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Caminé desvalagado y debilucho, no encontraba los dormitorios, tenía algo de fiebre y frío a la vez ¡oh, pobre de mi! Tan solo y lastimado ¿dónde estaba esa niña de antes? Era un ingrata, ahora me abandonaba a mi suerte, hipócrita como todos... me caía bien.

La oscuridad me atrapó a mitad de los pasillos, justo cuando alcanzaba la esquina de uno, esperando encontrar alguna puerta, simplemente me encontraba con más pasillo... era como si nunca se terminarán para mi, como si quisieran que me capturara la noche...

La noche...

Abrí grandes los ojos mientras una escena fulminó mi mente: una especie de monstruo que susurraba mi nombre, me conocía tan bien el bastardo...

- Hurdy-gurdy... -

Susurré dramáticamente, perdiendo mi mirada en un par de puntillos negros. Necesitaba buscar refugio, olvidar el dolor y las heridas y apresurar el paso. Finalmente, una puerta me dio la bienvenida y claro que yo no era ningún patán - bueno, cuando me convenía - así que acepté gustoso su invitación, cerrándola detrás de mi con fuerza, casi sintiendo que algo estuvo a punto de alcanzarme en el pasillo.

Cuando me viré, una farola de aceite aluzaba débilmente el lugar ¿alguien estuvo ahí recientemente o les encantaba desperdiciar petróleo? La luz me llamó, era mi amiga y me refugié en ella, caminando lentamente, dejando que mis botas resonaran con su tacón en la estancia. Era un lugar... digamos que "decepcionante", una biblioteca ni más ni menos. Yo no era uno de esos devoradores de libros, nada de eso, así que me dio igual el número de tomos que se avisparan ahí. En mi abburida expedición, comencé a canturrear, quizá para pasar el rato, quizá para calmar los nervios...

Alouette, gentille alouette,
Alouette, je te plumerai...


(Alondra, dulce alondra,
Alondra, yo te arrancaré...)

De repente: un sonido. Me callé, dejé de respirar, de pestañear, de existir... bueno no, pero eso quería para no afrontar lo que se escondía en la oscuridad. No reconocí el sonido, era tan extraño y familiar a la vez, no sabía aún si era una amenaza, intenta descifrarlo para tranquilizarme ¿una rata? ¿un libro cayendo? ¿un perro de 3 cabezas devorando a un cisne? Me mofé de eso último, debía dejar de mezclar mitología con danza. Ah sí, un aleteo... lo supe hasta que la vi: una avecilla roja, un punto brillante enmedio de tanta mugre, revoloteando felizmente dentro de su jaula, como si fuera lo más maravilloso de este podrido mundo.

Amplié mi sonrisa cínicamente, me acerqué a ella con mucho cuidado, casi como un felino y me divertí bastante viéndola ir de aquí para allá mientras irrumpía su aviaria paz, intentando escapar de mi tan inutilmente. Me recargué a la orilla de la jaula, reposando mis codos en ella, ampliando mi sonrisa ¿sabría mis intenciones? Claro que no, cerebro de pájaro, pero no eran difíciles de adivinar.

Je te plumerai le bec,
Je te plumerai le bec,
Et le bec, et le bec,
Alouette, Alouette !
Ah ! ah ! ah ! ah !

(Te arrancaré el pico,
te arrancaré el pico
y tu pico, y tu pico
¡Alondra, alondra!
¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!)


Entresaqué la lengua, mientras le daba golpecitos a la jaula, espantando más al ave. Recargué mi mano sobre mi mejilla, luciendo tan adorable, ladeando la cabeza.

- ¿Qué opinas de eso, "alondrilla"? -
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El sagrado santuario del saber dentro de la mansión, el guardían de enciclopedias de diferentes años. Pese a verse un tanto desordenado a veces, es aquí donde todos los muchachos perdidos búscan la respuesta a sus interrogantes, o donde muchos otros vienen en búsqueda de alimento para la mente.
Sea cual sea la razón, el lugar siempre estará sin nadie a cargo, puesto nadie ha profanado nunca el sagrado templo del conocimiento.

Salvo la pequeña avecilla que se mantiene encerrada dentro de su jaula a maltraer. Ignorante de los pasos del blondo muchachillo, sigue con su baile y bamboleo, más al escuchar la tonada que este canta, la sigue con silbidos de alegría que van dando una armonía a lo que el va cantando, sin siquiera saber lo que el futuro le depara. La puerta de la jaula tiene un pestillo que casi se cae de lo oxidado, pero aún así el pajarillo nunca se ha atrevido a tratar de escapar, pese a que no pueda demostrar sentimiento alguno, por la falta de facciones, con sus saltos, bamboleo de las alas y mayoritariamente, con el cantar que le brota del alma, demuestra que es más feliz de lo que cualquiera pudiese pensar.

- ¡♪♫! -

Canta el pequeñin con tanta pasión que oculta el ruido de la puerta de la biblioteca que se cierra a espaldas del muchacho, las ventanas que se abren, dejándo pasar una pequeña brisa acalorada que abriga el ambiente alrededor de ellos.

- ¡♪♫♪♫! -

El carmín que conforma su cuerpo se vuelve un poco más vibrante, casi al punto de brillar, el fulgor escarlata se enciende en cada plumilla del pajarillo que casi cegaría a cualquiera mientras el ave canta con tanto énfasis. Las estanterías de la habitación comienzan a temblar, casi como queriendo bailar al ritmo de la melodía de alegría. Algunos libros caen al suelo a los pies del pequeño, pero uno en especial golpearía el pie del pequeño. Uno con un titulo muy especial.

El ruiseñor y la rosa


Este libro caería abierto a los pies del muchacho, con una de las páginas marcada con letras color rojo sangre, en una estrofa que, irónicamente evocaba el momento que pasaba en aquella habitación.

"-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con notas de música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía."

- ¡♪♫! -

El pajarillo siguió su canción, mientras a través de la ventana se podía apreciar la luna asomándose por entre las montañas.
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Algo peor que hablarle a un ave, es que esta te conteste...

A falta de voz, empezó a trinar y no cantaba mal el animalejo, a cualquier otro lo hubiera conmovido... a mi solamente me fascinó. Sonreí ampliamente, me embelesó su diminutez ¡lo quería! ¿por qué habría de compartirlo con otros? Podría ser sólo mío o de nadie ¿no? De repente, una brisa ¿había alguna ventana abierta? Me viré en automático, buscando la fuente... no me fijé si ya estaban abiertas, pero no le di importancia, no me fijaba en los detalles cuando tenía algo tan divertido en qué embobarme. Volví mi atención al avechucha ¡mierda! Estaba brillando. Lejos de darme un escarmiento, me fascinó más ¡era mágica! Mi sonrisa se volvió maniática, mi curiosidad se vio satisfecha y mis ojos querían perder la vista con ese brillo.

- ¿Qué demo--? -

Un ruidazal me sacó de mi maravilloso trance y cuando volteé - de nuevo, que molestia - a ver de qué se trataba en esta jodida ocasión, los libros se rebelaban de sus estanterías. Bueno, eso SÍ daba miedo... evadí un par de tomos que intentaron masacrarme con sus 781 páginas, salvo uno que atinó a aterrizar en mi pie. No lo levanté, eso hubiera sido taaan común. Lo que hice fue acuclillarme para leerlo en el piso, en voz alta, como todo un retardado:

- Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con notas de música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía. -

Silencio... arqueé una ceja, fruncí el entrecejo, así es: puse mi mejor cara de estúpido. En ese orfanato pasaban cosas, cosas raras, cosas que tenían todo el afán de pasarme a mi en especifico, ahora recordaba... esa pieza de ajedrez, el primer tributo ¿así que de esto iba? Seguramente todo tenía que ver con el renacuajo, así que lo vencería en su propio juego, tenía la inteligencia y el móvil, estaba listo.

Me reincorporé, estaba serio, meditabundo, observando al piso... caí en cuenta que el libro alumbraba sus letras a través del claro de luna... la luna. Tenía algo que ver en esto la jodida luna... aunque ¿para qué carajos quería una rosa roja? ¡Ah cierto! ¡El tributo! Esto tendría algo qué ver con el Segundo Tributo seguramente, ahora no cabía duda: tenía que ver con Nicholas... además el poemilla era evidentemente sádico, uno de sus hobbies retorcidos.

- Así que debo pintar una rosa... al claro de luna... con mi sangre... ¿y notas? -

Ladeé la cabeza, llevando mis manos a la cintura, como sacudiendo las ideas en mi cabeza... no me quedaba del todo claro ¡y eso que yo era brillante! ¿cómo carajos se pinta una rosa con notas musicales? Do... Re... Mi... Fa... Sol... No tenía que ver con las notas en sí. Mmh, estaba perdido.
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El terror empieza a empezar a poner el aire un poco denso. Sabe al menos que los Imps son algo torpes al moverse, más no por eso debe de desprestigiar en ningún momento el peligro que pueden ser si se juntan varios. Serán lentos, de movimientos un poco torpes, pero definitivamente son fuertes. Y Mary sabe que lo peor que puede realizar en situaciones así, es desesperarse. Mantener medianamente la calma le da posibilidad de tranzar en su mente varios métodos de escape, y si se lo propone, podría mover sus pies lo suficiente rápido para esquivarlos, si es que logra esparcirlos bien. Pero esta ocasión no se encuentra sola, pues tiene la compañía de Dio. Puede llegar a serle de muchísima ayuda, piensa, mas debe adiestrarlo en el momento para que pueda responder a la altura. No quiere imaginar que por culpa suya, termine perdiendo su otro ojo… O la esencia que lo mantiene caminando, de ser el caso.

Los gritos se vuelven más fuertes, y aunque quisiera controlarlo, Mary no puede evitar sentir un escalofrió por la nuca que llega hasta su cintura. Sus ojos de momento se abren exorbitantes, como si el azul de su iris, absorbiera cualquier luz que pudiera ayudarle, o los vestigios de iluminación que podrían quedar en el recuerdo durante el día. Aunque no es que sea magia lo que la ayuda a ver con claridad sobre ese pasillo por el cual corren tal gacelas con Dio. Sino que se trata del hecho de que sabe de memoria los caminos, y por alguna extraña razón, es impulsada hacia el cuarto más cercano. El más grande. Ese cuarto, que aunque dolor admita, está llena de armas proyectiles del tamaño de una enciclopedia, y pesadas como tal. Podría cruzársele por la cabeza la idea de poder dar vuelta al pasillo para entrar a las habitaciones, montar escándalo para crear una batalla campal, y ser los huérfanos del orfanato, en contra de los diablillos. Pero ni bien llegan al final del pasillo, una sombra moviéndose a lo lejos, con ese andar tan reconocible le hace cambiar de idea. Ni que decir de ir hacia el primer piso. Si aquí hay diablillos, no quiere pensar los que podrán haber abajo, o el problema que va a resultar volver a subir, no solo arrastrando a los de arriba que los vienen persiguiendo, sino a los de abajo y a los que seguramente que no puede ver que están cerca de la sala de enfermos y la escalera al tercer piso.

Entre tanto caos, un sonido le apremia a acercarse a la biblioteca, tal como ella lo había considerado desde un comienzo. Entonces sin mediar palabras, empuja la puerta ignorando por un momento cualquier situación dentro de la misma, y una vez que Dio ha entrado, la cierra, empujándola, sosteniéndola para cerrarla. Su corazón esta agitado, más sin embargo, sabe que debe de hacer. La cancioncilla del pájaro la puede intentar tranquilizar como así subirle más la adrenalina.

-Dio, mantén la puerta cerrada. Si no puedes mas, simplemente suéltala e intenta esquivar lo que venga...- Murmura, bajito, como si tuviera miedo de que su voz llamara más a los Imps, más sin embargo es algo tonto de pensar, ya que el mismo pájaro de la biblioteca puede hacerlo. Voltea unos segundos, y vio con algo de asombro como la habitación está bastante iluminada. No solo la luz de la luna, que muy amable entra con todo su fulgor por la ventana, sino también el pelaje del pajarillo que con color a brasas, iluminan como si fuera fuego. Un escalofrió mas pronunciado recorre el cuerpo de Mary, pero nunca haciéndole aflojar sus rodillas o de las manos sus fieles tijeras doradas.

En medio del shok por la persecución, lo encuentra parado, leyendo un libro. Es Fausto, de quien tenía entendido, tuvo algún accidente y por eso no fue a clases. Y no sabe si hablarle o esperar que el entienda solo. No es casualidad que ambos rubios estén allí, empujando la puerta a faltas de trabas en sus manos. Debería de entender que afuera las cosas se han puesto complicadas, y si no coopera, se las puede poner también para él.
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No es ni siquiera algo que pueda llamarse absurdo, sino mas bien descabellado. Tales cosas de verdad existían, ¡No había ya razón para pensar que todo lo demás no! ¿Qué diría el Dr. Rhode si se hubiese visto a sí mismo en un predicamento así? ¿Seguiría siendo la ciencia la respuesta a lo que sus ojos y mente no pueden dar crédito? Para Dio, que no conoce el límite de la ciencia ni tampoco de que es capaz, se abstiene de pensar en otra cosa que no sea lo que ocurre ahora en su vida... La cual, puede terminar de una manera desagradable, si no mantiene bien abierto su ojo restante.
Si bien solo es capaz distingue siluetas y chillidos extraños, acompañados de susurros que se convierten en ásperos gritos que no saldrán nunca de su mente, y que seguramente estarán presentes en varias de sus futuras pesadillas. Dio no deja que la desesperación se lleve lo mejor de él, pues ya tendrá tiempo más tarde para llevarse las manos a su cabeza y darse cuenta del lugar en donde ha caído.

De momento, su locura no le quitara una idea de la cabeza, y es lo que pensaría cualquier hombre sensato de esta época, mas si se trata de un joven que apenas está en sus quince de edad... Y esa creencia es, que puede estar en una suerte de purgatorio, expiando su crimen de parricida. Pero eso no es solo poco relevante ahora, sino que es verdaderamente ridículo; alguien tan poco orgulloso no piensa tan bien de sí mismo como para creer que todo su alrededor fue preparado para él.
Por eso cae de nuevo a la realidad, por muy inverosímil que pueda sonar esa palabra ahora, pero la presión en su diestra y la carrera acelerada de la niña que lo guía en la oscuridad, le hace saber que el peligro es grande... Tanto, que parece casi obvio que la vida está en juego. La sigue, corriendo a donde ella vaya, sin soltar la caja de costura que sostiene firmemente, y que no dejara de sostener.

Cuando Mary cruza una puerta, inmediatamente la sigue. Ni se preocupa por ahora en ver el interior de la misma, y al igual que su compañera de escapes, sostiene la puerta contra lo que sea que la empuje. La única excepción a evitar que nada pase, es que otro niño busque refugio dentro del amplio lugar. Se detiene entonces, y ya puede volver a respirar... Pero no se atreve a repetir lo que hizo al llegar a la mansión. No es momento para caer al suelo, ya luego tendrá suficiente tiempo para hacerlo sin correr riesgos.
- Entendido... No la soltare por nada... - Es la segunda orden de Mary, y basta con saber que es un comando, a que es también una necesidad, queriendo con toda su determinación que no caiga mal alguno sobre ella, la misma noche en que la conoció.

Esa misma es la razón para que toda la concentración sea puesta en bloquear la entrada del lugar, sin que nada más llamara su atención. Desconectado estaba del canto del ave, de la presencia de otro niño, y no es por arrogancia alguna que ni voltea a mirar donde está parado, sino que teme quitar su ojo de la vigilancia a la puerta que los separa del dolor, mas no de la desesperación. Sabe que algo debe haber que se pueda usar, ninguna habitación está del todo vacía, o eso quiere creer.
Por otra parte, si está al tanto de los sonidos que producen los diablillos, y los oye lo suficientemente apagados como para saber que están del lado de afuera, y por ahora ninguno del lado en que ellos están. Solo quedara en el favor ajeno a sus presencias, la seguridad de ambos esta noche. Y espera, que si se une una persona más a ellos, les pueda ayudar por el bien mayor.
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(Off: Con más presentes en la escena, cambio mi narrativa a 3ª persona ~ ¡Ah! Y bienvenidos, por cierto Feretory pide que la saltemos este turno, porque está ocupada y blablabla :B)

¿Paff?

¿Por qué demonios Fausto escuchó un paff justo a sus espaldas, como algo cayéndose o --fue entonces que miró hacia atrás-- una puerta cerrándose, encerrándolo con una niña castaña y un aspirante a mendigo. Se murmuraron algo que escapó a los oídos del rubio, pero era lo de menos, viendo las expresiones en su cara, como entre aterrorizados y horrorizados... cualquiera diría que no había mucha diferencia, pero Fausto sabía decirla. No que la fuera a decir, de todos modos, pero si a notarla.

Hablando de notar, finalmente lo toman en cuenta cuando husmean el lugar. Así que el niño les paga tal por cual, barriendo su mirada de arriba a abajo, analizándolos a ambos: claramente una burguesilla y su sirviente, al cual no le tiene un buen plan médico, obviamente. La niña lo mira como si esperara algo de él, pero ¿cómo entender así nada más? Ninguno es adivino, caray. ¿Quiere que le ayude a sostener la puerta o algo? Es decir, se le ve bastante sólida y las bisagras ya hacen ese trabajo...

Murmullos...

Arquea una ceja, afila el oído ¿está volviéndose más loco aún? No, están allá afuera y son... escalofriantes. Al poco reacciona, abriendo grandes sus ojos, tirando el libro al piso. No sabe qué, pero sabe que afuera existe algo terrible y parece que no solamente lo persigue a él - que honestamente, lo alivia un poco ahora.

Duda que la fuerza de los recién llegados sea suficiente, y ser el tercer peso muerto no suena más funcional, así que opta por arrastrar una de esas pesadísimas sillas de ébano hasta la puerta, produciendo un ruido bastante molesto.

- ¡A un lado! -

Dice sin mucha cortesía ¿querían un "por favor y gracias"? Esperando que hagan caso al sentido común o al menos se aparten lo suficiente para no estorbar, atora el respaldo de la silla contra la perilla, posicionando el mueble en un ángulo bastante útil para que no se mueva, ejerciendo una fuerza opuesta a la que se le resista... o algo así, debió haber puesto más atención a su tutor de física.

Hecha la labor, se apartó, esperando que fuera suficiente para detener a-lo-que-fuera que estuviera allí en el pasillo. Guardar silencio parecía inútil, digo, a menos que su persecutor fuera ciego.

- ¿Qué pasa allá? ¿Quiénes son ustedes? -

Las tijeras de la chiquilla no pasaron desapercibidas para él, incluso se veían interesantes ¿planeaba cortar algo?
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Los golpes tras de la puerta son apabullantes, ellos sienten el desorden y la suciedad que se desplaza en el interior de la biblioteca. Ellos pueden oler la sangre que se esconde en la jeringa del pequeño altanero. Sienten el olor a barro y muerte que está impregnado en el cíclope, y el olor a carne quemada que emanaban los que venían de la habitación de costura. La luna seguía hermosa, y las luces de la biblioteca se encargarían de hacérselos notar. Las luces comenzaron a tintinear. Y el pajarito comenzó a cantar como si no hubiese mañana.

La canción que entonaba el pajarillo ahora pasaba a tornar tintes de canción infantil. Como si el pajarillo les intentara evocar tiempos remotos. La luz de la biblioteca por fin cedió dejándolos completamente a oscuras. Solo la luz de la luna colándose por entre las ventanas y el brillo que ahora un poco más apagado, escapaba del pajarillo, dejaban los últimos toques de luz en la habitación.

Lo que sea que estuviese afuera, estaba intentando incesantemente abrir la puerta, arañando la madera, golpeándo con sus escobas y arañando el resquicio debajo de la puerta. Así pasaron como cinco minutos hasta que estos se aburrieron y se retiraron. Dejando el ruido de pasos y golpes de escobas alejarse mas y mas de la puerta de la biblioteca.

- ¡Clac! ¡Clac, clac, clac! -

El pajarillo siguió tarareando la infantil cancioncilla, escondiendo el ruido suave de la puerta de metal que va cediendo. Hasta abrirse completamente, dejando al pajarillo volar lejos de la jaula y comenzar a revolotear por sobre los libreros dejando caer sus brillantes plumillas por sobre los libros. teniendo preferencias por ciertos textos especiales. Uno que destacaba por su macabro contenido y el otro por ser una fantástica ironía con respecto a los números y las ubicaciones de los tres en los dormitorios.

"Pero, al fin, cuando el trabajo tocaba a su término, no se permitió a nadie entrar en la torre; porque el pintor había llegado a enloquecer por el ardor con que tomaba su trabajo, y levantaba los ojos rara vez del lienzo, ni aun para mirar el rostro de su esposa. Y no podía ver que los colores que extendía sobre el lienzo borrábanse de las mejillas de la que tenía sentada a su lado. Y cuando muchas semanas hubieron transcurrido, y no restaba por hacer más que una cosa muy pequeña, sólo dar un toque sobre la boca y otro sobre los ojos, el alma de la dama palpitó aún, como la llama de una lámpara que está próxima a extinguirse. Y entonces el pintor dio los toques, y durante un instante quedó en éxtasis ante el trabajo que había ejecutado. Pero un minuto después, estremeciéndose, palideció intensamente herido por el terror, y gritó con voz terrible: "¡En verdad, esta es la vida misma!" Se volvió bruscamente para mirar a su bien amada: ¡Estaba muerta!"

Un poco más allá se iluminaba otro texto...

Siete tiró la brocha al suelo y estaba empezando a decir: «¡Vaya! De todas las injusticias...», cuando sus ojos se fijaron casualmente en Alicia, que estaba allí observándolos, y se calló en el acto. Los otros dos se volvieron también hacia ella, y los tres hicieron una profunda reverencia.

--¿Querrían hacer el favor de decirme --empezó Alicia con cierta timidez-- por qué están pintando estas rosas?

Cinco y Siete no dijeron nada, pero miraron a Dos. Dos empezó en una vocecita temblorosa:

--Pues, verá usted, señorita, el hecho es que esto tenía que haber sido un rosal rojo, y nosotros plantamos uno blanco por equivocación, y, si la Reina lo descubre, nos cortarán a todos la cabeza, sabe. Así que, ya ve, señorita, estamos haciendo lo posible, antes de que ella llegue, para...


Para cuando puedan darse cuenta, el pajaro ha escapado. Las ventanas se han cerrado, asi como la puerta de la biblioteca Y los pasos de los pequeños se escuchan nuevamente de vuelta, pero esta vez se oyen más pesados.


disculpas:
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Anochecer Re: [♞] ¡1-2-3 por el pajarillo escondido en la jaula! (Libre/Tributo)

Mensaje por Mary Guertena Miér Mar 13, 2013 11:42 am

Puede hablar del terror en ese instante, muchísimo mejor que cualquier otro novelista que solo se dedica a escribir sobre ello, imaginándose todo desde la comodidad de un escritorio. Decir que tiene el corazón casi por la garganta y que pronto está por salir por su boca, no es nada exagerado, y vaya… Si llegara a salir por su boca, ya no tendría la necesidad de terminar de darle los toques finales a su tributo para entregar a los Príncipes. Por supuesto, no puede decir tampoco que de llegar a ocurrir eso que metafóricamente describía el manojo de nervios que tenía en su cuerpo, pudiera volver a pararse para entregar su aterrado corazón.

Había observado a Fausto, intentando llegar a él solo con su mirada. Solo con eso, porque de momento su lengua se paralizo. Aunque el pequeño rubio de mirada traviesa no necesitaría explicaciones para darse cuenta de lo que estaba, obviamente aterrando tanto a Mary como a Dio. Cuando finalmente dejo de lado un momento sus modales propios de un adinerado, cosa que Mary siempre supuso que fue antes de llegar al orfanato aunque jamás lo confirmo, decidió ayudarlos. Con la prepotencia que quizás solo una criatura como lo era la pequeña podía sentirlo. Pero no se atrevería en ningún momento a objetar la rudeza con que corrió tanto a ella como a Dio, para que muy ingeniosamente, trabajara una silla contra la puerta. Y sabia Mary que esas sillas de las bibliotecas fácilmente podrían resistir el frente de una batalla, pues en todos los años que ha vivido en Rosen Garden, jamás, ni siquiera por humedad, estas chillaron antes o dieron signos de que el tiempo las toco.

Seria esto suficiente para que de momento, para que la niña y el tuerto tomaran un descanso. Parecía que la silla de momento, haría más fuerza que ambos juntos, y por eso, a pesar de escuchar los rasguños de los diablillos en la puerta, Mary decidió tomar un descanso. Sus piernas recién ahora temblaban, pero aun temblando, muy profesionalmente logro caminar hacia un poco en medio de la habitación, y sentarse para recobrar aliento. En sus manos, estaban aferradas sus tijeras doradas, mientras que su mente pretendía serenarse. Obviamente imposible, pero de tratar de hacerlo, al menos podría pensar con más claridad que maldita ruta podrían tomar para huir del lugar, o si a lo mejor, les convenía quedarse en la biblioteca toda la noche. De todos modos, no es que fueran a dormir después de eso. Mary no lo haría, por precaución. Dio, seguramente tampoco, por terror. ¿Fausto? Prefería no opinar. No lo conocía como para tomar tal juicio. Aunque obviamente, él la conocía menos, por lo que pregunto después.

-Son diablillos Fausto… Salieron de la esquina que está al lado de la entrada de los dormitorios, de parte de los niños… Y yo soy Mary. Y él es Dio…- Se aseguro de presentarse a ambos. No sabía si Dio podría decir muchas palabras después del susto de muerte que seguramente experimento. Pero debían de estar agradecidos de que siguieran vivos, de momento.

Pasaron cinco minutos, donde los imps estaban totalmente determinados a entrar. Cinco minutos que Mary descanso y se tenso mas que nunca. Cinco minutos que le dieron de nuevo una premisa de paz, cuando notaba como poco a poco los ruidos comenzaban a mermar, y sus perseguidores se iban… ¿Definitivamente…? Fue quizás en ese preciso instante, cuando el pajarillo de algún modo extraño, logro abrir la puerta de su jaula. Curioso, pues no parecía haber estado más que cantando desde el mismísimo momento en que fueron atacados en la sala de costura. Y cuando Mary quiso verlo de nuevo, salió volando, dejando caer plumas sobre varios textos. Obviamente la casualidad no era algo que se diera mucho en el Orfanato, así que cuidadosa se acerco uno a uno a los textos, leyendo de manera rápida, pero lo suficiente como para que los datos más relevantes quedaran en su memoria. Hizo una señal con su mano a Dio. Si es que podía leerlos, podría ayudarle a memorizarlos de manera fugar. Y dejo de momento a Fausto, pues no deseaba molestarlo o algo así. Siempre le había provocado un poco de desconfianza, aunque podría estar prejuzgándolo, y no quería hacer tal cosa.

-Dos, cinco y siete…- Pensó por unos momentos. –Mi cama es la número dos… Y si contamos donde se ubica Fausto… Es el…. El…. Siete…- Siguió pensando, pero murmuro bajo esto ultimo. Por otra parte, el texto del pintor y su amada, le dio tan mala espina, que no quiso descifrarlo demasiado. No quería que en un momento así, pensar que la única forma en que se mantendría con “vida” seria en uno de los cuadros, que una vez su padre, supo pintar de ella. Aunque sus miedos se van, y vuelven incrementados con el sonido de pasos, pero esta vez mucho más pesados. No atina a saber que puede esperarles, así que solo pregunta.

-¿Deberíamos huir a las habitaciones…. O seguir bloqueando la entrada…?- Pregunta, buscando un consenso en todos los presentes. Aunque cualquiera fuera la respuesta, debían de pensar rápido. No es que creyera que tienen demasiado tiempo para deliberar una decisión de vida o muerte.




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Saber que lo de afuera es una muerte segura no es lo que asusta a Dio. Es el no saber de qué forma llegará si esos Diablillos llegan a capturarlo. No quiere pensar tampoco en lo que son capaces de hacer, no por negación, sino porque sabe que es mejor actuar ahora que callar para siempre. Lo malo, es que no sabe cómo responder a algo como esto, y lamenta de verdad el no tener su pala consigo, de lo contrario tendría como defenderse al menos, ya que no se atreve a combatir a uno de ellos usando sus puños, asegurando que si lo intenta, los demás se encargarían de castigarle.
Es entonces cuando por fin busca a su alrededor, y cae en cuenta que la biblioteca no estaba sola. Otro chico, con un tono rubio más claro que el propio de Dio, pregunta sobre ellos y sobre lo que afuera hay. No lo culpa, es lo normal, ni tampoco es algo propio del sepulturero el desesperarse por la duda o curiosidad ajena. Incluso ese niño fue lo suficientemente rápido como para bloquear la puerta con una silla, y por supuesto lo mejor era dejarle el área libre para que lo pudiese hacer.

Ahora parecen estar a salvo, por un tiempo, lo necesario para volver a retomar aliento. Camina tembloroso hasta un lado de Mary, sin recordar cómo hablar, ni perder el aliento que recupera con palabras. Quiere tener su propio corazón a un ritmo normal, para ser capaz de proteger el corazón que ha sido tejido para su tributo. No hay mucho que decir, aparte de que siente que su ojo está mirando cosas en colores que no cree que sean los correctos, y que de seguir sentado se va a desmayar.
Es curioso como nada antes de estar en este lugar nada le perturbaba, y no puede decir que no siente una especie de terror, pero es el mismo que le hace ponerse de pie, y suspirar sacudiendo su cabeza a los lados, negando cansancio o la debilidad que pueda atacarlo. Solo tiene un ojo, no puede darse el lujo de cerrarlo ni para dejarlo dormir un tanto. Por eso, prefiere buscar algo que pueda usar como arma, aparte de los libros que se ven tentadores en los estantes.

Ya la niña se había encargado de presentarlo, mientras daba tiempo a que recuperara parte del habla, al rondar por la biblioteca en busca del libro más pesado, o de un objeto que pudiera resistir una pelea. Tanto era su concentración, o mejor dicho su excusa para no desconectarse, que no notó hasta luego de pasado un rato que los Diablillos ya habían desistido. En su lugar, fue el pájaro enjaulado quien decidió que era su turno de romper el silencio, y aunque fuese un animal solo volando sin rumbo aparente, no podía confiar en nada que no fuese humano.
No era tampoco lo ideal lanzarle un libro, pero no quito la vista de él, casi de nuevo cayendo en ese estado de letargo, sin recordar que aun suceden cosas a su alrededor, y entre ellas está la rapidez de su primera compañera. Solo es por la señal de ella que vuelve en sí, y va hasta ella para poder revisar los libros que tenía cerca. Fue cuando entendió una de las importancias de las lecturas, que aunque no fuera perfecto su saber, era lo que usaría.

Sin embargo no es tan rápido, y no entiende del todo, para cuando Mary ya determina el acertijo. ¿Se refiere a las camas? Es cuando la idea pasa por su cabeza, y opta por solo prestar atención a la rubia luego de dejar esa pregunta al aire.
- ¿Es seguro salir ya? - Es lo que atina a decir, pensando en que al ir hasta las habitaciones al menos tendría algo que usar contra esos Diablillos, y esperar que alguien ayudara a ahuyentarlos, si es que eso era posible.
- No tengo problema con quedarme aquí... Pero si quieren salir, los seguiré. - Toma entonces del estante más cercano el libro que ve como el más cargado de páginas y con la tapa más dura, pensando en que no es muy cómodo usar un libro para golpear algo, y no es que lo haya hecho antes... Pero peor es nada, y todo se convierte en una herramienta.

Bien lo decía su hermano: "Es más fácil destruir que construir."
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Apenas si respiraban y estaban tan pálidos que podrían confundirse con fantasmas. Claro que Fausto era tan considerado que les dio todo el tiempo del mundo para recuperarse, incluso les iba a preguntar si necesitaban una tacita de té, pero se aguantó las ganas. Finalmente enfocó sus energías en la niña, desde que habían llegado, mostró que era ella la que llevaba la batuta en el dúo, incluso - pese a la escabrosa apariencia del niño - parecía bastante tranquilo, casi inofensivo.

Mary Guertena escribió:Son diablillos Fausto… Salieron de la esquina que está al lado de la entrada de los dormitorios, de parte de los niños… Y yo soy Mary. Y él es Dio…
Sus ojos se abrieron grande, grande, mostrando el azul en su pupila. Claro que estaba sorprendido ¿dónde traía escrito su nombre? ¿por qué lo adivinaba esa chiquilla? ¿es qué tenía mucha cara de "Fausto" o qué? Incluso el barullo a sus espaldas le pareció menos importante y "Mary" - tenía un corderito - le pareció menos confiable...

¡Luz! ¿A dónde te vas?

Es lo que Fausto pensó al instante en que la luna fue la única que se compadeció de ellos y les regaló su fulgorcillo debilucho. Tal cosa lo distrajo de seguir haciendo paranoicas conjeturas, era más importante saber si no iba a aparecerse "el coco" por ahí o por allá, su último encuentro no fue agradable, aunque ahora eran tres para compartir la pena, pero eso sería... su pequeño secreto, mejor no asustarlos por ahora. Bastante terror ya traían impreso en el rostro.

Permaneció en silencio, la única que estaba en contra de su salvación parecía ser la avechucha que no se callaba, Fausto pensó en irla a coger de su jaula y estrujarla hasta que se callara, pero cuando se dio la media vuelta, ya no estaba la condenada. Escuchaba el aleteo ir y venir, además de ver la silueta pasearse por el ventanal varias veces, creando una estela colorida con su mágico plumaje. Si no fuera tan extraño, sería fascinante.

Afuera, el ruido se calmó, parecía que "los diablillos" tenían mejores cosas qué hacer. Estaba algo escéptico respecto al comentario de la niña ¿de verdad eran "diablillos"? ¿O sea que andaban con pequeños trinches y toda la cosa? Cola y demás... No se le veía tan loca como para que lo inventara y él si estaba lo suficientemente loco como para creérselo.

El pajarráco no se cansaba de canturrear, comenzaba a ser fastidioso... aunque también aumentaba el interés de la noche. No parecía revolotear tontamente, no, sino que marcaba una especie de patrón.

Mary Guertena escribió:Dos, cinco y siete… Mi cama es la número dos… Y si contamos donde se ubica Fausto… Es el…. El…. Siete…
Claro, el habría deducido lo mismo... no, realmente no ¿por qué sonaba tan segura? El apenas si recordaba cómo había llegado ahí ¿cómo iba a tener ya una cama? Peor aún ¿cómo iba a saber ella que él tenía una cama? Acaso... ¿se conocían? Frunció el entrecejo, intentando reconocerla, pero no, nada, ni aunque su nariz topó con la de ella invadiendo su espacio personal, sin disimular su extrañeza Faustina. El que tenía facha de mendigo se perdió entre los libros ¿sabría leer? Era común que en ese entonces la mayoría fueran analfabetas y lo confirmó al tomar el libro a modo de escudo, como si se sintiera el Quijote.

Mary Guertena escribió:¿Deberíamos huir a las habitaciones…. O seguir bloqueando la entrada…?
Yo estoy muy a gusto aquí, gracias...

Pensó Fausto, pero cambió pronto de idea cuando afiló el oído y escuchó de vuelta aquélla siniestra marcha, más pesada, más sonante ¿traían refuerzos acaso? Mejor no averiguar, no quería verse como ellos. Con permiso de los autores - los cuales seguramente ya estarían bien muertos - arrancó las páginas elegidas y se las dio a la niña... ¿por qué? Porque las mujeres eran más cuidadosas y responsables con esas cosas, el seguramente terminaría comiéndose las páginas, además le serviría más tener las manos libres para cualquier cosa. De entre sus ropas sucias, sacó la jeringa - larga, cristalina y sangrienta - y la blandió como si fuera su espada. No le iban a hacer nada, no de nuevo, no tan pronto...

Dio escribió:- ¿Es seguro salir ya? No tengo problema con quedarme aquí... Pero si quieren salir, los seguiré. -
Era seguro que el "fiero" temperamento del rubio no iba a llevarlos a ninguna parte, pero se veía dispuesto a defender a su doncella, así que una lista y el otro... vamos, "valentón" serían perfectos para ayudarle a librar bien la noche.

- No creo que nos vayan a dejar seguir aquí... además si el pajarráco escapó, debe haber otra salida. ¿Mary, verdad? ¿Dices que son habitaciones? Pues seguramente allá hay algo mejor que esperar a que nos encuentren. Odio esperar... -

Sonaba tranquilo, seguro, frío... muy frío. Cuando les dio la espalda, mostró varios manchones enrojeciendo su sucia camisa de algodón, como declarando una previa condena. Parecía que sabía más de lo que parecía, aunque cada uno llevara consigo una parte del rompecabezas.

Comenzó a buscar, seguramente habría un rastro de plumas o al menos una ventana, quién sabe, un ropero mágico o algo.
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El desorden a oscuras mantenía a los pequeños con el alma en un hilo, el preludio de la tempestad venía de lleno a por sus cabezas, malos niños, malos niños. Los pasos de los diablillos se movían lentos, con el peso de sus enormes cuerpos. Avanzaban sin saber siquiera a donde irían, no sabían para qué los habían llamado, solo sabían que tenían que vigilar el segundo piso. Los pasos se acercaban a la puerta de la biblioteca, más ahora ningún ruido, o luz escapaba por entre los resquicios de la puerta, por ende para ellos en esa habitación no habría objetivo alguno que limpiar, en vez de eso, decidieron seguir, doblar la esquina del pasillo y seguir en camino del cuarto de costura y por consiguiente, el dormitorio.

A su vez, las plumillas en el suelo de la biblioteca comenzaban a apagarse, el pajarillo aparecía y desaparecía de la visión de los pequeños. Entegando pequeños fulgores carmines en los cuales pudieran verse los rostros unos a otros. Las plumillas del suelo se apagaron, y otras comenzaron a brillar nuevamente ahora bajo los pies de la pareja de blondos que estaban cerca de la entrada, iluminando el texto que momentos atrás el desdichado muchachito tomó a leer.

"-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con notas de música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía."

El pajarillo giró graciosamente por sobre las estanterías del lugar, ignoraba completamente el hecho de que hubiese o no hubiese luz. El seguía disfrutando la libertad de sus movimientos y el gozo de no estar encerrado en aquella pequeña jaulilla. Pero era raro, ya nadie cantaba con el. ¿Qué habría pasado?, fue la idea que cruzó por su pequeño cerebro de pájaro. Ya que nadie le respondía y nadie le observaba. Se decidió a hacer algo para atraer nuevamente la atención de sus acompañantes.

Revoloteó por entre los libreros, hasta que dió con un pequeño interruptor escondido en los confines de la gran hchito abitación en que estaban encerrados. La cual por fin hizo que la luz volviese, dándole a sus pequeños ojitos la ubicación de todos los que en esa habitación estaban sumidos en el caos de la situación. Observó a la del trozo de tela que llegaba al suelo, al alto que tenía un trozo de tela en la cara, pero no era a quien el buscaba, hasta que su vista se fijó en el blondo de la voz de plata. En aquel que en un idioma que el no entendía, pero en una melodía similar a la suya, le acompañó por un momento, haciendo vibrar su corazón hasta el más mínimo movimiento. Y bajó hasta posarse junto a él. Junto a su cuerpo, observándo con llamativa atención, las manchas que se colaban por el telar de su espalda. Esas manchas que eran del mismo color que su cuerpo. Y cantó, cantó junto a él con la msima alegría de momentos atrás. revolotenado entre sus brazos, dándole a entender que le agradaba.

Solo los actos siguientes le darían a entender si estaba bien o estaba mal.

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El sonido hace que apuren sus cabezas. Sobre todo la de Mary, que piensa con todas las neuronas que tiene en su cerebro, lo mejor que podían hacer. Había pistas ya en sus manos, que son dos hojas de dos cuentos totalmente distintos. Uno hablaría de Alicia y su encuentro con las cartas que pintaban rosas blancas de color rojo, y otro de un artista que por pintar a su amada, y volcar su vida sobre el lienzo, no la vio morir. Ambas hojas, que serian arrancadas por Fausto y se las daría en la mano para que las cuidara. ¿Estarían seguras con la pequeña rubia? En ese momento, aun algo asaltada por la sorpresa de que hubiera arrancado las páginas del libro, decidió doblarlas, y guardarlas dentro de las manga de su vestido. Un lugar seguro, de donde no podrían caer, a menos que su vestido fuera rasgado o su brazo arrancado de su cuerpo. Obviamente, la segunda opción era de las que menos quería considerar llegado el momento. Llego entonces la pregunta de Fausto, pero no pudo contestar al momento. Toda su voz se vio apagada por la nueva sorpresa, que la hizo temblar por unos segundos.

Un sonido nuevamente se hacía presente, con muchísima más prominencia. Mary se acerco cuidadosa a la puerta, apoyando su oído con delicadeza, afinando su audición mientras intentaba que no fuera su corazón palpitante quien interrumpiera lo que trataba de escuchar. Era de nuevo ese pequeño batallón de la muerte que caminaba el segundo piso, sin nada que pudieran hacer. Lo que intentaba escuchar, finalmente lo oyó, y fue la madera suelta que estaba en la entrada del cuarto de costura. La misma que le aviso que Dio estaba allí cuando se encontraron, la misma que le daría a entender a ella, su visitante más fiel, de que no era seguro ir por ese pasillo. Mary retrocedió mientras apretaba sus tijeras contra su estomago, consumida en ese momento por cierta desesperación.

-No…No nos conviene ir hacia los dormitorios por este pasillo ahora… -Expresa mientras vuelve su mirada hacia la ventana, para recibir un poco de luz de luna, e imaginarse con desesperación que pronto saldría el sol.- Si hay algo en las escaleras, podría vernos… Si es que decidimos tomar la vuelta por la enfermería y el tercer piso… No tendríamos tiempo de volver aquí si lo quisiéramos, pues hay diablillos fuera del aula de costura… Y dudo que pudiéramos refugiarnos de manera segura en otra habitación… -Comenta susurrando, con miedo de que fuera finalmente su voz la que delatara a los diablillos de su ubicación. Tiembla unos segundos, temblor que se refleja en su cabello dorado. -Nos tendrían rodeados, si salimos...- Termina de explicar. Mientras voltea a ver con aflicción a la biblioteca en su alrededor, a las plumas del pajarillo que resplandecen en su vuelo irregular. Aunque un resplandor es mucho más prominente, y llama la atención de Mary. Se acerca con cuidado, con pasos delicados y silenciosos, a la vez que toma el libro que yacían en los pies de Fausto. El texto es ardiente, y lo reconoce a medida que lo va leyendo.

Mary queda en silencio por unos segundos, mientras rescata de sus mangas los otros textos. El pajarillo sigue volando, y lo nota en los pequeños fulgores que da mientras disfruta de su libertad. Finalmente, apoyándose en un lugar, hace llegar la luz a la habitación, iluminándola, dándole una visión absoluta de todo. Incluso de los textos, pero era necesario alejarse un poco más de la puerta.

-Juntemos las pistas…- Murmura, tirándose al piso, y sacando los papeles con los cuentos, y la ultima hoja que se ha marcado mientras estaban allí. Mary debía encontrar alguna relación, en torno a todo eso, pues si no era su pasaje a la salvación, podrían consolarse con que al menos, algo han hecho. Si no hacían algo, aun sin saber realmente para que, daba igual. Ella se pensaba muerta si se quedaba de brazos cruzados. Si eran esos sus últimos minutos, pretendería sentirse útil.

-Tenemos dos clases de pintores. El artista y las cartas que pintan las rosas blancas…- Murmura, tanto para Fausto como para Dio. Si dos cabezas pensaban mejor que una, no quería imaginar los milagros que se hacían con tres. –Y el rosal, que exige sangre para dar una rosa roja… El ruiseñor se sacrifico al final…- Murmura de nuevo. Recuerda entonces, que en su poder había dos cosas blancas que necesitarían teñirse. Dos corazones blancos, que serian su tributo.

-Dio, entrégame mi caja de costura …- Le pide. –Esto… Aquí hay rosas blancas, que son los corazones… Tenemos una espina...- Murmura de nuevo, mientras que en su cabeza empieza a hacer mis posibles teorías… ¿Podría ser una aguja una espina? Dolían como las espinas las agujas, aunque teniendo en cuenta momentos antes… Fausto tenía una jeringa. Una muy buena y posible espina también.

-Si somos los pintores, debemos de pintar las rosas blancas. Dio y yo tenemos nuestras rosas, faltaría la de Fausto… Y el pintor del cuento, no vio morir a su esposa, por terminar de pintar su lienzo, pues ahí quedo su vida… Y en el cuento… El ruiseñor usa su sangre, mientras que al cantar da la espina lo que necesita para hacer una rosa roja… Y el también muere...- Se detiene un segundo, y mira hacia la luz de luna, y luego busca con su oído, el paradero del pajarillo, que estaba justo al lado de Fausto. Canturreaba, feliz. Ajeno a cualquier problema.

-Debemos pintar algo blanco, con la sangre del pajarillo mientras canta… O… Deberemos la sangre de nuestro corazón, mientras cantamos…- Lanza esas dos ideas para que sean juzgadas, o renovadas o totalmente abucheadas. Ninguna le tranquiliza, pues no quisiera matar al pajarillo, ni quisiera hacer brotar su propia sangre. Aunque, obviamente, lo que menos quiere es morir. -No se que pensar ya...-Declara, claramente desanimada y un poco nerviosa.

De nuevo espera, en silencio. Esperando un consenso entre los presentes. Alguna idea mucho mejor de las que acaba de tener. Algo que le hiciera pensar que podría volver a su cama a salva y hacerle jurar que nunca más saldría de noche o se quedaría hasta tarde por el orfanato, .
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Bueno, bueno, la niña rechazaba toda propuesta ¿para qué preguntaba entonces? Aunque al verla asomarse al pasillo y poner la cara que puso, era más que obvio que sería mala idea lanzarse a la aventura ahora mismo con ellos marchando sin ton ni son. ¿Qué buscaban de todos modos? Fausto tenía mucha curiosidad respecto a esos "diablillos", casi quería asomarse a saludar... casi.

Silencio de nuevo, esto incomodó al rubio el cual continuaba buscando - quiénsabequé - por aquí y por allá, pero ese pajarillo lo distraía, no lo dejaba pensar, es más, parece que lo estaba siguiendo... un momento ¡sí lo estaba siguiendo! Fausto dio un paso a la izquierda y el pajarillo saltó, luego a la derecha y ¿adivinen? Le pareció gracioso, si sintiera empatía, hasta le agradaría aquél avechucho.

"-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con notas de música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía."


De nuevo, de nuevo ¡qué insistencia! ¡Argh! Era un acertijo, era para él, lo sabía, lo había olvidado con toda la boruca y la llegada de los inesperados invitados. Se concentró en eso, escuchando de fondo las palabras de la niña, era lista sí, pero su vocecilla solamente era un eco lejano ahora mismo, al parecer de Fausto, estaba complicando demasiado las cosas además... ellos tenían un acertijo distinto... ¿era eso? ¡Es verdad! Distintos acertijos

- Un tributo por niño dijeron ¿no? Huh... Mary y Dio, creo que ese es el de ustedes yo por mi parte, tengo una cita con una jeringa ¡ah! Y por favor evita tocar a "Sir Marius", dudo que tenga vela en el entierro -

Le guiñó el ojo a la pequeña, moviendo la cabeza hacia un lado, recuperando una jovialidad tan efímera que daba miedo, cuán voluble en sus emociones era aquél rubiecillo. Estaba seguro que no estaban nada mal, al contrario, parecían tener todo resuelto pero él tenía que probar algo ahora mismo, antes que la idea se le esfumara de la cabeza, ahora que había luz... "Sir Marius", por cierto, era el nuevo apodo del pajarillo, le nació de repente a Fausto, así como le nace a un psicópata el amor por un cuchillo.

Lo había visto un par de veces, no estaba seguro cómo era aquéllo, pero sabía que básicamente al pinchar alguna vena la sangre fluiría así que intentó con esa línea azulosa que tan fácil se transparentaba a través de su piel albina.

- ¡Diablos! ¡Ouch! -

Maldijo. Dolía ¿qué? pues el pincharse con el filo de la aguja. Lo bueno es que por más torpe que fue su intento, pudo extraer algo de sangre, fue delicioso sentir como se le drenaba la vida en mililítros... si, algo cáustico, pero delicioso. Ya no cantó, ahora le dio la gana silbar, imitar las notas del pajarillo mientras se acercaba al ventanal, con la mirada perdida, una sonrisa siniestra y eyectando la sangre de la jeringa pintaba aquéllas notas en el vidrio, con la luna traspasando su sanguínea silueta... menos mal que tuvo clases de solfeo, sino estaría perdido al escribir la música, pero lo hizo bastante bien, buen Fausto.

- ¡♪♫ ♪♫♪♫ ♪♫! -
(Off: Lo que escribe y silba Fausto)
Luego el abrumador silencio. No le importaba que lo pensaran por un lunático, si lo era y no era indecente el ocultarlo, lo que no le agradaría sería tener otra visita de alguno de sus indeseables "amigos", eso si que no. Igual si le iba bien, podría ayudarle a aquéllos dos, finalmente, nunca está de más un aliado y la niña parecía bastante interesante por sus múltiples cualidades útiles.

De su brazo izquierdo goteaba pautadamente la sangre, manchoneando el piso sin mucho cuidado, Fausto simplemente contemplaba la luna.
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Anochecer Re: [♞] ¡1-2-3 por el pajarillo escondido en la jaula! (Libre/Tributo)

Mensaje por Mary Guertena Miér Mar 20, 2013 12:35 pm

El silencio fue abrumador por unos segundos. Demasiados para lo que ella soportaba, pues la presión crecía a cada momento. En su cabeza rondaban dos opciones, mas no podía hacer demasiado. El silencio de Dio no ayudaba a que se relajara, por el contrario, la ponía inclusive un poco más nerviosa. ¿Acaso estaba esperando que ella tuviera la respuesta en ese momento para salir sanos y salvos? Abrumada estaba, pues aparentemente, era la única opción para que el pudiera pasar la noche. ¿Sentirse un tanto inservible? Un tanto era algo bastante mermado para la preocupación que crecía cada vez más en su pecho. Y por otra parte, Fausto, no parecía colaborar. Y no objetaría eso. El claramente había dicho lo que pensaba en las últimas palabras que pronuncio, y encontraría mucha verdad en ello. “Mary y Dio por un lado” y no tocar a “Sir Marius”, pues seria asi entonces… Aunque no entendería bien lo que podría ser Sir Marius, pensó por un momento que podría tratarse del pequeño canario de la biblioteca. Si, no le parecía muy justo que ese pequeño animal terminara pagando por algo que debía ser suyo.

Aunque, nuevamente se vio un tanto conmocionada. Su vista estaba fija en lo que Fausto haría en ese momento, pues sus últimas palabras la dejaron bien pensativa. -¿Una cita con una jeringa…?- Pensaría con un poco de terror. ¡Las jeringas siempre le habían causado cierto terror! Irónico para la niña que ya no sentía dolor en los dedos, tras las mil millones de veces que se clavo agujas mientras cosía. Era “gaje del oficio” como lo decía su madre cuando vivía y le enseño, y como también decía a veces la maestra de costura. Pero definitivamente lo que vio a continuación no era un “gaje” de ningún “oficio”. Las palabras que exclamo Fausto la dejaron helada, al ver como solito y sin ningún miramiento se clavaba la jeringa sobre su muñeca, haciendo fluir su propia sangre.

Mary lo observaba anonadada, sin voltear en ningún momento a ver a Dio. Sus ojos azules se abrían de par en par, a la vez que miraba como sin dar muchas más vueltas al asunto, Fausto pintaba con su sangre, tal pintor o músico, no se decidiría por uno, notas en la ventana que daba a la ventana. Las dibujaba, como si fuera algo de lo más normal, a la vez que silbaba al ritmo de las notadas que el canario habría entonado momentos atrás. Y cuando finalmente termino, quedo allí, estupefacto, observando a la luna en todo su esplendor, a la vez que un goteo al lado de su pie izquierdo se hacía notar.

La pequeña burguesa desvió su mirada, sin saber por dónde comenzar. Si no quedaba de otra, también se atrevería a hacer de algún modo lo que Fausto hizo. Y aunque ella era la más pequeña del lugar, no solamente en estatura, sino en edad, debía ser valiente. Tenía la respuesta en sus manos, y debía, por lo tanto, presentarla en esa prueba de “supervivencia” que se le puso delante. Volteo esta vez para ver a Dio, y respiro profundo. –Ya sabes que hacer…- Dijo, intentando sonar un poco calma, mientras empezaba a manipular su caja de costura. Guardo en ese momento su tijera, pues creía que no la necesitaría ahora. El tiempo diría después si estaba equivocada o no. Y tras guardar su tijera, se atrevió a sacar una aguja. La de punta mas filosa, creía ella. Respiro profundo, y teniendo su corazón blanco en mano, procedió.

Con fuerza incrusto en cada uno de sus dedos, la aguja. Lo hizo rápido, aunque no por eso, la aguja no entro profundo en ellos. Le paso rápidamente la aguja a Dio, y apuro sus pasos cerca de la ventana, la cual proyectaba esa linda luz blanquecina y fría. Se sentó en el piso, justo en un punto donde la luz podría envolverla entera, a la vez que en su mano, sus dedos comenzaban a sangrar de manera bastante profusa. Ardía, y dolía muchísimo, dolor que se visualizaba en unas incipientes lagrimas en los bellos ojos azules de la pequeña. Lagrimas que empezaban a rodar por sus mejillas, como la sangre de sus dedos. Aunque esta no sería desperdiciada. Tal cual como lo hizo de pequeña, cuando aprendió a pintar, pasaba sus dedos por sobre la tela blanca, tiñéndola de un bello rojo carmín, como lo es su sangre. Abrió su boquita, y en tono bajo, casi como una nana, cantaba tímida.

~All by myself… Waiting for a "friend" to show. My magic won't help me now, not until you walk through the door… ~ Cantaba, con voz dulce y un poco temerosa, mientras deslizaba de arriba a abajo sus dedos, que ardían y ni bien se limpiaban, volvían a sangrar. ~Please set me free. Don't be afraid… I am always by your side. Come now, my friend…~ Siguió, mientras la tela de un lado comenzaba a quedar completamente roja. La tela, por suerte era de un algodón, que a pesar de ser duro, era muy absorbente. Una gota de sangre pintaba mucho, y se extendía más allá de las yemas de sus dedos cada vez que apoyaba estos en su “corazón”. ~Death's sweet embrace. Was once a gift I'd yearned for… But now that I have found you.I don't need death, not anymore….~ Menciono en la estrofa. ¿Cómo olvidar esta canción? ¿Cómo olvidar la canción que canto después de una época de haber cantado otra que se hizo casi su himno? No lo recordaría ella, pero esta canción surgió luego de que un fatídico accidente renovara sus esperanzas. Tal así, como podría ser de cierto modo su vida. ~Come set me free… You'll be okay… I'll keep you safe, so I beg, don't go away….Friend... ~ Concluyo, esa canción que bien podría haber cantado con fuerza, pero en ese momento solo cantó, como si intentara dormir a un bebé. El corazón estaba pintado de una cara, y aunque de la otra yacían muchas manchas rojas, no se habría teñido en su totalidad. Sus dedos, que aun dejaban caer míseras gotas casi inexistentes de sangre, dolían. Más no brotaban ya como si se trataran de lágrimas, lágrimas que si seguía cayendo desde el rostro de Mary.

En ese punto no sabría distinguir si es que lloraba por la profundidad que la aguja entro en sus yemas, o es que había recordado algo que la puso triste. Lo cierto era que dolía. Mas no sabía si en el cuerpo, o en su corazón. Una lágrima cayó en medio de su ofrenda, haciendo que un poco de sangre se disolviera más.



Canción que canta Mary:
Dio

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Como si no bastara con toda una serie de descubrimientos que terminan en una especie de broma macabra, es ahora una obligación sangrar. ¿Es esa la función de los supuestos diablillos que estaban afuera? ¿Qué tal si ellos se supone que ayudan en hacer lo difícil del tributo? Es una pregunta muy tonta, hecha desde el umbral de la ignorancia. Dio esta calmado una vez más, después de semejante acertijo que ha descifrado Mary, a él lo que le queda es guardar silencio. No se siente tan confidente de sí mismo como para acotar algo, menos delante de chicos que parece que saben cómo manejarse mucho mejor en esta situación.
¿Qué puede decir? En primer lugar apenas empieza a entender la cosas, y de no ser por presencias ajenas, seguramente ya habría ido sin rumbo hasta afuera, y no hace falta decir cuales serian las consecuencias. Por tanto, solo queda escuchar... Aprender... Obrar... Obedecer. Si puede hacer eso correctamente también aquí, su esperanza será mayor a la de un par de semanas, aunque no tenga esperanza alguna, o al menos conozca lo que se siente tenerla, sin saber que debió haberla experimentado en cierto momento del día de hoy.

Una cita con la jeringa... Es un modo noble de llamar al daño. La sangre no era misterio alguno, menos para Dio que dejó de ver por el lado derecho, y en cambio contempló en sus manos grandes cantidades de ese liquido rojo cuando las retiró de su cara. Siempre se suele sangrar cuando cuidas de las rosas, siempre derramas un poco cuando una astilla se te clava en la mano, y es algo que pasa a menudo cuando golpeas por error algún clavo... Ah, y también, ves mucha en gran cantidad, cuando vas al sótano del Dr. Rhode.
No se había hecho a sí mismo una herida sangrante, no deseándolo. No es que le agradase el dolor... Pero se vuelve costumbre eventualmente. Pintar su corazón con sangre no resulta tan difícil para él, y aparentemente para Fausto que ha empezado a silbar, tampoco le es muy relevante. Prefiere no molestarlo, no por miedo, ya Dio esta tranquilo una vez más... Pero piensa, que el chico quiere estar en paz ahora.

Por eso su ojo izquierdo va hasta Mary, a quien devolvió su atesorada caja de costura. La misma parecía sorprendida, pero decidida. Sus palabras fueron claras... Fueron una orden, y por tanto el sepulturero sonríe al tiempo que asiente a ellas. Es momento de dar su sangre a los príncipes, una sangre sin nada de especial, una sangre que se ha derramado mucho, y cree que es una señal de que un corazón con su sangre, es la promesa de que sangrará por ellos aun más. Toma entonces su blanco corazón, mirando con esa alegría silenciosa de un obsequio invaluable... Y que ahora, si tendría la parte de él que corresponde: Su color rojo.
Fue cuando regresa la vista a la niña, adelantada en el proceso, que le entregaba una de sus agujas. Misma aguja que ella había utilizado, y en su punta estaba un poco de la sangre de ella. No era necesario limpiar eso, de otro modo no tendría tanta especialidad como hacerlo aun estando manchada. Dio tiene cierta demencia, por muy compensado mentalmente que ahora este, piensa que no existe mejor forma de aceptar la amistad de Mary, que dejando que la sangre de ella fluya por su cuerpo. Un pinchazo en su dedo índice izquierdo es suficiente... Posiblemente, haya exagerado, dejando entrar demasiado la aguja en su piel.

Fausto silbaba su melodía personal, y Mary entonaba esa solemne canción digna de sus lágrimas. ¿Que podía ofrecer Dio? La música no estuvo demasiado presente en su vida... A excepción de un ritmo gracioso, tétrico, y enfermizo que escuchaba de un tocadiscos salido del laboratorio de su loco padre. Usado más que nada para cubrir toda clase de gritos, esa canción sonaba por toda la casa, de varias maneras, sin saber siquiera si fue compuesta por un músico conocido o todo era parte del plan del Doctor.
Tararear esa canción no le fue para nada difícil. No tenía letra alguna, solo un ritmo envejecido, pero alegre a su vez. Era la señal de que todo estaba bien, mientras la sangre cae sobre la tela, y usa sus otros dedos para esparcirla. Qué horror, sin duda alguna... Ver sangre mientras esa memoria llega, le trae una sensación de cotidianidad, como si debiera hacerse toda atrocidad mientras suena esa tonada. Si llega a descuidarse en el proceso de pintar su tributo, acabaría posiblemente empapándolo por completo hasta formar un charco, si es que eso es posible.

En cuestión de pocos minutos, su blanco corazón era rojo. No creía que podía ser más feliz. ¡Pudo colaborar en su primer tributo! Para él, es algo que lo hace sentir bien. Es ahora sin duda alguna su corazón. Por el contrario, Fausto parece abstraído, y Mary no contiene sus lágrimas. Es donde falla su entendimiento de nuevo... ¿No debería ser algo bueno? No quiere juzgar a nadie, nunca lo ha hecho, pero esperaba que les vería más satisfechos con respecto a su trabajo.
- Mary... - Es lo que logra susurrar después de no decir nada. Quedarse callado es una de las cosas que mejor sabe hacer. Pero no hablarle sería pensar en que no tiene interés alguno, aunque la realidad sea que no sabe que decir. No cree que haya palabras que puedan consolar a la rubia, porque él cree que su llanto pasivo viene por el dolor de su dedo. No se le ocurre nada mejor que desajustar un poco de sus vendas alrededor de su cabeza, y tomando prestada la tijera de ella, corta un pedazo no muy grande, pero si lo suficiente como para poder regalarle un poco.

- Permíteme... - Susurra algo apenado, tomando la mano de ella, dispuesto a hacer algo que no ha hecho nunca antes a otra persona. El sepulturero es lo bastante atrevido al envolver el dedo de la niña en ese trozo de venda, no tan apretada, pero si ajustada para evitar que se caiga. Lo importante, es no dejar de sonreírle, para cuando ya al terminar de cubrir esa herida, deje libre la mano de ella con la misma delicadeza con la que la sostuvo.
- Fausto... Si quieres... Puedes tener un poco también. - Es lo menos que puede hacer. Ofrece un trozo sobrante al otro chico, que es lo suficiente y necesario para su punto sangrante.

Curioso es, que queriendo detener el sangrado ajeno, se olvida del suyo.

Lo que silba Dio:
Mary Guertena

Mary Guertena
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Las lagrimas que caen sobre sus mejillas son frías, y no puede evitar que el resto de su cuerpo este igual. Su cuerpito, que si bien esta cubierto de pies a cabeza con tela, con un vestido largo y con mangas largas, siente algo de frio. El momento más frio de la noche ha llegado. O muy probablemente se siente así porque es el momento exacto en donde no puede hacer más. El calor que antes recorría su cuerpo se ha disipado, porque se algún modo, se ha disipado todo rastro de adrenalina en su sangre. ¿Sería de extrañarse? En lo absoluto, pues mucha de su sangre yace ahora en la tela blanca que se ha teñido de un color carmesí tan bonito, tan puro… Quizás el valor se le fue en esas gotas que aun ardían en las yemas de sus dedos. Ahora, lo único que asalta el cuerpo de la frágil Mary, es el cansancio del día, de los sustos de muerte que se ha llevado, de la ansiedad por saber si va a poder volver a su cama o va a tener que acurrucarse en alguna esquina de la biblioteca para poder dormitar aunque sea unos segundos.

Después de mucho pensarlo, no es algo que crea que pueda llegar a ser tan malo. No se anima, sinceramente, a acercarse a la puerta y volver a tentar a los diablillos a que los vean. Si han aparecido, y se han vuelto a ir, es porque han perdido total interés. A lo mejor, su furia pasa por aquellos que están en los pasillos a horas que en teoría, no deberían estar. Pero como la biblioteca está cerrada, ellos tampoco pueden entrar, y en teoría, ningún otro niño. Encerrados, atrapados, pero a salvos. Casi como Sir Marcus, solo que el canario cuenta con la gran ventaja de que es capaz de volar y ponerse fuera del alcance de muchos. O de quienes no quiere que lo toquen al menos. Envidia siente del pájaro, pero que vivo no ha envidiado a un pájaro alguna vez.

Pero sorpresa es como de repente una voz suave, como la de Dio, le llama. Le sorprende más que nada en realidad, como corta un poco de sus vendas que envuelven su cabeza. Si es en serio que le falta un ojo, no es algo que realmente quiera ver, pero tiene la precaución de no quitarse de más. Envuelve entonces sus dedos, con vendas, que si bien no van a detener el sangrado, porque ya ha coagulado, al menos le protege las yemas de la hipersensibilidad que le ha dejado el dolor. –Gracias Dio…- Responde, un tanto apenada, ignorando, o pasando por alto el hecho de que Dio también tenía un pinchazo en un dedo. Pero suponía que no habría problema. Era un niño grande, o eso asumía ella, y si ha sobrevivido a lo que sea que le paso en su ojo, entonces no va a ser realmente mucho problema un pinchazo.

-Supongo que no podemos hacer mucho. No quiero arriesgarme a salir si se que estaban cerca del cuarto de costura…- Añade, como un comentario al aire, un poco ido. Simplemente le queda una cosa por hacer, y es tomar sus pertenencias, e ir hacia una esquina de la biblioteca. En ella, se para frente a una estantería de libros, y los empieza a sacar. Hace un hueco, y oculta allí sus cosas, tapándolas con los libros de nuevo. Luego de eso, simplemente se sienta en el piso, y se acurruca en el. Se encoje, intentando cubrir todas sus piernas con su vestido, y tapándose los brazos con su cabello rubio. Entrecierra los ojos, e intenta dormir.

Que le valga la inocencia de permanecer allí, o el deseo de que nadie malo irrumpa en la biblioteca durante la noche. Va a esperar paciente a los primeros rayos del sol, para volver a su cama, y pretender fingir algún resfriado o algo. No sería difícil, considerando que ya tiene frío y podría enfermarse en serio. Además, no hay peor mal que el cansancio. Y ver a Mary desanimada una mañana, ya es algo anormal, digno de un llamado de atención.



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Cuanta inseguridad hay en un lugar cerrado. Es increíble que lo que está contenido en las paredes, sea aun mas nefario y monstruoso que lo que pueda acechar afuera. No es la primera vez que siente el sabor de estar confinado con un latente peligro, pero si es la primera vez que lo medita y llega a comprenderlo. Es diferente cuando ocurre en un lugar que difiere por completo de su casa, o de cualquier casa a excepción de la estructura. Bendita sea la locura, que ha desconectado al chico de emociones por este periodo, y por tanto solo queda sonriendo.
Puede pensarse que lo hace por estar aliviado, y en parte es así, se siente mejor ahora que la puerta ha dejado de sonar con tanta brusquedad. Pero su sonrisa está vinculada a su estado natural. Bien podría estar muerto y paralizado de miedo, y no habría cambio en su expresión o sus movimientos. No espera que esa actitud cambie, no piensa que haya nada malo, y considerará detener ese gesto solo cuando alguien le ordene.

Siente que puede respirar de nuevo, que el aire ya no es pesado, que las lágrimas se van y que con gentileza limpia los residuos que dejan los llorosos ojos de Mary. Su primera amiga, que le ha enseñado tanto en tan poco tiempo. Es tan atrevido de decir que es una de sus amistades, cuando ella no ha expresado eso en ningún momento, mas aunque ella incluso llegase a rechazarlo por vergüenza, el no cambiaría la forma en que la mira. Solo espera, que ella no cambie la suya, por haber notado el grotesco vacío que hay bajo las vendas de la cabeza del rubio.
Es la marca del trabajo, o como dijo el Dr. Rhode una vez, es el toque que necesita un enterrador. El ojo izquierdo es el ojo del infierno después de todo, suficientemente bueno si se es supersticioso, pues si las personas que son sepultadas por Dio terminan allí, entonces no podrán regresar para cumplir su venganza.

¿Es entonces, el destino que trajo a Dio, una forma de castigo divino? Queriendo que él, aun estando vivo, pague por los pecados de su amo, al tiempo que es una manera de decir que le esperan en el averno todos los condenados que ha enviado hasta allá. Nada de esto es natural en una persona sana, se ha vuelto inestable desde aquel momento en que se consumo como asesino en medio de las brasas. Nadie diría nada al día siguiente, y sabe que sus hermanos podrán estar bien mientras sigan juntos.
El chico debe hacer lo mismo. Solo no sobrevivirá, como fue probado esta noche, en donde aparentemente no reposara en la cama que le dieron. No lo considera una lástima, está acostumbrado a no dormir sobre un colchón, y ha aprendido que el suelo llega a ser cómodo si se tiene una pared donde apoyar la espalda.

No presta atención a nada mas que no sea la niña a la que envuelve el dedo con cuidado para proteger la pequeña herida, respondiéndole con suavidad, casi como si tratara de apoyarla. - No fue nada. - Susurra, ajustando lo que ha quedado de las vendas en su cabeza; sabe que pronto deberá conseguir un cambio para las mismas. Por eso solo procura no molestar a Mary y la sigue en silencio, acomodándose cerca del lugar, sintiéndose descansar finalmente.
- Buenas noches... - Murmura con suavidad a los presentes, centrado en cuidar el sueño de la rubia, procurando quedarse dormido luego de que ella cierre los ojos.

Ha sido un largo día... Pero puede decir, que ya ha terminado.
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Gota a gota se le vaciaba la vida, la gravedad era más fuerte que las ganas de andar corriendo por las venas, su sangre pertenecía al suelo. El niño no hacía nada por evitarlo, solamente dejaba pendiendo los brazos y miraba a la nada, a través del cristal o más allá, quizá en la India...

Eso parecía, pero su mirada estaba atónita, su rostro pálido y una gota de sudor remojó sus rubias mechas. Un fantasma... danzaba allá afuera, sabía que era un fantasma porque no veía el final de sus pies bajo ese enorme vestido, era tan vaporosa, espectral, también era... hermosa... ¿la conocía? - era una mujer - parecía que sí, pero no recordaba de dónde o de qué época o porque salía de su tumba a acariciar las copas de los intranquilos árboles resoplando su follaje con violencia allá afuera. Uno, dos pasos hasta toparse contra la vidriera y apoyó sus manos en el cristal, aguzando la vista. Pensó en voltear y preguntarle a aquéllos dos si también la veían, pero... temía por una respuesta sensata, era lo peor en esta vida el saberse equivocado.

Algo vino...

Mary Guertena escribió:~All by myself… Waiting for a "friend" to show. My magic won't help me now, not until you walk through the door… Please set me free. Don't be afraid… I am always by your side. Come now, my friend… Death's sweet embrace. Was once a gift I'd yearned for… But now that I have found you.I don't need death, not anymore… Come set me free… You'll be okay… I'll keep you safe, so I beg, don't go away….Friend... ~

Le llegó a los oídos y qué dulce fue...

Una voz ¿La de quién? Torció el cuello lentamente y miró por el rabillo de ojo a Mary, quién regaba su sangre por el piso... era un bello color para una bella niña ¿por qué lo desperdiciaba? ¿por qué hacían más ruido sus palabras que la melodía que entonaba?

El dulce abrazo de la muerte...

Fugaz Flashback en la mente de Fausto:
Un golpe en su cabeza lo fulminó... se sintió tan frío de repente, como esas mañanas nevadas en... ¿en dónde? Iba a gritarle a la chiquilla que se callara de una buena vez, no tenía derecho a despertar en él lo que adormecía ahora, sintiendo cerca la cordura, temió por perderse en la sin-razón de su misterioso pasado. Se le acercó y la miró, con una de esas miradas que no quieres que te echen porque es taaaan incómodo... no alcanzó a decirle más nada, pues el tercero en la escena comenzó a tararear una tonada con aire circense, como algo que pudiera salir de un carrusel macabro. Ese tal Dio era un personaje tétrico, pero ahora le resultaba interesante a Fausto ¿qué habría debajo de esa venda, ahora que lo pensaba? ¿vería algo terrible? Oooh, su morbo le picaba como una comezón difícil de rascar.

Ahora tenían corazones por todos lados ¡maldición! Si a él se le ocurrió primero, era tan injusto, eran unos imitadores... Torció la boca y se cruzó de brazos, olvidándose de sus heridas, dolía más el orgullo ahora... se les quedó mirando ¿eran novios o qué rayos? ¿por qué tantas consideraciones entre ambos? Alguno de ellos era un hipócrita que seguramente quería sacar algo del otro, pero sería difícil descubrir sus fachadas, la niña tan inocente y el niño tan primitivo.

Cuando el rubio se le acercó al rubio - o sea Dio a Fausto - este adoptó una pose altanera, fingiendo que no le dolía nada de nada, que no le interesaba.

Dio escribió: - Fausto... Si quieres... Puedes tener un poco también. -
¡Argh! ¿Por qué era amable? Ese... ese... ¡ese monstruo! Le arrebató la venda en un gesto arrogante, pero luego le sonrió tan, pero tan agradable como él era.

- Gracias Dio. Justo lo que necesito... -

Era sarcasmo claro está ¿para qué jodidos quiere repetir por tercera vez lo que ellos ya hicieron? Si el condenado "Príncipe Oso" ya lo azota por nada, ahora iba a cortarle la mano si llegaba con lo mismo. Ya estaban bien librados del tributo así que se iban a dormir, optando por no enfrentarse a aquéllas pestes en el pasillo. Mala decisión, pues sabían dónde estaban y si se les daba la gana, regresarían, pero en fin, cada quién escribe su epitafio.

Mejor estaba sin interrupciones, incluso Sir Marius había desaparecido a la vista, quién sabe si se fue a hacer su nido a alguna esquina como Mary o simplemente emigró al sur, buscando la primavera. Fausto no dijo más, caminó hasta la ventana y buscó al fantasma - es que la extrañaba tanto - pero no la encontró... solamente esas notas que comenzaban a escurrirse por la dura superficie del vidrio.

♪♫ ♪♫♪♫ ♪♫
Era verdad... ¿de dónde conocían ellos sus canciones? A Mary la afectó un sentimiento que probablemente era agónico... Dio no pareció conmocionado particularmente por su tonada, pero se sintió tan personal... ¿Y Fausto? Su copla era tan popular que debería prohibirse por temor a que se desgastara, era cierto, pero ¿por qué la conocía? Odiaba el francés, parecía que uno balbuceaba como idiota al intentar enredarse la lengua pronunciándolo, pero esa canción en particular, era... era... suya...

¿Quién se la regaló?

Sir Marius reapareció, posando sus patitas en el umbral de la ventana, pero había dejado la noche en otro lado porque ahí atrás del cristal ya no estaba. Hacía sol, estaba agradable y unos inmensos jardínes bien cuidados habían reemplazado la desquebrajada arboleda en las afueras del orfanato.

Piip piip

Canturreó el pajarillo alegremente y se echó a volar. No estaban ni Mary, no estaba su lacayo Dio, no había sangre o libro alguno que se desperdigara en el piso. Estaba de hecho en una mansión bastante nueva, con un buen decorador de interiores por cierto, nada parecido al estilo entre sanatorio y funeraria de Rose Garden.

Dulce voz. Ahora vienes de allá afuera...

Alouette, gentille alouette,
Alouette, je te plumerai...

Esta voz la había escuchado antes, la conocía tan bien que le causó un estremecimiento el escucharla, es decir ¿cómo pudo olvidarla? Curiosa e irónicamente, no sabía de quién era. Salió de la habitación, se perdió entre pasillos llenos de arte y espejos, pero no se detuvo a contemplar más nada, solamente buscaba el origen de ese sonido, necesitaba darse cuenta, necesitaba darle rostro a esa voz.

Ahí estaba finalmente, una puerta pintada de rojo, la única en todo el lugar, tan prohíbida y a la vez tan invitadora... cualquiera hubiera hesitado en abrirla, pero Fausto no es cualquiera, no encaja con esa burda definición. No lo pensó una vez y ya tenía la mano derecha sobre la manija. Parsimoniosamente empujó la madera y observó dentro:

Una figura femenina la cual ostentaba majestuosamente una capa de rubios cabellos conservaba entre brazos a alguien, que estaba tan quieto e inmóvil con su dulce tonada que se asemejaba a... No, en realidad era...

Un cadáver.

Fausto regresó a la realidad. Estaba en esa biblioteca, con esos niños, esos libros y la sangre. Sir Marius se había esfumado, quizá se quedó en aquél recuerdo o algo así de descabellado. Esa mujer se parecía al fantasma, estaba seguro y ese cadáver se parecía a... él...

Alzó la mirada, tan fría e impávida como siempre, si sintiera, seguramente estaría entrando en pánico, horrorizado, pero no, solamente vio las notas y las repasó con sus ojos verdecinos, vidriosos.

Tomó el pedazo de venda que le habían concedido y lo estampó contra las notas, repasando con la diestra varias veces la superficie, para asegurarse que quedaran bien impresas sobre el podroso telar. Lo separó del vidrio y observó - claro que estaban al revés - atentamente... ¿su corazón estuvo ahí?

No estaba en la sangre, mucho menos en la venda... estaba en las notas.

Alguien lo arrulló con ellas, alguien lo acogió entre brazos y fingió amarlo, aún muerto ¿o murió de amor? No sabía, pero sintió una punzada en el corazón al recordar el rostro de ese fantasma, el fantasma cantor que le había enseñado esa tonada. Quizá por eso lo perseguía, porque ahora necesitaba

que la abrazara en su muerte.

(Off: Cierre de tema. Un placer rolear con ambos, ha sido un excelente tema. Perdonen si me quedé fuera un rato, aún intentaba recomponerme ante la prematura entrega de su tributo XD~)

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