguntarse si alguien más en aquella escabrosa institución le consternaba tanto el futuro de esos pequeños. Sin lugar a dudas, ella era la figura maternal perfecta para cualquiera de ellos.

Carente de apuros, Mikhail le dio a la recién llegada todo el espacio y tiempo necesario para que le contase la razón de su visita, observándola con detalle desde la puerta ya cerrada. Su expresión se tornó más curiosa e interesada cuando la voz ajena comenzó a mermar en volumen y su suave tono adquiría un aire indeciso, volviéndose más tímida a cada palabra, como si no encontrase las palabras adecuadas. Por eso él siempre prefirió ser directo con sus asuntos aun si esto implicaba sacrificar la empatía del tacto, volvía las cosas muchísimo más sencillas al agarrarle la costumbre. Y así lo hizo ella, atribuyéndose el misterioso problema y pidiendo una revisión al albino, quien quedó más desconcertado que otra cosa a causa de lo confuso del tema.

-De acuerdo, no obstante, primero tendrá que ser más específica explicándome este problema, debo saber que buscar- le explicó, caminando hacia su ordenado papeleo en busca de su bolígrafo y una hoja en blanco donde anotar. -Recuéstese en cualquiera de esas dos camillas, por favor, luego descríbame el área y los síntomas de su malestar; dolor, temperatura, mareos… ese tipo de cosas- indicó señalando el par de camillas cercanas cuyas cortinas yacían abiertas. Finalmente recogió de la mesa lo buscado y anotó el nombre de la paciente, ya pasaría en limpio mañana lo concluido de la examinación. Echó un vistazo a su taza de café a medio tomar y con un largo trago se la terminó. Sería una larga noche.

Las miradas que su contrario le dedicaba mientras hablaba ciertamente no le ayudaban a la hora de expresarse, pero aun así uso lo que pudo, mas sus palabras ciertamente no bastaban para el Doctor, quien necesitaba un conocimiento más amplio sobre sus malestares.

Asintió con una inclinación de cabeza a sus palabras, y en silencio, se dirigió al lugar indicado en el que estaban las camillas y se sentó sobre la que se encontraba al rincón, ubicándose justo en el centro de esta. El sentarse le hizo sentirse instantáneamente incomoda. Carraspeo suavemente, tanto como para intentar quitarse esa sanción, como para aclarar suavemente su garganta antes de hablar. – El malestar se encuentra aquí.- Señalo al ponerse las manos sobre el vientre. – Durante el día no siento nada, es en la noche, cuando estoy recostada, que comienzo a sentirme… extraña. – Continuó, bajando la vista a sus manos, levemente agrietadas por años de trabajo y labores que no eran amigables con la delicada piel de una mujer. Se mordió los labios, ahora, ¿por dónde debía comenzar? – Probablemente vaya a pensar que estoy loca… - Musito con una amarga sonrisa en los labios. – Pero en las noches siento algo… palpitando. No es una sensación superficial, es dentro de mí. Siento un fuerte palpitar y calor, calor que va en aumento, y que comienza a arder, como si me quemara por dentro.- Su hablar era lento y bastante suave, puesto que de verdad le costaba hablar. Sumado a su nulo contacto y trato con los adultos, estaba el hecho de que no quería que el Doctor la creyera loca, aunque por una parte supuso que estaría acostumbrado a escuchar esa clase de cosas.

Se debatió en si contarle sobre su accidente de hace un año o no, pero primero, prefirió darle esa pequeña explicación de sus síntomas, para ver si con eso le bastaba al doctor para llegar a una conclusión, como si su problema se tratara de alguna clase de infección estomacal, y que no estaba involucrada a las heridas que habían hecho en su cuerpo, en su mente y en su alma…

Aprestó su versada mente e intuición a analizar con detalle cada síntoma mencionado por ella en un intento por encontrar alguna relación entre todos ellos, considerando también los momentos del día en donde se producía el dolor y la localización del mismo. Al mismo tiempo, escribía sobre el papel antes vacío varios fragmentos de la descripción, remarcando los datos más importantes. Cuando la contraria terminó, el doctor extendió su ya mantenido silencio, abstrayéndose en su razón para dar con uno o dos diagnósticos básicos, meras especulaciones del incógnito problema, mas no era suficiente. Perfectamente podría ser una infección gástrica, pero no tenía idea de lo que ella había comido recientemente y hasta donde sabía todos los adultos comían lo mismo, era raro que ella fuese la única afectada. Decidió entonces recurrir a preguntas específicas mientras realizaba un examen físico, quizá así podría sentir la dicha palpitación. Ojalá cooperase.

-Usted no está loca, señorita Rougeriant, tampoco es como que fuera a juzgarle- dijo finalmente, dedicándole una sonrisa comprensiva a la preocupada paciente, entendiendo su intranquilidad. En todo caso, en un lugar lleno de excéntricos personajes y en donde la cordura era tan cuestionable, ella debía ser de las más cuerdas. -Aun así, su caso si me resulta algo peculiar, por eso necesitaré hacer la examinación más extensa… necesitaré que se descubra el vientre- allí era donde necesitaría que cooperase, pues esa petición tan normal en el ámbito de las examinaciones médicas nunca dejaba de cohibir a muchas personas.

Hecha la petición, se levantó de la silla y le dio una precaria privacidad a la mujer mientras él procedía a lavarse las manos, demorándose a propósito unos segundos más de lo necesario. Cogió el estetoscopio al finalizar, regresando a la camilla tras un buen rato.

Mantuvo la vista fija en él mientras hablaba, respondiendo a sus gestos con sonrisas sutiles y miradas serias, atentas, esperando encontrar en sus palabras la causa de su malestar y la pronta soluciona los mismos para así poder retirarse lo antes posible. Para su infortunio, las cosas no eran tan fáciles, especialmente en medicina, y ella lo sabía. Pero aun así, temía a lo que debería hacer.

Cerró los ojos, resignada, en cuanto el Doctor le indico lo que debería de hacer a continuación, mas no dijo nada para evitarlo o excusarse de no hacerlo, simplemente asintió y se puso de pie para comenzar a desvestirse mientras su contrario le daba el espacio que necesitaba. Su traje era realmente simple a pesar de lo ataviado que pudiera verse, por lo que desvestirse no fue una labor muy complicada ni que le tomara demasiado tiempo. Se quitó la cofia del cabello y la dejó a un lado, sobre una mesa que había cerca de la camilla, lo mismo hizo con su delantal blanco y el lazo que adornaba su cuello bajo el cuello de su vestido. Acto seguido, desabrocho los botones de sus mangas y los escasos botones que había en el cuello de su vestido y en parte del pecho, para así poder bajar el cierre del vestido de una pieza que sumado al delantal componían su traje de servicio. Llevo una mano a su espalda y bajo el cierre tanto como pudo, hasta que su mano contraria logro atraparlo desde la parte inferior del traje. No dejo que el vestido cayera por sí solo, cuidadosamente fue desprendiéndose de él, llevándose consigo también la enagua que había oculta bajo su falda y entonces, levanto los pies, uno tras otro, para abandonar el refugio que ofrecía su vestido.

Semi-desnuda, dejo todo perfectamente doblado sobre la mesilla, quedando solo con su ropa interior, pantimedias –que iban sujetas a su ropa interior por un porta-ligas para evitar su caída- y sus botas, puesto que no encontró razón por las cuales quitárselas. Su ropa interior no era nada fuera de lo normal, simple y de color blanca, en donde lo único que llamaba la atención era el cuadro, que a diferencia de la mayoría cubría un poco más de lo normal, llegando incluso a cubrir su ombligo y de esta forma, todo su vientre. En cuanto escuchó que el Doctor regresaba, volvió a la camilla, recostándose sobre esta, esperando entonces a que él comenzara con su procedimiento.

Colgándose el estetoscopio al cuello, dispuso sus manos a rehacer su ya deslucida cola de caballo, no quería que cabellos sueltos causaran un roce molesto sobre el cuerpo desnudo de la mujer o se entrometieran en su propia visión. Después de haberse ocupado de las posibles molestias, se situó a un costado de la camilla y examinó brevemente con la mirada la figura descubierta de la sirvienta, asegurándose de que ningún detalle se le escapara. Y comenzó.

-Ahora iniciaré con el examen segmentario, también le iré haciendo unas preguntas a medida vaya avanzando, hágame saber si surge cualquier nuevo malestar- informar al paciente respecto al procedimiento era algo que siempre hacía, nadie quería ser tomado por sorpresa. Lo primero que haría sería enfocarse en la posibilidad de un problema gástrico, para ello, empezaría a remover lentamente la prenda inferior y dejaría al descubierto en su totalidad el vientre de la menor. Las cicatrices que vio obviamente le llamaron la atención, mas no preguntaría por su origen, dudaba fueran el real problema pues su aspecto indicaba que tenían algo de tiempo. -¿Recuerda que fue lo último que comió? ¿O el malestar venía de antes?- preguntó con voz monotonía, causada por el cansancio del día, con algo de suerte le sacaría un par de quejidos a la muchacha. Dolor; música para sus oídos.

Palpó con los dedos medio e índice la zona estomacal, percibiendo un aumento en la temperatura normal a medida iba descendiendo. Mientras esperaba su respuesta, se puso el estetoscopio y chequeó el tracto intestinal, además de los ruidos gástricos, pero no halló anormalidad alguna. Miró de soslayo las cicatrices, ahora un poco más curioso al no escuchar ninguna irregularidad en el sistema digestivo, además no había presencia de hinchazón… ¿Qué podría ser? Dependería únicamente de la respuesta recibida si la interrogaría o no sobre el origen de esas cicatrices.

Acostada sobre la camilla, mantuvo la vista en todo momento fija en el techo. Cerró los ojos mientras le escuchaba moverse por el lado de la camilla, preparándose. Ella temblaba, sin saber si era por frio o por los nervios. ¿Cuándo había sido la última vez que la habían revisado? ¿Cuándo había sido la última vez que un hombre la había revisado? ¿Qué un hombre la había tocado? El único doctor que la había revisado había sido el que se había encargado de su operación, y poco era lo que recordaba de esa época, por lo que podría decirse que nunca había sido revisada por un hombre, estando en un estado consiente como en el que se encontraba.

Su cuerpo se tensó inmediatamente después de dar un respingo al sentir como la prenda era cogida y bajada para descubrir sus cicatrices. Debió luchar y hacer acopio de su autocontrol para no apartar las manos del doctor de su cuerpo, diciéndose a sí misma lo inmaduro, rudo y mal educado que resultaría algo así de su parte, estando segura de que ni siquiera los niños harían un escándalo así solo por una revisión, además, ni siquiera la había tocado. Aun. Abrió los ojos, dispuesta a responder pero tan pronto como se abrieron, sus ojos se volvieron a cerrar fuertemente ante el contacto de la fría piel ajena contra la propia. Respiró profundamente, intentando mantenerse calmada mientras el procedía con su revisión, y luego de unos segundos, volvió fijar la vista en el techo para responder, pero antes de poder hacerlo, una suave presión realizada cerca de una de sus cicatrices le hizo quejarse muy por lo bajo.

No era que le doliera la cicatriz, sino que le dolía el recordar las heridas y todo lo que estas le habían quitado.

– El malestar viene de antes. No comí… pensé que la comida en la noche podría ser la que ha estado haciéndome mal, por lo que solo tomé un vaso de leche tibia, esperando que me ayudara a dormir.- Respondió a sus preguntas, en cuanto comenzó a recorrer su abdomen con el estetoscopio. Al verle de reojo por primera vez, pudo ver como se encontraba observando sus cicatrices, tal y como esperaba. Suspiro profundamente y volvió la vista al frente, preparándose para lo que venía. – Supongo que tiene dudas respecto a esas cicatrices, ¿no? – Musitó con voz neutra, volviendo la vista hacia él frente. – Pregunte.- Le incitó, con su mirar perdido en el techo mientras se daba el valor de recordar todo lo sucedido y más que nada, se daba el valor para contar aquello que nadie más que ella y la pequeña princesa sabían.

Dejó el estetoscopio yacer a un costado de la camilla tras no oír ninguna rareza visceral y volvió a posar la mirada sobre las turbias cicatrices de la fémina, observándolas con más recelo que confusión, preguntándose si realmente esos vestigios podían un día despertar sin aviso e infligir un malestar antes ausente. Tomando en consideración el crudo aspecto de las marcas, podría tratarse de algún tipo de trastorno por estrés postraumático bastante tardío, la única manera de averiguarlo sería accediendo a la persuasión opuesta y preguntar por el misterioso incidente, en su relato recaía la última y potencial posibilidad de hallar una explicación para su dolencia.

-¿Está segura?- Preguntó con una ceja arqueada, subiendo después la prenda ajena, volviendo así a cubrir su vientre expuesto. -Si de verdad es así… soy todo oídos- La miró y se acomodó en su asiento, pensativo. Si el problema de verdad estaba relacionado con el origen de las cicatrices, aquello implicaría que estaban lidiando con algo más psicológico, incrustado en la memoria, y Mikhail sabía cuán difícil era tratar con esa calaña de afecciones. Extraer un tumor era más sencillo.

Suspiró con pesadez y aguardó a que su paciente reuniera el valor necesario para recordar tan marcadora experiencia. Nuevamente; sería una larga noche.

No hubo preguntas específicas, ni dudas en concreto, sino unas palabras que la invitaban a vivir una pesadilla de la cual huía hace más de un año.

¿Cómo debía empezar? Ella por su parte no quería recordar demasiado, ya tenía suficiente con sus malestares como para tener que vivir nuevamente aquella fatídica tarde; y el doctor, por su parte, solo con su suspiro logró dejar en claro que no estaba de ánimos para escuchar una historia muy larga, y no lo culpaba, era ya bastante entrada la noche y se suponía que todos debieran de estar descansando a esas horas ya. Antes de comenzar y decir cualquier cosa, se sentó sobre la camilla y estirando uno de sus brazos recogió su ropa de la mesilla, cubriendo así su cuerpo con el vestido, mas sin llegar a ponérselo aun, solo usándolo como una suerte de manta para cubrirse.

- Digamos que… estuve en el lugar y momento equivocado.- Musito, omitiendo el hecho de que ella ya había trabajado mucho antes que él en el Orfanato, y que por motivos que ni ella misma llegaba a entender debió dejarlo y ser expulsada a un mundo ante el cual se encontraba sola e ignorante. – Yo viví un tiempo en la ciudad y para mi infortunio sufrí un… “accidente”, por así decir.- De un momento a otro su cuerpo comenzó a temblar de forma leve, temblor que intento disimular abrazándose más a su vestido, ciñéndolo más a su cuerpo, con la esperanza de que solo fuera el frio el que causaba ese efecto en ella. – Quise acortar camino hacia mi apartamento, tomé un atajo en una calle desconocida. Estaba oscureciendo y me encontré con un grupo de hombres.- El temblor logro apoderarse de su voz también, pero paso saliva para intentar controlarlo. – Intenté gritar, pero uno de ellos me cubrió la boca. Intente forcejear, resistirme al asalto con la esperanza de que alguien apareciera en mi socorro, pero eso a ellos no les gusto, y como no me quedaba quieta… me… me apuñalaron…- Las imágenes, las voces, el olor, las risas, el dolor; podía recordar perfectamente todos y cada uno de ellos, y era como si pudiera verlos un así a través de sus ojos empañados. El temblor de su cuerpo –que se había apoderado también de su voz- a ese punto ya era prácticamente incontrolable. – No sé cómo ni cuando me encontraron, solo sé que desperté en el hospital y que… y que…

Se quedó en silencio unos segundos en silencio, intentando no hiperventilar para recuperar el aire que en esos momentos parecía faltarle, pero es que podía recordar perfectamente la sensación del cuchillo romper su piel, penetrar su carne y alojarse en su interior una, y otra, y otra, y otra vez. Cerró los ojos, intentando dejar así las imágenes atrás, y cuando sintió que tenía la fuerza suficiente para continuar, musitó: Mis entrañas están retorcidas… no puedo tener hijos.- Y así, con la voz cortándose por la angustia y la pena, confesó finalmente su más íntimo pesar.

De brazos cruzados y a la espera del fatídico relato, optó por mirar el llano techo de la enfermería en vez de a Carmine, pues considerando la traumática calaña de los pensamientos que debían estar surcando su mente, lo último que necesitaba era un par de serios ojos poniéndola incómoda. Tal vez fue mera consideración o nada más no quería seguir alargando la noche, de cualquier modo, cuanto antes comprendiera la vivencia ajena, más pronto podría dar con la raíz del problema y poner manos a la obra. Eso sí, no negaba estar interesando en tan fascinante caso, que su cansado semblante no le permitiese demostrarlo era otra cosa.

Volvió la mirada hacia la mujer una vez esta se sentó sobre la camilla, tapándose después con su vestido, aparentemente lista para narrar sus escabrosas memorias. No esperaba que se mantuviese tranquila durante la narración, él mejor que nadie sabía cuán difícil era afrontar el pasado.

La historia parecía comenzar sin mayor lio, sin embargo, la criada empezó a perder el control sobre su temple tan pronto como el accidente fue mencionado. Un ligero trémulo se apoderó de ella, pero no se detuvo, el recuerdo siguió su curso hacia aquel oscuro punto de desdicha y la crudeza del mismo parecía lejos de mermar. El temblor creció, apropiándose primero de su voz y finalmente de su cuerpo entero, no cualquiera habría podido seguir bajo tal tipo de reacción. Mientras tanto, Mikhail mantenía su comprensiva serenidad, solo pudiendo imaginar la cantidad de punzantes reminiscencias que la contraria debía estar reviviendo. Tras una pausa, la trágica evocación concluyó con un nefasto ultimátum: Carmine no podía ser madre. Una imperceptible perturbación cruzó la expresión del albino, las cosas por fin parecían hacer sentido.

-Mi más sincero pésame, señorita Rougeriant, jamás lo habría imaginado y bueno... lamento haberla hecho recordar tales eventos.- Las condolencias del médico eran honestas, quizá no era la aflicción más traumática o espantosa que un paciente había compartido con él, no obstante, eso no le restaba ninguna infelicidad, la experiencia de por sí ya era horrenda y la condición en la que dejó a la chica volvía todo mil veces peor, la noticia de no poder procrear es algo devastador. -¿Hace cuánto sucedió? ¿Por qué recordarlo ahora?- Siendo calmo con las preguntas, retomó la búsqueda del problema sin más preámbulos, no queriendo ser insensible, sino para ahorrarle la extensión de la angustia. La explicación del extraño dolor ya estaba algo clara, mas aun necesitaba indagar otro poco, luego vendría dar con una solución.

Sus ojos, inundados por las lágrimas que nublaban su vista no le permitían ver más que su propio dolor acumulándose, peleando por salir a flote y huir, abandonar el pobre corazón que ya más no podía soportar. Y así fue como un par de gotas similares al roció marcaron su recorrido por las enrojecidas mejillas de la maid, delineando su rostro para luego morir en una caída libre desde su mentón.

Oh no, por favor, perdóneme usted… Hacerle escuchar este tipo de cosas a estas horas. – Se excusó luego de escuchar el pésame del doctor. Limpio su rostro con el dorso de sus manos, usando también sus muñecas y parte de sus antebrazos antes de buscar entre sus ropas y extraer así del bolsillo de su delantal un pañuelo de delicado detalle. Agradeció el toque y la caricia de la suave tela sobre sus enrojecidos ojos y mejillas, y finalmente utilizo el mismo pañuelo para limpiar su nariz. Era una señorita, y sin importar cuanta pena tuviera ni cuenta dolor sintiera, ya no podía dejar que el doctor la viera en un estado más lamentable del que estaba en esos momentos.

Poco más de un año… pero el dolor ha perdurado desde el primer día... Y nunca se va. – Respondió a su pregunta con un tono más bajo, pero claramente más controlado que hace momentos atrás. Un último, profundo y entrecortado suspiro hizo que su pecho se inflara, marcando claramente con su movimiento aquel suspiro que parecía haberle arrebatado el alma del cuerpo. Y es que justamente dicen que con cada suspiro, un poco de alma escapaba del cuerpo… ¿Cuánto alma quedaría en su cuerpo? ¿O es que ya estaba completamente “vacía”? Otro motivo para creer ser más un objeto que una persona. – Siempre se me dijo que la labor de una mujer es traer vida a este mundo… y yo no puedo cumplir dicha labor. – Musito de forma casi distraída mientras veía su vientre, presionando los dedos contra este, sobre la ropa que sostenía contra su cuerpo. - ¿Qué haría usted de fallar a su propósito, Doctor? ¿Qué haría si no pudiera cumplir una de las principales funciones que Dios le ha encomendado? Si es que es usted hombre de fe y cree en esas cosas, claro…

Ella por su parte, creía haber perdido la fe hace mucho.

Las preguntas de la afligida sirvienta tocaban hondo en el tétrico e insondable pasado del doctor, obligándolo a remontarse a una cruel época marcada por la inhumanidad y la muerte de incontables personas. Día tras día debió mantener la oscura mentira que era ese hospital, día tras día actuó bajo una visión egoísta e impuesta, día tras día debió mancharse las manos con la sangre de inocentes... día tras día falló a su principal propósito en esta vida. ¿Sintió siquiera una pizca de remordimiento? Solo al principio, poco a poco fue acostumbrándose a condenar a las desdichadas almas que iban a parar ahí esperando reponerse de los horrores de la guerra, mas ninguno de ellos sabía que un horror similar o todavía peor les aguardaba allí dentro. Se trataba de un real teatro de lo grotesco en donde víctima a víctima Mikhail pasó de simple extra a ser uno de los protagonistas de tan cruda obra.      

-Nunca fui un hombre de religión, prefiero creer que nosotros mismos nos encomendamos un propósito, uno no dirigido solo a nosotros mismos, sino también a los demás.- Observando fijamente a la mujer, rompió el silencio  después de estar un buen rato con la mirada pérdida, víctima de sus frías memorias. -Yo ya he fallado, señorita Rougeriant, más de una vez. Me fallé a mí y a quienes depositaron sus esperanzas en mis manos, sin embargo aquí estoy, todavía redimiéndome de mis errores.- Él jamás podría borrar su pasado como ella tal vez nunca podría ser madre, no obstante, tarde o temprano surge una nueva causa por la cual seguir viviendo. -Un día hallará una razón que le haga recobrar la fe, aunque estos niños deberían ser suficiente… nadie los cuida mejor y estoy seguro usted es lo más cercano que tienen a una madre, no les quite eso.- Esbozó una pequeña sonrisa y soltó un leve suspiro, preparándose a ultimar el caso con su diagnóstico final. 

-Su dolor es algo mayormente psicológico y no puedo hacer mucho al respecto, persistirá mientras no pueda llegar a términos con su incapacidad. Lo sé, no será fácil... pero puede contar conmigo para superar esto.- La desdicha de un pasado trágico le había hecho ganarse la simpatía de Mikhail, seguro él podría entenderla mejor que otros en ese ámbito, en cuanto a su maternidad frustrada... Solo queda esperar.    

No esperaba respuesta alguna de su parte, de hecho, esperaba más el ser ignorada o el cambio de tema por parte del Doctor, pero sus honestas palabras hicieron que su semblante, interesado y curioso, fuera a posarse sobre el mientras escuchaba atenta y expectante a conocer un poco más del misterioso Mikhail Volkov. Y fue entonces que, con sus palabras, se dio cuenta de que aquel hombre  sufría también de sus pesares,  que tenía sus propios demonios con los que cargar. Porque si cuidar a unos cuantos niños no se consideraba una tarea fácil, no podía imaginar la presión que sentiría al tener que hacerse cargo de decenas, quizás cientos de vidas, cuidado y vigilando día y noche sin descanso que la llama de sus vidas no se extinguiera en un último y mortal suspiro.

Sus alentadoras palabras y la verdad que había en estas hicieron que, conjunto a su sonrisa, una igual se formara en sus labios por unos breves segundos, segundos que bastaron para devolver algo de vida a su cansado y adolorido cuerpo.

Pero el diagnostico no tardo en robar su sonrisa, marchitándola, provocando que su mirada fuera dirigía al piso. “ Lo que en simples palabras quiere decir que estoy loca…” Pensaba al ocultar su vista, avergonzada de las molestias causadas solo por sus problemas psicológicos. Aun así, la oferta de apoyo por parte del médico logró que levantara la cabeza y sonriera nuevamente. Por segunda vez, aquel hombre intentaba avivar la esperanza que yacía prácticamente muerta en su interior. –Muchas gracias, Señor Volkov.- Agradeció en tono suave y decoroso, mientras inclinaba levemente la cabeza ante él.

Tardo un par de segundos en recordar su parcial desnudes, e intentando disimular su torpe olvidó, comenzó a vestirse de forma ordenada y disimuladamente apresurada, sin deseos de querer alargar más aun la ajetreada velada del ocupado Doctor. – Lamento haberle interrumpido a estas horas de la noche y haberle retrasado en su trabajo, Señor.- Dijo refiriéndose a la gran cantidad de papeles apilados que había visto al entrar.- Estoy muy agradecida de que se tomara la molestia de atenderme.- Más de la mitad de su ropa ya estaba en su lugar, y solo quedaban detalles que arreglar como abotonar sus mangas, cerrar el cuello de su traje o terminar de cerrar el cierre de su espalda correctamente. - ¿Hay algo que pueda hacer por usted antes de retirarme? Puedo preparar más café para usted si así lo desea.- Ofreció una vez que se sintió lista para partir, pero aun con un par de detalles que se le olvidaba arreglar. –Cualquier cosa con tal de agradecerle por su atención, Señor.-