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Crónica de una ejecución.
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Crónica de una ejecución.
por Invitado Dom Feb 20, 2011 3:03 am
Estuve en un cuarto muy acogedor, con paredes pintadas en gris, una puerta de madera vieja y barrotes... me hacía sentir en casa. Me sirvieron lo que quize, me atendieron como rey, me sentí como cerdo al matadero... qué risa. Algunos guardias me miraban con terror, otros con asco, algún pobre infeliz me mostró lástima y yo me reía de ellos, porque ya me iba a largar y se iban a quedar ahí, atorados con sus sentimientos y su trabajo mediocre.
Pierrepoint le llaman. ¿A quién? al hombre que llega a verme... si, un tío extraño, regordete, serio, su rostro mata de aburrimiento. Se la pasó el día entero mirándome a través de los barrotes, examinándome ¿habría tenido pensamientos perversos conmigo? Qué sucio, sucio Pierrepoint. Anotó mi peso, mi estatura, es todo un oficio el ser "ahorcador", se lo tomaba muy en serio el gordito. Claro que le fue incómodo ser mi ejecutor, no porque fuera apenas un niño, no, sino porque nunca había matado a alguien de tan corta estatura, según le comentó al idiota de su asistente, que apenas si sabía donde tenía la cabeza. Cordel... dijo algo de cordel extra, bufando como todo embravecido. A mi me causó gracia ser una molestia hasta para mi verdugo.
No caminé mucho de mi celda a la sala de ejecuciones, te acomodan de lado a lado, por si quieres correr o matarte antes... te tienen bien puesto el ojo. Igual, yo no iba a hacer nada de eso, no me apetecía, además, quería saber lo que se sentía morir... quería sentir. Quizá algo de miedo, angustia, remordimiento, quizá llegaría un ángel a tocar mi frente y entonces yo lloraría y sonreiría ante la muerte y dirían "si, el mocoso murió dignamente" pero no, solamente sentí el frío en la celda y la mirada desdeñosa del guardia. Al menos él sentía en mi lugar. Era la última vez que podía mirar al cielo, pero no me importó, nada nuevo había allí...
La otra habitación es más grande, pero igual de fría, de gris. La soga pendía al final, era silenciosa y prometía un fin, al lado del verdugo, ese gordo infame. No llevaba capucha, no ocultaba su rostro, casi orgulloso de su profesión. Dicen que ha realizado ejecuciones en 7 segundos
¡qué bien! Me mandan un profesional, me siento importante. Se acercan a mi con una especie de bolsa negra ¿no quieren verme morir? ¿o no quieren que mis ojos se queden desorbitados sobre alguno de ellos, como maldiciéndolos? Son unos cobardes finalmente, que venga la oscuridad, hoy no le temo porque no puede hacerme nada ya. Lo último que ví fue esa soga que me pusieron enfrente... hubiera alzado la vista al cielo.
Algunos tiemblan incontrolablemente, otros chillan, otros intentan correr... yo me quedé quieto, quize ser bueno al menos en los últimos instantes, pero no tuve recompensa, demostrando mi punto: no sirve de nada ser bueno. Todo es rápido, silencioso, no hay últimas
palabras, no dictan tu sentencia, a nadie le importó por qué me quebraban el cuello, nada más vino un sonido chirriante, imágenes, muchas de ellas, muchas como para comprenderlas, es toda una vida anunciándose y luego te interrumpe un jalón, un crack y eso es todo. Luego nada.
Segunda y tercera vértebra. Ni siquiera alcanza a doler, aunque la soga si me roza el cuello. Nadie llora, nadie comenta nada, todos se van excepto Pierrepoint y su idiota personal. Todo cambia, cambia la perspectiva, ya no veo rostros frente a mi, veo cuerpos enteros en otro ángulo, como de lejos, como viendo una obra de teatro. Mi cuerpo se tambalea como un péndulo de reloj, es un cuerpo corto, le falta mucho para llegar al piso... ratas, siempre me creí alto. Me baña la luz que viene desde lo alto de la trampilla que se abre en el piso, me ilumina pero no siento su calor ¿será porque mi cuerpo ya no me pertenece? Es una luz amarillenta y deficiente, añade el espectro de mi sombra a la escena. El gordo me desnuda - seguro esperaba este momento, cerdo charlatán - pero no hace mueca alguna: ni de desagrado, miedo, odio, asco... no le importan mis cicatrices, las quemaduras, los moretones, las heridas, no, le importa terminar e irse a casa, insensible. Le acercan una cubeta con una esponja, llena de agua enjabonada ¿y adivinen? Comienza a limpiar mi cuerpo helado, mientras va entrando en el rigor mortis; lo hace rápido para que no me quede tieso como tabla en esa posición, qué lío meterme al ataúd después. Me amarran una soga alrededor del torso, y me bajan lentamente, hasta sentarme en una cama grisácea. Me quitan la capucha y no me atrevo a mirar, aunque no puedo desviar la vista ¿será que no tengo párpados? Espero verme con la lengua de fuera, una cara fea, ojos desorbitados, sangre, algo... pero no: la más apacible y absoluta calma, como si durmiera.
Me bajan con cuidado, me arropan, me ponen sobre la cama y se van. Nunca me había sentido tan querido. Nos quedamos solos, yo me alejo, todo se oscurece y me inquieto, no hay una luz que me guíe, un coro angelical, un llanto lejano. Esperen... si veo una luz, está lejos, no es brillante, es amarillenta, débil, parece... parece un foco ¿es una parada de camión? ¡Pft! No quiero ir allá, quiero quedarme aquí, pero algo me persigue, algo que anda en cuatro patas y jadea.
Camino hacia allá, mientras me olvido de todo...
Pierrepoint le llaman. ¿A quién? al hombre que llega a verme... si, un tío extraño, regordete, serio, su rostro mata de aburrimiento. Se la pasó el día entero mirándome a través de los barrotes, examinándome ¿habría tenido pensamientos perversos conmigo? Qué sucio, sucio Pierrepoint. Anotó mi peso, mi estatura, es todo un oficio el ser "ahorcador", se lo tomaba muy en serio el gordito. Claro que le fue incómodo ser mi ejecutor, no porque fuera apenas un niño, no, sino porque nunca había matado a alguien de tan corta estatura, según le comentó al idiota de su asistente, que apenas si sabía donde tenía la cabeza. Cordel... dijo algo de cordel extra, bufando como todo embravecido. A mi me causó gracia ser una molestia hasta para mi verdugo.
No caminé mucho de mi celda a la sala de ejecuciones, te acomodan de lado a lado, por si quieres correr o matarte antes... te tienen bien puesto el ojo. Igual, yo no iba a hacer nada de eso, no me apetecía, además, quería saber lo que se sentía morir... quería sentir. Quizá algo de miedo, angustia, remordimiento, quizá llegaría un ángel a tocar mi frente y entonces yo lloraría y sonreiría ante la muerte y dirían "si, el mocoso murió dignamente" pero no, solamente sentí el frío en la celda y la mirada desdeñosa del guardia. Al menos él sentía en mi lugar. Era la última vez que podía mirar al cielo, pero no me importó, nada nuevo había allí...
La otra habitación es más grande, pero igual de fría, de gris. La soga pendía al final, era silenciosa y prometía un fin, al lado del verdugo, ese gordo infame. No llevaba capucha, no ocultaba su rostro, casi orgulloso de su profesión. Dicen que ha realizado ejecuciones en 7 segundos
¡qué bien! Me mandan un profesional, me siento importante. Se acercan a mi con una especie de bolsa negra ¿no quieren verme morir? ¿o no quieren que mis ojos se queden desorbitados sobre alguno de ellos, como maldiciéndolos? Son unos cobardes finalmente, que venga la oscuridad, hoy no le temo porque no puede hacerme nada ya. Lo último que ví fue esa soga que me pusieron enfrente... hubiera alzado la vista al cielo.
Algunos tiemblan incontrolablemente, otros chillan, otros intentan correr... yo me quedé quieto, quize ser bueno al menos en los últimos instantes, pero no tuve recompensa, demostrando mi punto: no sirve de nada ser bueno. Todo es rápido, silencioso, no hay últimas
palabras, no dictan tu sentencia, a nadie le importó por qué me quebraban el cuello, nada más vino un sonido chirriante, imágenes, muchas de ellas, muchas como para comprenderlas, es toda una vida anunciándose y luego te interrumpe un jalón, un crack y eso es todo. Luego nada.
Segunda y tercera vértebra. Ni siquiera alcanza a doler, aunque la soga si me roza el cuello. Nadie llora, nadie comenta nada, todos se van excepto Pierrepoint y su idiota personal. Todo cambia, cambia la perspectiva, ya no veo rostros frente a mi, veo cuerpos enteros en otro ángulo, como de lejos, como viendo una obra de teatro. Mi cuerpo se tambalea como un péndulo de reloj, es un cuerpo corto, le falta mucho para llegar al piso... ratas, siempre me creí alto. Me baña la luz que viene desde lo alto de la trampilla que se abre en el piso, me ilumina pero no siento su calor ¿será porque mi cuerpo ya no me pertenece? Es una luz amarillenta y deficiente, añade el espectro de mi sombra a la escena. El gordo me desnuda - seguro esperaba este momento, cerdo charlatán - pero no hace mueca alguna: ni de desagrado, miedo, odio, asco... no le importan mis cicatrices, las quemaduras, los moretones, las heridas, no, le importa terminar e irse a casa, insensible. Le acercan una cubeta con una esponja, llena de agua enjabonada ¿y adivinen? Comienza a limpiar mi cuerpo helado, mientras va entrando en el rigor mortis; lo hace rápido para que no me quede tieso como tabla en esa posición, qué lío meterme al ataúd después. Me amarran una soga alrededor del torso, y me bajan lentamente, hasta sentarme en una cama grisácea. Me quitan la capucha y no me atrevo a mirar, aunque no puedo desviar la vista ¿será que no tengo párpados? Espero verme con la lengua de fuera, una cara fea, ojos desorbitados, sangre, algo... pero no: la más apacible y absoluta calma, como si durmiera.
Me bajan con cuidado, me arropan, me ponen sobre la cama y se van. Nunca me había sentido tan querido. Nos quedamos solos, yo me alejo, todo se oscurece y me inquieto, no hay una luz que me guíe, un coro angelical, un llanto lejano. Esperen... si veo una luz, está lejos, no es brillante, es amarillenta, débil, parece... parece un foco ¿es una parada de camión? ¡Pft! No quiero ir allá, quiero quedarme aquí, pero algo me persigue, algo que anda en cuatro patas y jadea.
Camino hacia allá, mientras me olvido de todo...
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